Espionaje hasta en el infierno
Uno tiene que venir aprendido en los conocimientos básicos desde infantil y primaria.
En política hay algunas cosas evidentes que tienen que darse por sabidas, como en ingeniería: ningún ingeniero, arquitecto, economista o tendero puede ignorar que dos y dos son cuatro, y de ahí en adelante. Uno tiene que venir aprendido en los conocimientos básicos desde infantil y primaria. Pues bien, nadie en su sano y maduro juicio político puede pasar por alto que para los ‘servicios secretos’ hay casos que no se cierran hasta que desaparecen por evaporación.
El radar que capta las señales del complejo entramado del mundo yihadista sigue activo tras los atentados del 11-M en Madrid, y seguirá ‘hasta que Dios —o Alá— quiera’. Lo mismo que el control sobre la evolución del universo terrorista vasco: no solo quedan crímenes por resolver tras la desaparición de ETA sino que los ongi etorri que homenajean a los presos que regresan a casa, y que siguen celebrándose aunque con menor intensidad y más precauciones, por si las moscas —verdes, of course— tras su cancelación oficial, demuestran que una parte de esa sociedad sigue enferma con una especie de covid persistente.
A muchos de los que el coronavirus nos mandó al hospital nos siguen haciendo regularmente un TAC y pruebas de aspirometría para seguir la evolución aparentemente invisible de la enfermedad y de sus múltiples adaptaciones al medio. Sean las variaciones más suaves en apariencia, todas pasan por el cernidero y todas precisan vacunas. Aun inoculados con la vacuna todos los grupos de riesgo, las defensas humanas necesitan un refuerzo.
En este panorama, que puede ser metafórico pero en absoluto poético, hay que incorporar el seguimiento a los que como dirigentes o como activistas participaron en el levantamiento separatista catalán llamado, para abreviar, ‘el procés’, por lo que muy justamente —al menos desde el punto de vista léxico— quedaron procesados sus principales líderes o más entregados colaboradores, que, hay que recordarlo, siguen con el altivo “lo volveremos a hacer cuantas veces sea necesario”, como anunció Jordi Cuixart presidente de Omnium al salir de prisión.
Ho tornarem a fer, que es grito muy coreado por el soberanismo. Pues si lo volverán a hacer, o al menos a intentarlo, es lógico que el Estado que tiene el mandato constitucional de impedirlo, derivado del artículo 2 que es clarísimo, mantenga activos todos los instrumentos legales para estar al tanto y evitar sorpresas.
Por eso el ‘escándalo’ del espionaje, sea con Pegasus’, con ‘Sitel’, con un micrófono de alcance, con el vaso puesto del revés en una pared o con un topo es importante por lo que sin embargo no lo es en este burbujeo a lo redoxon efervescente. O sea: por mucho acuerdo de ‘investidura’ con Pedro Sánchez e incluso con su participación en el Gobierno o con apoyos parlamentarios de respaldo… el Gobierno, o sea, el Estado, ha continuado sin bajar la guardia. Sin acabar de fiarse, aunque los actos políticos pudieran indicar cierto efecto adormidera. De otra manera: conviene hallar respuesta a la clásica pregunta qui prodest.
El verdadero escándalo no está en esta dirección: está en otra realidad paralela: en el fallo de seguridad que permitió el espionaje en los móviles del presidente del Gobierno, de la ministra de Defensa y muy probablemente de otros altos cargos, también en las filtraciones y en el activismo inasequible al desaliento de los tiempos del ‘Podemos duro’ de mollera que pasa del ejercicio básico marxista del análisis concreto de la realidad concreta en el momento concreto… que llevó a los comunistas europeos a separarse de Moscú y a aceptar todas las cuadernas maestras de las democracias occidentales. Yolanda Díaz, sin embargo, parece puro pragmatismo eurocomunista, ese que al cabo de una frustrante singladura volvió a su punto de partida. Pablo Manuel Iglesias y su corte siguen en sus nubes mentales.
Cuando Sánchez los fichó para que prospera la moción de censura a Rajoy —con un PP carcomido hasta el tuétano por una corrupción sistémica y por una presencia constante en los juzgados— muchos analistas advirtieron (está en las hemerotecas) sobre algunas inevitables consecuencias aparentemente invisibles: los aliados de la OTAN y la UE iban a desconfiar de los servicios de inteligencia españoles si ministros podemitas tenían capacidad, no para influir, sino meramente para conocer el tráfico de datos de la inteligencia occidental.
Ya entonces estaba cantado que Putin y su Rusia hecha a su imagen y semejanza eran una amenaza creciente para la civilización europea, o sea, su estilo de vida, su envidiado estado de bienestar y su seguridad y confianza en un futuro de progreso y libertad. Y era también de dominio público (algunas sentencias del TS sobre los derechos de información y opinión explican que lo que es de dominio público necesita menos demostración) que el ‘Podemos’ nostálgico del cruel comunismo real no tenía esa opinión del Kremlin al servicio de un autócrata trastornado por la pérdida del ‘imperio rojo’ y de una oligarquía hambrienta y depredadora como un tigre siberiano, muy demandado por su valiosa piel.
A veces es difícil pasar de la máquina de escribir al ordenador. Se pierden los papeles, literalmente, y hay que empezar de nuevo ‘dale que dale’ al teclado. Ahora el desafío para el Gobierno es capear como sea el temporal, que lógicamente, es una ocasión que Feijóo no va a dejar pasar, eso sí, educadamente por fuera, sin tratar de debilitar al ejecutivo sanchista en una circunstancia que se acerca al punto crítico. Al grano de arena de la teoría del caos.
El PP quiere aprovechar el viento de cola (pero conviene estar atentos a una trasluchada) que detectan las encuestas, aunque las notas se dan a final de curso, para desgastar al Gobierno… al menos introduciendo en el debate la conveniencia de una ‘moción de venganza’ ex aequo con su actual equivalente de censura. Esto atraerá —ya lo hace— a los votantes populares, y a los ex que se han pasado puede que provisionalmente a VOX, que ni olvidan ni perdonan cuando Rajoy y su equipo tuvieron que abandonar aprisa y corriendo el complejo del poder Moncloa.
Pedro Sánchez tenía en su cronograma empezar ahora a recoger los frutos de una paciente siembra que le auguraba, a pesar de los sondeos, una mayoría holgada: a pesar del boicot de Pablo Casado, de dudoso patriotismo, han comenzado a llegar con todas las bendiciones de Bruselas los fondos Next Generation; por fin el grupo Volkswagen inicia en Sagunto una de sus grandes giga-factorías para baterías de coches eléctricos en Sagunto (Valencia) que la derecha consideraba una trola y que son el inicio de la nueva economía de transición hacia el modelo sostenible; la OTAN tiene previsto celebrar el 29 y 30 de junio en Madrid una cumbre de la mayor importancia en este tiempo de guerra en Europa, con asistencia de jefes de Estado y de Gobierno, probablemente aún bajo el impacto de la ‘crisis Pegasus’ y sus efectos…, que también los tendrá, bajo tierra o en superficie, en las relaciones con Marruecos.
El 1 de julio de 2023 le toca a España, además, el semestre de presidencia de la Unión Europea, antes de las elecciones, que serían a final de año. Bruselas y otros organismos internacionales ya son proclives a aumentos moderados de la fiscalidad para amortiguar los efectos combinados de la pandemia y la agresión rusa a Ucrania; en abril se alcanzaron por primera vez en España los 20 millones de afiliados a la Seguridad Social, con un formidable incremento de los contratos indefinidos, constatación de que la ‘reforma laboral’ no tiene efectos demoledores, como auguraba el argumentario popular, sino en todo caso al contrario.
En este panorama ‘Pegasus’ es como un troyano; pero no solo este ‘arma letal’ controlada por una empresa israelí, sino otros muchos métodos de espionaje. La petición de transparencia pedida como casus belli por el populismo morado y
los separatistas, y por algunos espíritus arcangélicos algo desubicados, es insólita, al menos de esta manera, en Europa, donde situaciones iguales se resuelven con discreción tras la ‘primera ola’ de primeras, prime times y escándalo.
Tiene razón el exministro de Exteriores Margallo (PP), actual eurodiputado y tertuliano cuando dice que “hablar de transparencia en un caso de espionaje es como hablar de castidad en la corte del papa Borgia”. A pesar de que su colega el ínclito y chapucero espía Fernández Díaz haya dejado dicho que el expapa Benedicto XVI le había comunicado personalmente que “el diablo quiere destruir España”.
Tener una antena en el infierno, eso sí que es fuerte….