Esperamos que el 3 de noviembre se cierre el paréntesis en las urnas
Los europeos y los europeístas nos hemos sentido huérfanos con Donald Trump al frente de la Administración norteamericana.
Uno de los años más convulsos de la historia reciente de la humanidad ha coincidido con la presidencia más catastrófica de los Estados Unidos de América, capitaneada por Donald Trump.
Su nefasta gestión de la Covid, con Estados Unidos ocupando los primeros puestos del ranking de contagios y víctimas, ha sido el colofón a cuatro años de políticas y decisiones erráticas cuyas consecuencias se han dejado sentir en todo el mundo.
Porque aunque es el pueblo norteamericano el que elige a sus presidentes, los efectos de sus políticas traspasan sus fronteras. Trump ha hecho de la confrontación con sus vecinos y con sus aliados tradicionales una de las banderas de su política exterior. Con la premisa del “America First” ha dado la espalda a organismos multilaterales, ha provocado el enfrentamiento con líderes europeos como Angela Merkel o Enmanuel Macron y ha despreciado a sus aliados tradicionales, como la OTAN, mientras coqueteaba con dictadores y regímenes dictatoriales.
Aunque no podemos decir que no lo vimos venir, lo cierto es que ha llegado más lejos de lo que podíamos imaginar. Ya en campaña propuso la retirada de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (una zona de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México) NAFTA, llegando a materializar la retirada cuando alcanzó la presidencia. También como candidato se comprometió a construir un muro que abarcará toda la frontera sur de los Estados Unidos, insistiendo en que México pagaría su construcción. Afortunadamente, esta amenaza ha quedado en eso, en una amenaza.
Ya como presidente, en un intento de borrar el legado de Obama, se retiró del histórico pacto nuclear con Irán (JCPOA), alcanzado en 2015 tras años de difíciles negociaciones; y también marcó en su hoja de ruta reducir la presencia de su país en Naciones Unidas, retirándose del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
En su calamitoso historial hay que anotar que en el culmen de su negacionismo del cambio climático rompió con los Acuerdos de París, y en plena pandemia recortó los fondos para la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La relación de Trump con Rusia merecería un artículo aparte que profundizara en las denuncias de interferencia de Putin para ayudar a Trump a ganar las elecciones, en los altibajos que ha tenido la relación entre ambos países a lo largo de estos años y en la relación personal entre ambos presidentes. El mandatario norteamericano habla de su “buena relación” con Putin, una frase que usa con frecuencia para referirse al dictador norcoreano Kim Jong-un.
La Unión Europea no se ha librado de la beligerancia de Trump, que llegó a afirmar que “los países europeos crearon la UE para aprovecharse de los Estados Unidos”, y ha desatado una auténtica guerra comercial con los Estados miembros. En 2018 subió los aranceles a la exportación de la aceituna negra española y hace un año impuso aranceles por valor de 6.744 millones de euros a bienes de los países de la Unión Europea -que afectaban principalmente a España, Alemania, Francia y el Reino Unido- por las ayudas a Airbus.
Bajo su mantra de Make America Great Again, el comercio ha sido el ariete con el que ha intentado dañar y dividir a la Unión Europea. Basta recordar cómo aplaudió y alentó el Brexit duro, prometiendo un “fenomenal tratado comercial” con Reino Unido.
Los europeos y los europeístas nos hemos sentido huérfanos con Donald Trump al frente de la Administración norteamericana. Ha roto las reglas del juego, y con ello también los lazos que durante décadas han mantenido fuertes y estables las relaciones trasatlánticas.
Pero la buena noticia es que Trump no es Estados Unidos. Su desprecio hacia el multilateralismo y sus amenazas a los intereses europeos pronto pueden quedar como una oscura página del pasado si el 3 de noviembre la ciudadanía estadounidense lo desaloja de la Casa Blanca.
Estoy convencido de que la llegada de un presidente demócrata a la Administración norteamericana supondrá la vuelta a los consensos mundiales. La tarea que tiene por delante es ardua; empezando por recomponer todos los destrozos causados y minimizando todo lo posible los efectos nefastos de cuatro años de políticas rupturistas en el tablero mundial.
Los europeos y europeas tenemos la esperanza de cerrar este paréntesis y retomar con brío las relaciones con la Administración norteamericana. Son muchos los desafíos que afronta la humanidad en estos momentos, desde el combate al cambio climático al desarrollo de una vacuna para salvar vidas en todo el planeta. Ningún país, por grande que sea, ninguna organización, por muy fuerte que sea, puede hacerlo solo.
Los europeos esperamos que las urnas devuelvan la normalidad a la relación con un gran socio y aliado como Estados Unidos, con quien tradicionalmente hemos formado equipo para hacer frente a los desafíos globales. Está en manos de los votantes estadounidenses.