‘Espejo de víctima’, penosas y vivas contradicciones humanas
Espejo de víctima en la pequeña sala de la Princesa del Teatro María Guerrero perteneciente al Centro Dramático Nacional ha concitado la unanimidad de la crítica. No faltan razones para esa unanimidad. El tema elegido: ¿qué es ser una víctima en una sociedad como la nuestra? Las dos obras con las que Ignacio del Moral, su autor, intenta responder a esa pregunta. La dirección de escena de Eduardo Vasco. Y, por supuesto, sus dos excelentes actores: Eva Rufo y Jesús Noguero.
Entusiasmo que, tal vez, a un espectador cultivado pero menos profesionalizado que los críticos, menos baqueteado entre los interminables y cansinos estrenos á la mode y a la última, le resulte más difícil de compartir. El motivo, los dos interesantes textos de Ignacio del Moral son, para empezar, tramposos, en el sentido de que guardan una sorpresa para el espectador, como un huevo Kinder, que le permite dar un giro inesperado a la trama. Aspecto importante en ambas obras, pues tienen que ver con la relación que tienen sus dos personajes protagonistas, algo que no se le deben obviar al público cuando se le considera adulto, de igual a igual.
¿Invalida lo anterior su contenido? Obviamente no. E igual que se señala la trampa, hay que señalar la valentía del dramaturgo. Hay que ser valiente para hablar de víctimas, ya sean de acoso o de terrorismo, en una sociedad que lleva este tema a flor de piel, se sea de derechas o de izquierdas. Todo el mundo tiene una opinión, desde que se lo merecen hasta que nadie se lo merece, pasando por los que piensan que son unos ventajistas o que tienen un código concreto de comportamiento que deben de cumplir.
Mueve bien el autor este tema en todos los ejes del complejo y multidimensional mundo actual. Ejes que van de la moral a la religión, del amor al sexo, del espacio público (de lo político) al privado (de lo íntimo), del amor fraternal al amor en pareja. Tanto, que gustará, sobre todo, a los amantes del debate de ideas, del debate de tesis y antítesis, muy marxista, por cierto. Para ello se han creado dos antagonistas para cada una de las obras y así generar el conflicto. En La lástima, el primero de los textos, un político de los de hoy en día frente a una periodista, un poco más tímida, más taimada, y menos estructurada que las de hoy en día (que hace un poco increíble el personaje). En La odiosa, el segundo texto, trata de un hombre curioso e interesado por una mujer que, a pesar de las secuelas que le ha dejado el terrorismo o, tal vez por ello, ha decidido ponerse el mundo por montera y disfrutarlo.
El que los discursos y el debate tengan el interés que tienen se debe más al trabajo de sus dos actores que a su atractivo contenido. Actores que han sabido encontrar la humanidad de sus personajes, independientemente de lo que hayan hecho o lo que esperen de la confrontación que se produce en las dos obras. Algo inasible pero que permite a la primera, por ejemplo, llenar los ojos de lágrimas cuando habla de su hermana muerta en La lástima. O al segundo convertirse en una fuerza de la naturaleza, que igual que asusta da pena, y permite que se entienda la tragedia del personaje que interpreta en La odiosa.
Son esos momentos de humanidad y no otra cosa, los que actúan como anzuelos para un espectador, que aún siendo un espectador típico de centro dramático, se distancia de unos discursos interesantes pero que seguramente está harto de escuchar fuera del teatro. Frases y argumentos muy conocidos sobre el error, el fracaso, el éxito, la culpa, la responsabilidad, las redes sociales, las violaciones, el feminismo, etc. etc. y las contradicciones en las que son pilladas.
Esos actores creando corrientes de empatía en circunstancias muy forzadas mantienen el interés en escena, ya que resultan tan extraños, tan raros, tan fascinantes como cualquier persona que podamos conocer y nos atrevamos a mirar a la cara, interpelarla. Actores que construyen penas que merecen ser observadas y por las que comprar alguna de las pocas entradas que quedan para la semana que todavía estará en cartelera, porque observar su pena, es observarse a uno mismo. (Re)conocerse, tal vez, un poco mejor en la contradicción de ser humano y quien sabe si gustarse o no.