Ese racismo del que usted (no) me habla
Todos los actos racistas que sufre una persona negra en España y que pasan desapercibidos.
Hay quien piensa que el racismo es algo ya erradicado en España. Hay quien dice que nuestra Constitución es antirracista. Hay quien cree que las manifestaciones contra el racismo el pasado fin de semana fueron sólo para protestar por el asesinato de George Floyd a manos de la Policía en Estados Unidos.
Entretanto, esta misma semana ha salido a la luz el vídeo de cómo un joven marroquí moría asfixiado en un centro de menores mientras seis responsables lo inmovilizaban sin que este opusiera resistencia… en Almería. Entretanto, hay hoteles que se niegan a alojar a decenas de temporeros que malviven en la calle, aunque la factura la pague el futbolista Keita Baldé… en Lleida. Entretanto, hay más de 600.000 personas indocumentadas que están pero aparentemente no existen, que viven y trabajan y se exponen constantemente a la persecución, al internamiento y a la expulsión… en España.
El 8 de junio miles de personas salieron a las calles de varias ciudades españolas en solidaridad con la comunidad afroamericana, pero también para denunciar los abusos que se producen dentro de nuestras fronteras. Entre ellas estaban Lucía Mbomío, Edith Espínola, Petra Ferreyra, Jimmy Castro y Shandra Molins, cada uno con una trayectoria y unas vivencias diferentes, pero con mucho en común: todos han sufrido racismo de una u otra manera.
Ser famoso no te libra de sufrir racismo. Jimmy Castro lleva más de 20 años apareciendo en series y programas de televisión y más de 32, su edad, siendo la diana de comportamientos racistas. Desde las bromas ‘inofensivas’ sin gracia hasta que le griten ‘mono’ desde las gradas de un campo de fútbol.
“Hay comentarios y bromas que desde hace tiempo no tolero, que me hacen recordar episodios conflictivos y despiertan en mí una alarma. Ya no dejo pasar la oportunidad de explicarle a la persona que lo dice por qué me sienta mal. Pero mucha gente se siente atacada y piensa que soy yo el que no tiene sentido del humor. La gente no sabe en qué circunstancias me he visto yo y por qué sus palabras me recuerdan a otros momentos. ‘Negrata’, ‘puto negro’... esa gente que intenta hacerse tu colega a partir de insultos. No le encuentro la gracia”, explica el actor.
Lo que empieza como una entrevista en la que Castro celebra cómo “la sociedad norteamericana ha conseguido movilizar a todo el mundo” en la lucha contra el racismo acaba con un discurso encendido, de rabia, en el que recuerda con dolor algunos de los episodios en los que le han humillado por el color de su piel: “He sentido racismo desde que tengo uso de razón y todavía lo vivo a día de hoy”.
“La gente se sorprende de que estas actitudes sigan presentes, pero están ahí. Se han apagado muchos fuegos, pero las brasas siguen calientes”, dice. “Estas cosas nos pasan a absolutamente todo el mundo que tenemos una diferenciación étnica; da igual a qué te dediques, porque los ojos que te miran no cambian en función de lo que hagas. De hecho, intentan menospreciar lo que haces. Y entonces hay gente que te dice: Claro, has conseguido este curro porque aportas un toque exótico. ¿Cómo que un toque exótico? ¿No es porque me lo he currado a muerte y porque hago bien mi trabajo?”.
“La gente lo tiene que saber. Y si un chaval o una chavala lee esto y ha pasado esto, no puede sentir que es algo que sólo le ha pasado a él por algo. No, no, no, no. No le debería pasar a nadie, pero desgraciadamente nos pasa. Con 20 años tuve una especie de despertar y dije: ‘No puedes callarte absolutamente nada’”.
“Muchas veces contestamos con un silencio que apoya estas actitudes racistas, no las señalamos. Hay que ser muy conscientes de lo que hacemos individualmente, de qué actitudes racistas tenemos, cuáles permitimos y a cuáles contribuimos. Todavía no es tarde, pero es muy necesario. Es muy doloroso todo lo que sucede, en el mundo y en España: cómo se trata a los menores que llegan aquí, a las personas en los CIEs, a las temporeras de la recogida de la fresa. Hay que humanizar a las personas”.
“Ahora mismo hay grupos políticos que se dedican a fomentar este racismo. Sueltan porquerías y mentiras que sólo tienen el objetivo de señalar a ciertas personas, de generar miedo, y mucha gente los escucha. Un partido como Vox es muy peligroso ahora mismo; hay que estar muy alerta y no dejarse llevar por ese discurso de odio, racismo y machismo que tiene mucho que ver con el discurso de Trump”.
Como persona blanca, Petra Ferreyra se sabe “privilegiada”; como madre de dos niñas negras, la mujer ha vivido el acoso racista como si los insultos y las humillaciones contra sus hijas fueran dirigidos hacia ella misma. Su hija mayor, Camila, de 14 años, vivió tal calvario en el colegio que a día de hoy arrastra estrés postraumático, depresión, ansiedad y trastornos alimentarios.
Cuando los padres lo pusieron en conocimiento del centro, les dijeron “que la niña tenía que sacar carácter”. “Preguntamos a la junta directiva si a lo que tenía que acostumbrarse nuestra hija es a que le llamen negra de mierda, y nos contestaron que no, que la niña no es negra, que es marroncita, del color del chocolate”, relata la mujer. “Mi hija nos decía que se quería morir, que no entendía por qué le estaba pasando esto a ella y cuando no vimos más salida, sacamos a la niña del centro, el Herrera Oria de Madrid, que además ya tenía abiertos varios casos de acoso”.
De este modo, no sólo se reconocía que Camila había sufrido racismo y que el colegio había actuado de forma “insuficiente e ineficaz”, en palabras de la jueza, sino que además creaba una jurisprudencia y sentaba precedente para futuros casos.
La familia de Camila sigue ahora con su lucha, y Ferreyra ha creado la plataforma Suspenso al racismo para dar apoyo a otras familias que estén pasando situaciones similares, y para defender que dentro de los protocolos contra el acoso escolar se incluya un apartado centrado en el racismo, igual que ya se distinguen casos de bullying por motivos de LGTBIfobia. “En los protocolos de la Comunidad de Madrid contra el acoso escolar, no existe la palabra racismo. Sólo hablan de supuestos en los que la víctima tiene rasgos que ‘se salen de la homogeneidad del grupo’”, explica Ferreyra. “Los profesores no tienen las herramientas ni la formación para tratar casos de acoso étnico-racial”.
“Como padres tenemos una tarea muy importante de empoderamiento, para darles a nuestros hijos las herramientas necesarias para enfrentarse a la sociedad. Ya no sufre el asedio que sufría antes, pero comentarios como ‘negra’ o ‘inmigrante’ los sigue escuchando, tanto ella como mi hija pequeña. Vivimos en una sociedad que criminaliza a nuestros hijos constantemente. Lo que pasa en Estados Unidos también pasa en nuestro país, pero lamentablemente lo tenemos normalizado”, sostiene Ferreyra.
“Esto es una lucha constante por sus derechos. Por eso, al educar a nuestros hijos, lo hacemos con rabia. Y con el paso del tiempo, eso es una bomba de relojería. Muchas veces se culpa a los extranjeros de que existan bandas. La mayoría de los chavales han nacido en España y lo que están haciendo es reconducir esta rabia para sentirse protegidos por un grupo”, afirma la mujer.
“Mi hija es una damnificada, pero sus acosadores también, porque no reciben ningún tipo de educación o reconducción para dejar atrás esos comportamientos. De hecho, hoy en día nos seguimos cruzando con esos niños, y siguen con sus miradas desafiantes y esa actitud matona. Y esos niños luego serán adultos”.
Edith Espínola, paraguaya de 41 años, reconoce que el lema del Gobierno “no dejar a nadie atrás” es resultón, pero, para ella, no son más que “palabras vacías”. “Se ha aprobado el Ingreso Mínimo Vital, pero siguen dejando atrás a más de 600.000 personas indocumentadas o que han solicitado asilo o refugio”, lamenta.
Espínola ha sido durante años trabajadora del hogar y ahora es portavoz de la Asociación Servicio Doméstico Activo (Sedoac) y de la plataforma Regularización Ya, que defiende la regularización de migrantes. “La sociedad está dividida entre personas de primera, las que tienen papeles, y personas de segunda, las que no los tienen, que aparentemente no existen, no hay registro de ellas. Así que las autoridades tienen el poder de hacer con tu cuerpo lo que quieran”, se queja.
La Ley de Extranjería obliga a las personas a demostrar tres años de residencia en el país antes de poder solicitar los papeles. “A partir de ese tiempo, es cuando puedes presentar un contrato, y ahí recién es cuando empiezas a ser persona”, explica. ¿Mientras tanto? Economía sumergida y vidas sumergidas. “Creo que no existe ninguna sola persona, ni una, que no quiera tener los papeles en regla”, defiende, pero las trabas burocráticas lo impiden.
Espínola ha vivido esa situación y se ha sentido discriminada institucionalmente, pero también ha sufrido y sigue sufriendo muestras de racismo de modo más personal.
Cuando escucha a gente decir que los migrantes sólo vienen a aprovecharse, a Espínola le hierve la sangre. “En esta crisis sanitaria se ha visto muy claro. En el campo, ahora que faltaban trabajadores, ha tenido que ir la población migrante a cubrir estos puestos, con un salario menor y con condiciones de pobreza absoluta, durmiendo en la calle. Y dentro de las trabajadoras del hogar, no existe trabajadora española que se quiera quedar de interna, las 24 horas horas al día, siete días de la semana. No existen personas que quieran dar su vida de esa manera para tener un papel. Las personas indocumentadas acaban haciendo los trabajos que nadie quiere hacer, ya haya crisis o pandemia”.
La periodista Lucía Mbomío está cansada de sacar el anecdotario de escenas racistas que ha vivido, pero, consciente de que mucha gente se sorprende todavía, se esfuerza una vez más y lo lanza.
Enseguida, Mbomío explica por qué detesta quedarse “en las anécdotas”. “Al final, parece que que todas nuestras experiencias, que no son algo personal sino sistémico, se reducen a eso, a lo subjetivo. ‘Será mala suerte, será casualidad, yo tengo una amiga negra y a ella no le ha pasado’... Este tipo de cosas se dan porque existe un racismo que es sistémico y que subyace a estas anécdotas”, argumenta. “Mucha gente dice: ‘Esto te ha hecho más fuerte’. Pero como dice el artista Chojin: ‘Yo no quería ser más fuerte; yo quería ser como el resto’. Y no creo que nadie quiera dar pena, no es un sentimiento agradable”.
“Desde pequeños nos enseñan que ser racista es algo malo, pero no nos enseñan a no serlo. Nos dicen ‘todos somos iguales’ pero luego no nos muestran que sea así. Vivimos en los mismos sitios, pero probablemente nuestra realidad sea diferente. ¿Cuántas personas no blancas trabajan contigo? ¿Cuántos amigos no blancos tienes?”, pregunta. “Siempre hay una especie de perpetuo extrañamiento entre la gente que no conoce nuestra realidad y se preguntan: Jo, ¿de verdad hay racismo? Pero, ¿a ti te ha pasado?”, plantea.
Para Mbomío, uno de los ejes de este racismo sistémico es que en los currículos escolares no se estudie la historia de España como un lugar que lleva intrínsecas la migración y la población no blanca prácticamente desde sus orígenes. “Para mucha gente, somos perpetuamente ‘recién llegados’, por mucho que seas castellana vieja y tu pasaporte diga lo contrario”, señala.
De hecho, la periodista, de padre guineano y madre española, nació “con el DNI español debajo del brazo”, por lo que en ese sentido se considera “afortunada”. Ella no ha tenido que pelearse con la Ley de Extranjería, “que aboca a mucha gente a huir, que les impide convalidar sus titulaciones y les obliga a trabajar en condiciones pésimas porque dependen de la bondad de su empleador y no de un sistema justo”. “Hablo de los cuidados domésticos, pero también del sector del campo”, aclara. “Hay quien dice que sólo nos movilizamos por Estados Unidos, pero no. Hay muchísima gente que lleva años movilizándose; otra cosa es que sólo nos hagan caso ahora porque ha pasado lo de Estados Unidos. Es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”.
“Soy afroespañola y, con eso, me refiero a que he nacido en España pero tengo ascendencia africana, de Guinea Ecuatorial y Camerún”, se presenta Shandra Molins, activista de 29 años dentro de la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España (CNAAE).
La CNAAE es uno de los colectivos que convocó las manifestaciones contra el racismo la semana pasada en varias ciudades de España. “Hemos reivindicado esta muerte [de George Floyd] porque nos ha tocado bastante, porque el momento está grabado y sentimos que hay que decir ‘ya basta’. Pero queremos pedir un ‘stop racismo’ mundial, porque no sólo se vive en Estados Unidos”, explica.
“Queremos más respeto”, pide Molins. También en España. “Hablo de los manteros, a los que persigue la Policía, hablo de los jornaleros, con unas condiciones de vida terribles a pesar de que nos abastecen, y hablo de los CIEs, donde hay abusos que quedan impunes. Estos temas han sido tabú y las instituciones del Gobierno han estado mirando a otro lado. La muerte de George Floyd ha causado mucho revuelo, pero nosotros también queremos dar voz a nuestros hermanos que se juegan la vida a diario en el Mediterráneo”, defiende.
“A la población española le cuesta entender o asumir que ya hay varias generaciones de migrantes, que puedes ser negro y español. Nos juzgan por el color de la piel. Si fuera blanca pero de ascendencia italiana no me lo discutirían”.