Es tiempo para la esperanza
Los mejores momentos de humanidad se han producido cuando el mosaico de sociedades que la componen ha apostado por la libertad, la alegría y la tolerancia
No cabe duda de que las emociones de los votantes pueden determinar, en gran medida, los resultados de unas elecciones, ya que condicionan nuestra percepción del mundo e influyen en nuestras actitudes hacia las personas y acontecimientos de nuestro entorno.
Hace ya mucho tiempo que se empezó a utilizar la “propaganda” para situar la contienda política en el ámbito emocional, mucho más subjetivo, en detrimento de una decisión racional por parte de los votantes que supondría un escrutinio a fondo de la letra pequeña de las propuestas partidistas. Hoy en día, la construcción de relatos políticos capaces de modificar las emociones y, por tanto, las actitudes del electorado está de moda. Podemos encontrar múltiples ejemplos de ello, aunque los más clamorosos los tenemos en la campaña Trump y en la del Brexit.
Los conservadores llevan ventaja en esta materia, ya que a través de sus fundaciones dedican mucho tiempo a investigar sobre estas cuestiones. No tanto la izquierda que con frecuencia sigue prefiriendo el discurso de la razón frente al de la emoción. Por ejemplo, han aprendido que el miedo es una de las emociones más potentes y que más condicionan el comportamiento de las personas. De hecho, las formaciones ultraderechistas llevan toda la vida usándolo para construir su discurso político.
Miedo a lo diferente, a lo que no se comprende, a quien no tiene nuestras mismas creencias, idioma o cultura. La ultraderecha utiliza el miedo para generar enemigos virtuales y separar la sociedad entre el nosotros y los que no son como nosotros. Pero las sociedades construidas desde el miedo se empequeñecen y aíslan, volviéndose más débiles y vulnerables frente a sus problemas y competidores reales.
No podemos caer en la trampa. La ultraderecha juega con el miedo, pero en realidad quienes tienen miedo son sus líderes. Miedo ante un mundo que cambia y evoluciona a una velocidad a la que no son capaces de adaptarse, miedo ante todo aquello que su rígida y estrecha moral no entiende o, sin más, no admite, miedo ante la decadencia del statu patriarcal establecido durante generaciones y la posibilidad real de perder la posición dominante que hasta ahora una parte de la sociedad ha mantenido sobre la otra. Miedo, en definitiva, ante un futuro que no comprenden y que no saben que les va a deparar.
¿Qué nos demuestra la historia? Que los mejores momentos de humanidad se han producido cuando el mosaico de sociedades que la componen ha apostado por la libertad, la alegría, la esperanza, la felicidad, la apertura, la tolerancia, la solidaridad, la innovación, la luminosidad o la creatividad, ignorando el miedo que las atenazaban en los periodos más oscuros.
En esto, los conservadores nuevamente nos han dado una lección. Díaz Ayuso construyó parte de su campaña basándose en emociones positivas que resumió en la palabra “libertad”. En realidad, quería decir “felicidad”, la que genera la posibilidad de tomarse una cerveza tranquilamente con los amigos y seres queridos después de un día duro de trabajo marcado por las adversidades de la pandemia.
Sin embargo, la izquierda madrileña construyó un relato racional y lógico ajustado a la responsabilidad de las administraciones públicas de tomar las medidas necesarias para combatir la pandemia. Un relato que necesariamente estaba basado en las consecuencias negativas sobre la salud y la vida y, por tanto, en el miedo a sufrir éstas.
De poco sirvió que el debate acabase centrado en el eje del fascismo y el comunismo. Las emociones positivas se impusieron sobre la razón. ¿Por qué? Porque la Sra. Díaz Ayuso fue capaz de conectar con los sentimientos de unos electores cansados por largos meses de restricciones. No se trata, por tanto, solo de emociones, sino también de la habilidad para tomarle el pulso a una sociedad agotada por dos crisis consecutivas que han hecho tambalearse la prosperidad y los logros alcanzados en las últimas décadas.
El PP de Casado, en la Convención que ha celebrado recientemente, ha decidido refugiarse de nuevo en el miedo como palanca de movilización de la derecha española. Miedo a la inmigración, miedo al feminismo, miedo a la diversidad, miedo a perder el statu en una sociedad que rechaza corsés morales e ideológicos anclados en un tiempo que ni fue mejor ni va a volver.
Bonaparte decía “si el oponente se está equivocando, mejor no distraerlo”. Mientras tanto, la izquierda puede mirarse en Barak Obama, que durante la campaña electoral que lo convirtió por primera vez en presidente de los Estados Unidos utilizó una idea muy sencilla: después de una tormenta, por muy larga y dura que esta sea, siempre vuelve la calma, el cielo se despeja y sale el sol en un nuevo amanecer. Hablaba de esperanza, y ganó.