¿Es posible que la maldición de Tecumseh adopte la forma de COVID-19?
A lo largo de la historia de la humanidad hemos visto el desvanecimiento de muchas civilizaciones que parecían inmunes al paso del tiempo...
El androide Roy Batty de Blade Runner, en su conocido monólogo final, defiende que las civilizaciones desaparecen como lágrimas en la lluvia. La verdad es que a lo largo de la historia de la humanidad hemos visto el desvanecimiento de muchas civilizaciones que parecían inmunes al paso del tiempo y, si algo hemos aprendido, es que nada es imperecedero.
Algunas se han eclipsado envueltas en el velo de una maldición. Se cuenta que el dios Apolo se enamoró de Casandra −hija del rey de Troya− y que le concedió, para convencerla de su amor, el don de la profecía. Sin embargo, al no verse correspondido maldijo su dádiva, de forma que nadie creyera a partir de ese momento en sus augurios. Las consecuencias fueron dramáticas, Troya fue devastada.
En algún caso la maldición se centra en personas con nombres y apellidos. Así, por ejemplo, el último gran maestre de los templarios –Jacques de Molay− lanzó una maldición antes de arder en la hoguera, emplazaba a los que le habían condenado injustamente a comparecer ante Dios en el plazo de un año. Eso fue precisamente lo que sucedió, antes de cumplirse el primer aniversario murieron el papa Clemente V, el rey Felipe IV de Francia y Guillaume de Nogaret.
En ocasiones las maldiciones están sujetas a profusas interpretaciones. En la tumba de Timur o Tamerlán, el líder otomano que vivió allá por el siglo catorce, se podía leer: “Cuando me levante de entre los muertos, el mundo temblará”. ¿Se refería a un movimiento sísmico, a una terrible epidemia…? Pues bien, en el año 1941 el arqueólogo ruso Mijail Gerasimov excavó la tumba y dos días después Alemania invadió la Unión Soviética. El resto ya es historia.
La cultura estadounidense tampoco es ajena a los mitos y mucho menos a las maldiciones. Una de los más singulares es la conocida como maldición de Tecumseh. Se cuenta que tras la muerte de este guerrero, que pertenecía a la tribu de los Shawnee, su hermano –el chamán Tenskwatana− lanzó la siguiente sentencia: “Harrison morirá y cuando él muera ustedes recordarán la muerte de mi hermano Tecumseh. Ustedes creen que he perdido mis poderes, yo que hago que el sol se oscurezca y los pieles rojas dejen el aguardiente. Pero les digo que él morirá y después de él, todo gran jefe escogido cada veinte años de ahí en adelante morirá”.
Con la maldición, el chamán había puesto en su ojo de mira a William Henry Harrison, el que por entonces era el noveno presidente de Estados Unidos, y todos los presidentes que ganaran las elecciones cada veinte años a partir de él. ¿Qué sucedió?
Harrison había sido elegido en 1840 y falleció durante el mandato presidencial –siendo el primero en hacerlo− a consecuencia de una neumonía. Veinte años después (1860) se alzó con el poder Abraham Lincoln, que fue asesinado años después, siendo todavía presidente, por un simpatizante de los sudistas.
La siguiente víctima de la maldición fue James Garfield, vigésimo presidente de Estados Unidos, que murió en 1881, un año después de ganar las elecciones.
En 1900 William McKinley fue elegido presidente por segunda vez, pero tan sólo pudo estar al frente del país de las barras y las estrellas durante un año, ya que fue asesinado por el anarquista Leon Czolgosz. Era la cuarta víctima de la maldición.
Dos décadas Warren G. Harding salió victorioso en las urnas y pereció tres años después a consecuencia de un accidente cerebrovascular. De ahí pasamos al vencedor de las elecciones presidenciales de 1940 −Franklin D. Roosevelt−, que sucumbió en el cargo años después a consecuencia de una hemorragia cerebral. En 1960 las urnas encumbraron a John F. Kennedy, que fue brutalmente asesinado durante su mandato presidencial.
Afortunadamente la maldición no es infalible y dos presidentes han conseguido esquivarla. El primero en hacerlo fue Ronald Reagan, si bien es cierto, que sufrió un atentado en 1981 que a punto estuvo de costarle la vida. También sobrevivió el siguiente presidente –George W. Bush−, pese a que en 2005 un georgiano lanzó una granada contra él mientras daba un discurso en Tiflis.
Nos encontramos en el año 2020, en unos días se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el mito de Tecumseh no tiene, que sepamos, fecha de caducidad. El próximo inquilino de la Casa Blanca deberá estar muy atento a todo tipo de eventualidades durante los próximos cuatro años, incluidas las biológicas...
Cuando toda esta pandemia termine, que terminará, y pasen muchos años, seguramente algunos de nosotros la recordaremos entornando los ojos y recitando parte del monólogo de Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannahäuser…”.