Mucho más que un lugar religioso
Lo más grande de un monumento como Notre Dame de París es que tiene muchas lecturas, muchas capas de significado, muchos niveles de autoría a lo largo de los siglos. Tiene un enorme valor artístico y, además, una gran carga simbólica.
En los años 60 del siglo XII, cuando Sully, obispo de París, y el rey Luis VII dieron orden de construirla, las catedrales eran una fabulosa empresa respaldada por la Iglesia y la monarquía. Estos inmensos edificios eran una de las mejores expresiones de poder, no sólo por la inversión de trabajo, tiempo y riqueza que requerían, sino también por el alarde técnico que suponían. Los grandes arquitectos y los canteros de la época emprendieron una especie de competición por ver quién era capaz de construir la iglesia más alta y diáfana, la más luminosa, proporcionada y armónica. L’Île de France fue uno de los focos de surgimiento del gótico, el lugar donde los arquitectos comenzaron a elevar y horadar los muros hasta lo insospechado, a apoyar las bóvedas en contrafuertes y arbotantes, a colocar en los ventanales vidrieras de colores que todos admiraban como una manifestación de la luz divina.
Las catedrales desde entonces son un emblema de las ciudades donde emergieron. En muchos lugares del mundo, aquellos enormes edificios de culto han sido durante siglos el corazón y el foco de la vida urbana. En torno a las catedrales se desarrollaba el comercio, ante sus puertas se impartía justicia, se hacían proclamas políticas y se llamaba a la revolución. Notre Dame fue uno de los escenarios de los acontecimientos políticos y sociales más trascendentales de París, de Francia y, por extensión, de Europa. Y eso desde su construcción hasta hoy; y eso a pesar del turismo masivo. Durante las guerras mundiales todos los parisinos vigilaron que su catedral estuviera a salvo, como hicieron los madrileños con el Museo del Prado durante el asedio a Madrid en la guerra civil. El arte y los monumentos, tengan la función o el origen que tengan, nos pertenecen a todos los ciudadanos del mundo. Son parte de nuestra identidad colectiva y de nuestra memoria.
Cómo no sobrecogerse ante la visión de una catedral en llamas. Hoy he recordado lo que sucedió en 2013 en Alepo, cuando ardió su hermosa mezquita mayor. Hoy no sólo París está estremecida. Porque una catedral no es sólo un lugar religioso, es una obra de arte, un símbolo, un lugar de memoria, un centro de vida que tiene valor para todos.