José Errasti: "La Ley Trans en principio me parece una ley equivocada"
Junto a Marino Pérez Álvarez es el autor de 'Nadie nace en un cuerpo equivocado'.
Controvertido es el tema que José Errasti —profesor titular en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo— y Marino Pérez Álvarez —catedrático de Psicología Clínica en el mismo centro— abordan en Nadie nace en un cuerpo equivocado (Deusto), que ha llegado esta semana a las librerías y en el que ponen en cuestión la teoría queer.
“Pedimos que se nos permita debatir”, asegura el primero en conversación telemática con El HuffPost. “El libro entero son 300 páginas argumentadas y lo que hay que hacer es discutirlo”, incide Errasti, que puntualiza que no están “movidos por el odio”, aunque en redes sociales se encuentra recurrentemente con que le tachan de tránsfobo. “Por primera vez en mi vida me encuentro que el único argumento que tengo enfrente es que yo soy una mala persona”, lamenta al respecto.
Califica de “equivocada” la Ley Trans, de la que dice que en el libro hacen “una crítica general a la ideología que hay detrás” y tampoco se muestra partidario del lenguaje inclusivo. Estos son sus motivos.
Empiezo preguntándote por la dedicatoria, porque la hacéis precisamente a los universitarios y les mandáis ahí un mensaje. ¿Por qué así?
Sí, la dedicatoria tiene su miga y está pensada porque hay, digamos, ciertas tendencias en la universidad actual para que no se moleste de ninguna manera a los alumnos y no se les diga nada que les pueda hacer cuestionarse las propias ideas con las que llegan. Y esto a veces se presenta como que la universidad debe ser un espacio seguro en el sentido de que no oigan nada que les chirríe respecto de sus ideas previas.
Nosotros pensamos, por el contrario, que la Universidad ha de ser el sitio más inseguro del mundo, tanto para los alumnos como para los profesores. Cualquier persona que atraviesa la puerta de una facultad universitaria a partir de ese momento se está arriesgando a que sus ideas cambien.
En este libro habláis de lo que llamáis el “espejismo queer”. Por entrar un poco en materia, en una breve pincelada, aunque es un asunto complejo, ¿qué es esto?
Es una idea que hemos desarrollado y que nos parece que capta muy bien cuál es la clave del problema al que nos enfrentamos. En los espejismos los fenómenos se ven nítidamente y su imagen no es errónea, el problema es que está al revés, es que está boca abajo. La teoría queer, entendemos, peca no tanto de que lo que dibuja esté erróneamente dibujado como cuanto que invierte la lógica de las cosas y las presenta claramente al revés de lo que verdaderamente son.
Ya el feminismo desde los años 80, había entendido que el género, es decir los estereotipos sexuales, era una construcción política que las personas interiorizábamos. Debido a la educación, debido a la socialización, hay una construcción política, cultural, social, acerca de qué es ser varón y qué es ser mujer, y los niños educados en esas sociedades interiorizan esa forma de ser. En este sentido, el género iba de fuera a dentro, iba de la sociedad hacia el individuo. Y por el contrario, la teoría queer lo que ahora está defendiendo es la flecha inversa, el género como una especie de esencia, ellos dicen la palabra ‘identidad’, que es una palabra con una tradición filosófica importantísima que queda completamente banalizada en la expresión ‘identidad de género’. Ellos utilizan la palabra ‘identidad’ para dar la sensación de que es algo interior al individuo, que lo manifiesta públicamente y que brota hacia la sociedad.
Esto no es trivial, porque si va de afuera hacia adentro, podemos hacer una crítica política de lo que es el género y los estereotipos sexuales pero, por el contrario, si el género brota del interior de una esencia que mágicamente está en tu interior desde que eres niño, si el género brota de tu interior hacia el exterior, ya no cabe crítica política. Y en este sentido, la teoría queer, este espejismo, esta inversión de cómo son las cosas, pues resulta no solamente ser errónea, sino también ser una terrible fuente de desactivación política y de conformismo.
Hay un apartado en el libro que decís ’¿por qué nos hemos metido en esto? Te hago esa misma pregunta. ¿Por qué habéis abordado esta cuestión?
Nosotros, tanto Marino como yo, somos profesores universitarios y explicamos asignaturas, Marino de Intervención Psicológica y Psicoterapia y yo de Psicología de la personalidad. Nuestras asignaturas son básicamente teóricas y conceptuales y vivíamos muy felices en nuestra condición de profesores, explicando nuestros aspectos filosóficos y debatiendo entre nosotros. Pero de pronto estas cuestiones filosóficas comienzan a tener repercusiones sociales inesperadas y de pronto, por poner un ejemplo extremo, en las redes sociales empiezan a aparecer chicas de 16 años luciendo orgullosas las cicatrices de sus dobles mastectomías al haberse quitado el pecho y afirmando que ahora, por fin, ellas ya son ellos y ellos son la persona que verdaderamente eran.
Y justamente yo llevo, Marino igual, 30 años hablando en clase, criticando estos mitos del auténtico yo, de la esencia interior, etcétera. Criticándolos por ser una construcción del individualismo neoliberal, una construcción del irracionalismo, del sentimentalismo, del infantilismo de la sociedad.
Así que de pronto nos encontramos que nuestra docencia, básicamente teórica, empieza a tener algo que decir ante un problema social real. Personas reales sufriendo y tomando malas decisiones. Y políticamente, médicamente, psicológicamente, decisiones muy discutibles acerca de cómo gestionar su sufrimiento. Así que decidimos que había que salir a la plaza pública. No creas que nos hace especial ilusión, pero es que se nos caería la cara de vergüenza si no lo hacemos. La Academia está silenciada, está siendo callada, todo el mundo se pone de perfil, nadie se quiere meter en líos.
En este ejemplo que mencionas hablas de decisiones discutibles, pero esas chicas —u otros ejemplos— son personas que estarían sufriendo y quizá con esa decisión son felices.
Claro, claro, efectivamente. Nosotros respetamos absolutamente a esas personas, las cuales están sufriendo de una forma indiscutible. En ningún momento, de ninguna manera, estamos dudando de la realidad del sufrimiento de estas personas. Estamos pidiendo que se nos permita discutir sobre fundamentos sólidamente asentados en la psicología acerca de cuál sería la mejor forma de tratar ese sufrimiento. No la mejor forma a corto plazo. No la mejor forma que sale de los eslóganes de los centros comerciales o de las cadenas de televisión. No la mejor forma que se está difundiendo en las redes sociales por personas que de forma seductora dicen que esa es la solución a todos los problemas. Y pedimos que se nos permita debatir.
Desde luego, no nos negamos en absoluto a que haya casos en donde la solución quirúrgica, por ejemplo, se lleve a cabo, pero pedimos un estudio atento de cada caso, un estudio que aplique los conocimientos de la psicología y de la intervención a cada caso particular, de forma meticulosa y paciente y prudente.
Sabemos, porque todos los estudios lo dicen, que entre el 85% y el 90% de los adolescentes que sienten que están en un cuerpo que no es el suyo dejan de sentir esto y resuelven su disforia meramente dejando que el crecimiento avance.
Por el contrario, si a partir de los 14 años comienzan a tomar bloqueadores puberales que impiden que se desarrollen los caracteres sexuales secundarios, o empiezan ya a tomar hormonas con cruzada, o ya excuso decir si ya se meten en cuestiones quirúrgicas, pues ya han tomado un compromiso vital e irreversible, prematuro, quizá no prudente, que debería haber esperado a ver qué pasa tras una temporada de seguimiento. La cuestión es que desde la teoría queer y desde cierto transactivismo, se busca que ya prácticamente desde el primer día que un adolescente expresa su malestar con su cuerpo, ya se le ponga en medicación y pensamos que eso debería limitarse tan solo a casos mucho mejor estudiados, mucho más prudentemente para evitar que solamente por la manifestación de un adolescente podamos podamos convertir en pacientes crónicos para el resto de su vida, medicados para el resto de su vida.
Pero insisto, en ningún momento se discute su sufrimiento que consideramos absolutamente real.
¿Qué consejo darías entonces a unos padres que se encuentran con esta situación, con un hijo que les dice que no se siente niño, no se siente niña, que quiere cambiar? Entiendo que tú aconsejarías esperar.
Aconsejaría lo que clásicamente en psicoterapia se ha llamado ‘espera atenta’. Esperar no es meramente dejar pasar el tiempo, ¿verdad? Esperar es ser prudentes, es llevar a cabo un proceso de evaluación, de hablar con la persona, de proponerle el abanico de soluciones que hay, de no aceptar acríticamente todo lo que esa persona nos diga.
Esa persona nos habla repitiendo —como todos hacemos, como hago yo, como haces tú, como hacemos el 100% de las personas— lo que hemos aprendido a decir. Y en la adolescencia hay fuentes de influencia social muy importantes que la actualidad están diciendo que efectivamente se puede nacer en un cuerpo que no es el tuyo, que en el momento de la fecundación, cuando se juntaron el espermatozoide y el óvulo, cabe la posibilidad de que haya ocurrido un error. Esta es una idea descabellada, casi presupone una existencia previa de la persona a la fecundación.
Pues bien, el psicólogo, el médico, la persona que interactúa con este joven que sufre, debe efectivamente escuchar lo que dice, pero no debe limitarse a asentir con la cabeza. Los profesionales no estudian seis u ocho años para limitarse a decir que sí a lo que le está contando la persona. E insisto, no estoy infravalorando de ninguna manera la narración que nos hacen, tan solo digo que no es la manifestación de una interioridad pura, sino que es algo que han aprendido a decir socialmente. No digo que ellos tengan un punto de vista especialmente menos interesante o más voluble.
De tal forma que lo que hay que hacer es efectivamente una espera atenta, acompañar a la persona, intentar comprenderla, proponerle otras soluciones antes de tomar decisiones irreversibles. Y si finalmente la disforia se mantiene durante mucho tiempo, efectivamente, pues cómo no, la transición puede ser una de las posibilidades que se valoren.
Mencionáis en el libro que puede haber casos de padres bien intencionados, pero que hacen una “sobrevalidación” en estos casos…
Si, así es. Nadie discute que en la totalidad de los casos los padres tienen la mejor de las voluntades y que justamente ante un problema como éste, que le resulta tan nuevo, tan inesperado, que no conocieron ellos en su propia juventud, pues no saben muy bien cómo actuar. En ocasiones adoptan un punto de vista completamente negativo, intolerante, casi agresivo. ‘Pues de ninguna manera. Pues es normal. Esto es intolerable. Estas loco’ o cosas por el estilo, que pensamos que es completamente inadecuado.
También en otras ocasiones, por el contrario, también por un efecto social de no ser acusados de ser trasnochados o algo por el estilo, hipervalidan, ellos mismos comienzan a alimentar y esa misma tarde ya acuden a comprar ropa del sexo contrario a los centros comerciales junto con su hija.
Insisto, yo creo que aquí la prudencia es importante. Todos hemos sido adolescentes. Desde luego no están locos. Este problema no aparece porque sí. Es la manifestación de serios problemas sociales que hay en la actualidad respecto del sexo y el género. El auge del machismo, que ha resurgido en las redes sociales tras una etapa en la que parecía haberse atenuado, los terribles problemas que presentan la nueva forma de vivir el sexo y el género en la adolescencia, pues hay que estar atentos, intentar comprender verdad lo que lo que está ocurriendo con con el joven que nos habla y acompañarle en su sufrimiento e intentar ayudarle. Pero muchas veces la mejor forma de ayudar no es simplemente decir que sí a lo que nos piden.
Si la persona sufre se nos pide que apliquemos a este sufrimiento emocional principios excepcionales que no aplicamos al resto de sufrimientos emocionales que las personas tenemos cuando los psicólogos intervenimos en problemas de ansiedad, de depresión, en disforias de otro tipo, en problema problemas de otro tipo. Se nos pide que en este caso hagamos una excepción y lo tratemos como no tratamos ningún otro problema. Y yo creo que eso es un error.
¿Qué acogida os estáis encontrando del libro? ¿Pesan más las críticas o los apoyos?
Cuando nosotros comentamos ya hace unos cuantos meses a nuestros amigos y a los compañeros de la facultad que íbamos a sacar este libro, la gente decía ‘¡madre mía, la que os va a caer encima, os van a fusilar directamente en la plaza pública!’. Y la que nos ha caído encima es enorme, pero de apoyos. Estamos auténticamente sorprendidos y auténticamente encantados de la cantidad de apoyos que estamos recibiendo. Esto es hasta numéricamente consta constatable, en las redes sociales numéricamente se puede apreciar que el apoyo es hipermayoritario a favor.
Pero no solamente eso. Compañeros, colegas, profesionales, gente del ámbito clínico, de la psicología, de la medicina, muchísimos profesores de instituto que se enfrentan de pronto a estos problemas, profesionales que llevan 30 años dando clase y que de pronto este año por primera vez tienen cuatro chicas trans o cuatro chicos trans en clase, nos están felicitando por habernos atrevido a hablar… ¿Cómo atrevido? Vivimos en la universidad, nuestro trabajo es debatir y opinar. No hay que ser valiente para opinar de estas cosas. La respuesta negativa yo creo que está siendo claramente marginal.
Twitter siempre es un ámbito muy escandaloso hoy y da la impresión de que todo está superencendido y tal. Luego en la calle las cosas no son así y estamos muy gratamente sorprendidos. Yo sinceramente no me lo esperaba.
Mencionas justo Twitter, ¿qué le dirías a aquellos en los que en esa red social te llaman tránsfobo? Repetidas veces te lo llaman.
Claro que sí, por supuesto que me lo llaman. El recurso siempre a la acusación de odios se utiliza cuando no puede rebatir los argumentos que te están presentando. Yo he debatido toda mi vida, llevo 30 años de profesor, imagínate además en Psicología, llevo 30 años debatiendo con compañeros, con colegas, pero por primera vez en mi vida me encuentro que el único argumento que tengo enfrente es que yo soy una mala persona. Eso no me había pasado nunca debatiendo respecto de ningún otro tema.
No se entra a reconocer o actuar o a refutar los argumentos que yo presento, sino que se me pretende excluir del debate alegando que poseo algún tipo de tara mental o algún tipo de odio, algún tipo de mala voluntad en mis opiniones, que sencillamente hacen que yo no deba participar en el debate. Esas son las acusaciones de fobias, de transfobia, que es la básica que se nos hace. Es una forma de decir ‘cállate, tú no estás autorizado para opinar porque eres una mala persona y a las malas personas no se les puede permitir hablar’. El debate académico se ha banalizado, se ha sentimentalizado. Y hay un intento por convertir el debate académico en el debate de un reality show con un debate de las televisiones del corazón. Yo creo que simplemente eso no es un argumento.
No estamos movidos por el odio. Todo lo contrario. Estamos movidos por nuestra responsabilidad como psicólogos para intentar ayudar de la mejor forma posible, que no tiene porque ser la obvia ni la que la persona nos está demandando inmediatamente a los 15 años de edad, a las personas que sufren. Estamos presentando argumentos razonados fundados en bibliografía. El libro entero son 300 páginas argumentadas y lo que hay que hacer es discutirlo. Nos podremos haber equivocado en mil cosas, para eso está el debate académico. Nuestro libro es un punto de partida, no es un punto final para nada. Debatámoslo, pero que no se nos excluya del debate simplemente diciendo que odiamos y somos malas personas y que por tanto, punto final, se nos ha de cancelar.
Este martes publicamos en el Huff un adelanto, un pequeño fragmento del libro. En Twitter algún usuario te comentaba que le parecías “un salmón a contracorriente”. Esto es algo que también mencionáis, que de la teoría queer decís que “se sale remando un poco a contracorriente”, ¿te sientes así?
Sí, un poco sí. Vivimos en una sociedad hiperindividualizada, superindividualista, supersentimentalista, bastante infantilizada, en donde la idea de un yo interno autogenerado, ‘yo soy único, yo soy especial, yo soy diferente’, está terriblemente interiorizada por las personas, con lo cual este tipo de teorías digamos que reman a favor del viento social, de la ideología social, está apoyada por todas las grandes corporaciones, por todos los medios de comunicación, por todos los grupos mediáticos, por todo el gran capital y la encontramos en todas las películas de Hollywood, en todas las series de Netflix, en todos los programas de televisión, en todas las redes sociales. Es difícil oponerse a ello. Hay que remar un poco contracorriente.
Hay que argumentar y es difícil argumentar si tienes un límite de 280 caracteres, como ocurre en Twitter, de tal forma que los que proponemos una visión que no va a favor del individualismo neoliberal, necesitaríamos al menos que nos permitiera hacer mensajes un poquito más largos, porque siempre oponerse a los prejuicios requiere un poco más de tiempo para explicarse, para demostrar que en verdad el emperador va desnudo, que las cosas no son como nos están diciendo que son.
Y este enfoque queer, ahora que sacas de esta parte más política, ¿casa más con la izquierda, con la derecha o en ambas?
Es la tormenta perfecta, porque por un lado la izquierda, cierta izquierda, está desnortada, se abraza a las defensas identitarias minoritarias porque tienen un aire de familia con cuestiones transgresoras, con cuestiones vanguardistas, con supuestas filosofías punteras que curiosamente han nacido en la en la universidad privada norteamericana pagada por el señor Rockefeller, donde ha nacido al parecer la filosofía progresista por excelencia, de tal forma que sí, cierta izquierda se abraza más por motivos emocionales, por motivos de familia, que por solidez en estas cuestiones.
Y por otro lado, claro, el neoliberalismo, que es una fábrica de identidades, de subjetividades… tú paseas por cualquier centro comercial y están permanentemente adulándote: ‘tú eres único, eres especial, tienes derecho a todo, debes exigirlo todo, estamos aquí para ti, todos tus deseos son válidos’. Tú, tú, tú, esta fábrica permanente de subjetividades que es el neoliberalismo, pues resulta que casa maravillosamente.
Y entonces, por un lado, nos encontramos con una retórica revolucionaria y transgresora, y por otro lado nos encontramos con que se multiplican por 100 las clínicas privadas de reasignación de sexo. Es un negocio floreciente, apoyado a su vez por cierta parte de la izquierda. Yo entiendo que no es toda la izquierda en absoluto. Hace unos meses no recuerdo exactamente febrero o marzo, quizá del año pasado, hubo miles y miles de feministas de Podemos que firmaron un manifiesto contra la ley trans. Pocos días después, miles y miles de feministas del PSOE hicieron lo mismo y pocos días después miles y miles de feministas de Izquierda Unida hicieron lo mismo, con lo cual no creo que haya unanimidad para nada en la izquierda en estas cuestiones.
Es una izquierda meramente emocional o sentimental que ha caído en la trampa de asociar la identidad de género con la orientación sexual cuando son temas diferentes. Nadie discute, por favor, en absoluto los derechos de las orientaciones sexuales, los derechos gays, lésbicos o bisexuales, es un tema que damos por absolutísimamente superado, quitando cuatro carcamales de VOX, quitando a cuatro personas de extrema derecha completamente cavernícolas. Pero esta identidad de género, esta esencia masculina o femenina que ahora al parecer traemos autogenerada porque sí es otro tema diferente que no tiene nada que ver con con la orientación sexual y que desde luego no procede de un análisis racional, materialista o socialista que debería caracterizar a la izquierda.
¿Qué opinión te merece la Ley Trans?
Pues la Ley Trans en principio me parece una ley equivocada. Es una ley que está en este momento sometida a debate, que ya hemos visto que el PSOE la ha apoyado o no apoyado en función casi de de intercambios políticos cortoplacistas con el grupo de Podemos, que era el que la defendía.
No somos juristas ni Marino ni yo. Los dos tenemos la carrera de Psicología y de Filosofía y más allá de la letra concreta de que ‘en tal artículo comete este error’ lo que estamos haciendo es una crítica general a la ideología que hay detrás. Desde luego hay un problema, desde luego hay que intentar solucionarlo. Hay personas que realmente están sufriendo cada vez más, en incrementos, a lo mejor de un 3.000%, 4.000%. De pronto, si antes una unidad de género, por ejemplo, en un hospital, tenía tres o cuatro casos anuales, ahora tiene 300 o 400. Hay gente sufriendo y hay que ayudarla. Y la mejor forma de ayudarla es conceptualizar bien lo que les está pasando. A lo mejor no les está pasando lo que la retórica de Netflix o de Hollywood está diciendo que les está pasando.
¿Y qué opinas de otra cuestión, del lenguaje inclusivo?
El género gramatical marca el sexo de los seres vivos. En los objetos inanimados el género es casi arbitrario, pero cuando hablamos del perro y la perra, el gato y la gata marca el sexo de los seres vivos. No marca su género, no marca sus gustos particulares, no marca el estereotipo sexual al que pertenece.
Los ancianos no tienen morfemas de género propios ni los jóvenes o las personas discapacitadas o las no discapacitadas. El género gramatical marca el sexo, es decir, si la función reproductiva va a ser la de fecundar o la de gestar. Pretender que yo soy tan especial que requiero que incluso en el propio lenguaje existan morfemas propios para mí, que me distingan del resto de la gente, es sencillamente una pretensión que no tiene el menor fundamento lingüístico.
Nunca ningún morfema está asociado a gustos, a estereotipos, a como te sientas tú. Yo soy español, pero me puedo sentir muy portugués y no por ello puedo reclamar que haya un morfema particular y una letra particular en los adjetivos y en los artículos y en los sustantivos para referirse a mí.
Yo creo que, de nuevo, no es más que más que un intento de crear una pseudorevolución, una revolución de pacotilla. El lenguaje, en cierto sentido, crea cierta forma de realidad, pero, pero desde luego es mucho más un efecto que una causa, no de las condiciones objetivas que están determinando la realidad social en la que vivimos. Y bueno, estas grandes reivindicaciones que al final son lingüísticas, ¿verdad? Recuerdo el día que Irene Montero anunció en un tuit a bombo y platillo que el Instituto de la Mujer pasaba a llamarse el Instituto de las Mujeres pues la verdad es que yo recordé a Groucho Marx en Sopa de ganso, haciendo alguno de esos discursos completamente irrelevantes.
En el último artículo que has publicado en El HuffPost hablas de fobofobia. ¿Qué quieres decir cuando empleas este término?
El tema de la transfobia que comentábamos antes no se limita únicamente a lo trans. Hoy en día hay un millón de fobias y de hecho ya en las discusiones políticas yo ya he oído hablar de madrileñofobia, o catalanofobia, aporofobia y tal…
Ahora ya simplemente para desacreditar a la persona que tenemos enfrente, nos basta con acusarle de padecer una fobia. Además las nuevas fobias tienen la característica de que si el individuo reconoce que las tiene se confirman y que si el individuo reconoce que no las tiene, también se confirma. Yo hice un artículo pues así, un poquitín, irónico, que es como me gusta escribir, diciendo que todos los problemas que hay en el mundo ahora, la crisis ucraniana, el las elecciones castellano leonesas, el tema que sea, en verdad no está motivado más que por fobias. No hay intereses económicos, bélicos, geoestratégicos en la frontera de Ucrania, es que Putin es ucranianofóbico o que Biden es rusofóbico. Pero bueno, efectivamente era un artículo irónico, para la mañana del domingo, no para leerlo así tranquilamente. Pero en el fondo sí tiene su sustancia por cómo se está banalizando y despistándonos respecto de donde verdaderamente están las cosas.
Porque donde verdaderamente está la clave del conflicto ruso-ucraniano no es en la mente de Putin ni en la mente de Biden. No es ahí donde está el problema, no está en sus emociones. Está en cuestiones objetivas, absolutamente objetivas, de geoestrategia mundial. Y en este tema que nos ocupa respecto del libro, respecto de la transfobia, lo que verdaderamente está ocurriendo tiene raíces objetivas y son problemas reales que como sociedad estamos afrontando y que reducirlos a que tú eres una buena persona, que amas y yo soy una mala persona que odio, es simplemente despistarse de dónde está la clave.
En otro post que también titulaste en esta línea, Transfobofobia, señalabas y cito textualmente “El miedo a ser llamado tránsfobo paraliza el pensamiento de una parte del feminismo”. ¿Por qué afirmabas esto?
También lo propongo irónicamente. Jugando con las palabras, en el contexto de una columna de El Huffington, yo proponía que más que transfobia lo que hay es transfobofobia, es decir, más que odio o miedo a las personas trans que, insisto, quitando cuatro carcamales de VOX, nadie tiene, lo que hay es mucho miedo a que te lo llamen porque supone una condena social y una acusación que puede ser muy grave para personas que, por ejemplo, viven de su imagen pública, para personas que viven de caer bien a la gente —todo el mundo del espectáculo cantantes, actores, etcétera—, de tal forma que mucha gente que en absoluto odia a las personas trans, lo que sí tiene es un miedo terrible a que les acusen de que odian a las personas trans.
Muchos profesionales nos lo han comentado durante estos días, ‘qué ganas teníamos de que alguien lo dijera porque nosotros estábamos callados por miedo a hablar’, porque da la impresión de que si te pronuncias con un análisis racional, pidiendo debatir, sin pretender tener la razón absoluta y respetando absolutamente los sentimientos y el sufrimiento de las personas trans, que en ningún momento se discute, ya de por sí te van a decir que eres una persona malvada, carca.
Afirmáis en el libro que el movimiento queer borra a la mujer como sujeto. ¿Qué significa esto?
Digamos que el movimiento queer lo que pretende es sustituir la materialidad del sexo, y en la reproducción yo fecundo y tú gestas. La teoría queer pretende sustituir esta materialidad del sexo que materialmente funda la discriminación de la mujer por una identidad de género que ocupe su lugar, en donde ahora ya la condición femenina o masculina no venga determinada por nuestra dimensión sexual, sino que venga determinada por una identidad sentimental que supuestamente brota de la persona. Es un poco lo que decíamos al comienzo, cuando decíamos que en verdad el género viene de la sociedad hacia el individuo, son estereotipos sexuales cargados de de poder político y de connotaciones machistas en los que nos educamos y que interiorizamos y entonces yo me considero más o menos masculino, más o menos femenino, porque el género, por supuesto, es un espectro.
No todos somos Barbie o Ken, sino que en el género hay todo una gama de colores entre los dos extremos. Pues bien, ahora no se considera que el género venga de la sociedad hacia el individuo, sino que, por el contrario, brota espontáneamente. Un niño a los tres años de pronto lo descubre y dice el padre ‘sí, ya se lo notábamos porque le gustaba mucho ponerse los vestidos de su hermana’ y por eso es mujer. En esta sustitución de la materialidad del sexo por una identidad sentida, en verdad lo que estamos llegando es por detrás, por la espalda, al machismo más retrógrado de toda la vida. Porque ahora ya ser trans no consiste, por ejemplo, en retar el papel de sumisión de la mujer y en ser una mujer activa, con iniciativa, con opinión propia…No, ahora ser trans es que ya desde los tres años te pintabas las uñas, te ponías los vestidos de los vestidos de tu hermana. Y en esta sustitución, la mujer, en tanto que sujeto político del feminismo reconocido en todos los tratados internacionales, que reconocen que la discriminación de la mujer se funda en su sexo, queda sustituida por una identidad emocional que, por otro lado, nadie sabe definir.
‘Mujeres es quien se sienta mujer’, pero claro, no podemos meter la palabra definida dentro de la definición, ¿no? Pero cualquier persona que sienta cualquier cosa será una mujer si rotula ese sentimiento como femenino. Nadie puede definir en qué consiste sentirse mujer. Cada uno lo puede sentir de formas completamente diferentes, que pueden no tener absolutamente nada en común, pero si una persona rotura una experiencia con la palabra mujer, eso le convierte en mujer. Y en ese sentido, la teoría queer distorsiona, emborrona, oscurece por completo el concepto de mujer y de varón, por supuesto. Oscurece por completo estos conceptos que se vuelven simplemente indefinibles. No hay forma de dar una definición, una definición normal de diccionario. Al igual que el diccionario, encontramos la palabra joven, viejo, nacional, extranjero, sano, enfermo, vivo o muerto. Todas estas son palabras con mil connotaciones, pero eso no impide que en el diccionario la palabra extranjero tenga una definición, pues no hay forma, por el contrario, ahora, de decir algo tan sencillo como qué es una mujer.
Decís que el sexo es binario, que no es un continuo. Pero ¿ahí dónde quedan, por ejemplo, las personas intersexuales?
Esa es una pregunta muy interesante. El sexo tiene que ver con la reproducción y la reproducción en la especie humana y en la práctica totalidad del árbol evolutivo está basada en el binarismo de fecundar y gestar. No hay elementos intermedios entre fecundar y gestar. Pero entonces tú me preguntas con razón, ¿entonces qué pasa con las personas intersexuales? El aparato reproductor humano en ocasiones, en pocas ocasiones, presenta ciertas alteraciones. Ocurre con el aparato locomotor humano. Hay personas que presentan agenesia, falta de desarrollo de alguna extremidad, o que tienen un número anómalo de dedos en las manos, o que tienen anomalías de nacimiento en las cavidades cardíacas.
No hay sistema del cuerpo humano que no venga con su pequeño porcentaje de variación biológica. Y efectivamente, pues más o menos dos de cada 10.000 personas nacen con genitales que no se ajustarían a esta cuestión. Pero eso no borra la lógica del aparato reproductor. Es decir, a partir de Darwin sabemos que lo que define los fenómenos biológicos es su función evolutiva y la adaptación que supone al medio.
Hay más de 40 variedades de variantes en el desarrollo sexual que se suelen agrupar como intersexuales. No están ‘entre’ los sexos a pesar de que se llamen ‘inter’, Es decir, el síndrome de Turner, el síndrome de Klinefelter u otros muchos no los podemos ordenar en un continuo en donde en un extremo estuviera una mujer y en el otro extremo un varón, de tal forma que que una mujer con síndrome de Turner, pues es un 92% mujer y un 8% varón y luego hay otro problema en donde alguien es un 45% mujere y un 55% varón. No es verdad. Una mujer con síndrome de Turner es tan mujer como cualquier otra mujer. Es mujer al 100%, a pesar de tener una condición intersexual y un varón con síndrome de Klinefelter es tan varón como cualquier otro varón.
El sexo no es un continuo, no es un espectro. Estas pequeñas variantes en el desarrollo intersexual son variaciones de mujeres y variaciones de varones, pero que no forman un continuo. ¿Qué sentido evolutivo tendría un continuo sexual para una reproducción que es binaria y está basada en la fecundación y en la gestación? ¿Ocurre esto también en los animales? ¿Hay gatos que sean un 18% macho y un 82% hembra? Eso es sencillamente malinterpretar conceptos biológicos, darles una interpretación predarwiniana y agarrarse a ese clavo ardiendo para pretender ajustar al sexo a la lógica, esta vez sí que continua que tiene el género. El género, obviamente, es continuo. Ahí sí que hay todas las gradaciones intermedias que quieras imaginarte y que podemos ordenarlas entre el arquetipo de mujer más tradicional y el de varón más tradicional. De todo lo que queramos poner en medio vamos a encontrar ejemplos. pero no es en absoluta esa la lógica que sigue el sexo, que sigue la función reproductiva humana.