Era machismo
Mercedes tenía razón. Quizá yo necesité 20 años para darme cuenta, pero aquí está el reconocimiento a su trabajo.
Estaba en 2º de la ESO, o sea que debía tener unos 12 o 13 años. Yo era la delegada de clase y, cada final de trimestre, nos reuníamos los delegados y delegadas de cada aula con el profesorado para la evaluación conjunta, es decir, para que cada una de las partes valorase el trabajo de la otra. Nosotros, los delegados y delegadas, opinábamos sobre cómo cada asignatura era impartida, qué cosas creíamos que debía mejorar cada profesor/a y en qué habíamos sido mejores o peores el alumnado. La clase de lengua y literatura era una de esas en las que no parábamos de hablar y no escuchábamos a la profesora, a Mercedes, que se pasaba la mayor parte tiempo guardando silencio como queja a nuestras interrupciones y falta de atención.
Recuerdo que en aquella evaluación de 2º de la ESO le dijimos que sabíamos que nos portábamos regular en su clase, que no acabábamos de “encajar” con su materia o su con su manera de impartirla. Ella me miró a mí, como delegada de mi clase y, dirigiéndose al resto de sus compañeros, confirmaba que éramos el peor grupo. “Es lo de siempre… es machismo”, les dijo. Recuerdo la frase como si fuera ahora mismo porque, qué cosas, los comentarios más nimios dichos en cualquier momento de la vida a veces se quedan grabados a fuego. Nada más y nada menos que veinte años hace de esto.
Recuerdo que no respondí pero que, al día siguiente, compartiendo con mis compañeros y compañeras de clase cómo había sido la evaluación, les dije el comentario de Mercedes y, burlándonos, le quitamos cualquier crédito a su valoración. No escuchábamos en su clase, la interrumpíamos constantemente o hacíamos otra cosa cuando ella explicaba sólo porque no nos gustaba “su estilo”.
“El estilo” era algo que también comentábamos de otras profesoras; de Marta, la de tecnología, por cómo iba vestida; de Marisa, la de inglés, porque (según nuestro criterio) conjuntaba mal la ropa; de Ana, la de gimnasia, por su aspecto físico; o de la otra Ana, de inglés también, porque no era joven. Nunca hubo un debate sobre cómo iba vestido Miguel, el de matemáticas; ni sobre la edad de Rafael, el de filosofía, y nunca interrumpimos al de sociales o al de plástica de la misma manera que ignorábamos una y otra vez a las profesoras.
Así que no nos creímos la reflexión de Mercedes, pero la frase se me quedó grabada. Quizá este texto sea un intento de compensar aquellas clases y darle la razón, después de todo, porque veinte años más tarde sé que Mercedes no se equivocaba y yo, mujer adolescente, ni sabía que aquello de lo que hablaba me atañía directamente.
En 2014 se publicaba un estudio en el Journal of Language and Social Psychology que mostraba que, tanto hombres como mujeres, tienen más propensión a interrumpir a quien habla si quien lo hace es una mujer. En 2015, la psicóloga Victoria L. Brescoll, de la Universidad de Yale, publicaba un análisis que medía la cantidad de tiempo que hablaban los senadores y las senadoras en EEUU. Resultaba que ellos hablaban más y ellas, ante el temor a una respuesta poco agradable, preferían callarse. Brescoll, además, pidió que se evaluara a los jefes y jefas ejecutivos; en conclusión: si los jefes varones hablaban a menudo recibían un 10% de mejores calificaciones. Cuando las jefas eran mujeres, y hablaban “demasiado”, recibían un 14% de calificaciones más bajas.
La voz de las mujeres está culturalmente tan invisibilizada que en 2016 solamente dijeron el 27% de palabras en las películas más importantes. Es más, incluso cuando ellas son protagonistas, tienen menos tiempo de diálogo que ellos. Estas interrupciones constantes es algo que las mujeres conocemos bien, sino que se lo pregunten a Kamala Harris cuando tuvo que decirle a Mike Pence: “Estoy hablando”, o cuando incluso el público se desespera ante un presentador que no deja hablar a una invitada a su programa.
Mercedes tenía razón, era machismo. Quizá yo necesité 20 años para darme cuenta, pero aquí está el reconocimiento a su trabajo, a su paciencia ante interrupciones constantes por parte de quienes, sociabilizados en los roles sexistas de género. No nos dábamos cuenta de que a ellas sí las juzgábamos, ignorábamos e interrumpíamos, mientras que a ellos no. Probablemente, gracias a su frase (que se me quedó grabada) hoy veo las cosas con una perspectiva más crítica e igualitaria. Eso también es mérito de una profesora que enseña a su alumnado. Gracias.