Lucinda Chambers después de 'Vogue'
La que fuera directora de Moda de 'Vogue', despedida después de 36 años, abre las puertas de su casa para hablar de sus dos nuevos proyectos: Collagerie y Colville.
Lucinda Chambers abre la puerta de su casa para recibirme esta luminosa mañana de invierno en Londres para revelarse exactamente como yo la recordaba. Temporada tras temporada, la veía llegar a los desfiles junto a Alexandra Shulman -entonces su jefa en el Vogue británico-, Chambers invariablemente envuelta en una plétora de estampados, con su melena aparentemente besada por el sol y un aura de resplandeciente luminosidad; excepcional para ese momento y lugar.
Un antaño de colecciones en Milán y primeras filas en París; un paradigma aún vacío de bloggers en el que reinaban los editores de moda y el resto eran meros mortales. Muy pocos años y una pandemia después, la moda ha cambiado radicalmente. Aunque no Lucinda.
Hoy su melena, espontánea y a la vez acicalada, los khakis palazzo de lona, la camiseta azul marino bajo un cárdigan con cremallera y las creepers de plataforma -decidida marca registrada del look Chambers- pintan la imagen que lleva trazando hace cuatro décadas: cuidadosamente accidental e intuitivamente planificada; libremente referencial y, a la vez, enteramente sui generis. Según dice Cassandra Maxwell, fundadora de @agentofsubstance, “el talento de Lucinda es indudable y su ojo es impecable, pero todo lo hace con enorme ingenio e infinita ligereza.”
La magnífica casa de Chambers, en el barrio de Shepherds Bush, es un abracadabra de referencias, colores y texturas impregnados de una visión tan sólida como cohesionada. La cocina, repleta de luz, es el escenario perfecto para hablar de Collagerie y Colville, los dos proyectos que han reconfigurado su vida después de 36 años en Vogue.
Su carrera en Vogue comenzó como junior en el departamento de contabilidad, a lo que le siguieron tres años asistiendo a la legendaria Beatrix Miller, entonces directora de la revista. Fue cuando empezó a asistir a Grace Coddington que Chambers conoció a Mario Testino: nacía así una de las colaboraciones fotográficas más fructíferas de nuestros tiempos. Después llegaron Herb Ritts, Patrick Demarchelier y Nick Knight, otros legendarios fotógrafos con los que Lucinda produciría imágenes que siguen inspirando a seguidores de la moda en el mundo entero.
Tras un breve desvío por la revista Elle, Chambers regresó a Vogue en 1992 para convertirse en directora de moda. La decisión no le resultó fácil: “Pensaba que ser directora de moda significaba tener interminables reuniones de negocios y llevar a la gente a comer”, dice, “y ese no es mi hábitat natural”. El amor por la fotografía y la ropa (así como la observación de su marido de que si ella no tomaba el trabajo, otro lo haría) convencieron a Chambers de aceptar el reto.
Alexandra Shulman y la incomparable cohorte de talentos comandados por Vogue permitieron a la estilista nacida en Notting Hill florecer su interés por la moda y el arte. Su ex asistente, Mary Fellowes, hoy una reconocida consultora de moda, recuerda un viaje a Marruecos con Mario Testino. Con su jefa se dedicaron a peinar el suelo del desierto en busca de huesos, cuerdas y envoltorios de caramelos. “En cuestión de minutos”, recuerda Fellowes, “Lucinda construyó un precioso collar tribal para usarlo con un vestido de gala de Oscar de La Renta, confiriéndole una nota de poesía.”