Elvira Lindo: "Debemos empezar a ver a nuestros mayores sin superioridad"
La autora homenajea a los niños de la guerra a través de la historia de sus propios padres en su novela 'A corazón abierto'.
Pocos días después de publicarse el nuevo libro de Elvira Lindo se decretó el estado de alarma y se cerraron las librerías. Aun así, la obra de autoficción en la que la autora novela su historia familiar para hacer una estampa completa de una época, aún se puede adquirir por plataformas online.
La escritora ha vuelto 10 años después de su última obra para recordarnos que nuestros progenitores, aunque sólo los conozcamos en su papel de padres, son personas. Y que algunos de ellos tienen tanta historia detrás que podrían llegar a ser protagonistas de una historia como lo ha sido Manuel Lindo, su padre. Eso sí: la autora reconoce que no podía haberlo escrito con ellos vivos. “No lo habrían entendido”.
Desde un mero papel de observadora, tanto en su etapa de niña como en la de de adolescente, Elvira Lindo homenajea en A corazon abierto (Seix Barral) a toda una generación, la de sus padres, los niños de la guerra. Una generación que ha sido “olvidada literariamente” y a la que hay que entender y conocer en un contexto en el que no pudieron echar mano más que de “la culpa y el orgullo”, al contrario que ahora, que “vivimos imbuidos en la psicología”, cuenta la autora. Una generación que no se exilió y se quedó “en un país gris, marcado por la Iglesia católica y atado en todo lo relacionado a la vida privada o sexual”.
Esta novela de autoficción es un viaje por distintos años y lugares a través de los ojos de una niña que siendo ya adulta ha visto en sus padres a “dos personas atractivas que estaban muy enamoradas”. Quiso mirarlos desde un punto de vista que los convirtiese en algo más que padres: “Siempre hablamos de ellos así, pero yo quería que fuesen personajes con suficiente personalidad y atractivo”.
Un recorrido por la España del franquismo que hace su recorrido por el Madrid de los años ochenta, la presa del Atazar, Málaga, Cádiz o Palma de Mallorca. Y un viaje de autoficción porque Lindo ha tenido que reconstruir aquellos momentos en los que no había estado: “He utilizado mi voz para trasladarme y ver cómo veía las cosas entonces. No estuve en muchos lugares pero, aunque haya habido investigación, quiero que ese tipo de cosas queden sutiles y diluidas”.
Un proceso distinto, pero esclarecedor
Construir esta novela ha sido un proceso “distinto al de otras escrituras” en el que la autora no sólo se ha encontrado frente a frente con las contradicciones en las que caían sus padres, sino también con las suyas propias. O se ha sorprendido comprendiendo algún comportamiento, alguna palabra, algún gesto que años atrás y vistos en otras personas habría criticado.
Un proceso del que ha salido, por otro lado, “muy cansada” y preguntándose qué más puede decir que aún no haya escrito. Ahora son los lectores los que tienen que dar su veredicto: “Para mí sí que ha supuesto un coste emocional, pero ha sido bueno y ahora son otros los que tienen que leerlo y contar mi libro”.
Eso sí, a pesar de lo complicado que ha sido escribir de los suyos, Lindo ha aprendido mucho de ellos. “Quise ver a mis padres con todas sus sombras y, en el caso de mi padre, con un carácter avasallador. Pero son las características comunes de muchos de los hombres y mujeres de su época. También vi lo que supuso entonces para una pareja tener cuatro hijos y ese continuo nomadismo”, asevera.
De esta manera, no ha querido hacer una crónica familiar, sino una radiografía de las personas de la época para poder entenderlas mejor. “Es muy fácil decir que mi padre era machista o que mi madre era demasiado dócil, pero yo quise comprender más allá, hablar de sus peculiaridades y, por supuesto, no juzgarles por vivir en otra época diferente”.
Una mirada al espejo
La novela trata, de alguna forma, de poner al lector frente al espejo y hacer que se plantee si se ha maltratado de alguna forma a las generaciones anteriores. Si, por ejemplo, las mujeres jóvenes, que entonaban lemas este 8 de marzo contra la violencia sexual, no empatizan con la vida y la lucha que tuvieron las más mayores, que se echaron a las calles para exigir el voto o los anticonceptivos.
Lindo se pregunta hoy si su madre habría sido “una de esas abuelas que iría la mani del 8M” y lamenta que “se quedaron muchas conversaciones pendientes”. “Mi madre no llevó mi vida, pero quiso que yo llevara una diferente a la suya”, cuenta la escritora, que admite que aún hoy sigue hablando con ella a pesar de que falleciese cuando era adolescente.
A Manuel, su padre, también le recuerda con una sonrisa: ”Él también se hubiese alegrado por mí hoy, De hecho, prefiero un machista de la época de mi padre que uno de los de ahora. Actualmente hay más insultos, burla y agresividad. Mi padre era un caballero con una educación y unos valores que fue rompiendo a través de sus hijas, pero no me le imagino como los machistas de hoy”.
En este sentido, también hace un llamamiento a las nuevas generaciones: “La generación del presente piensa que es la que ha inventado el sexo o el amor, que tienen superioridad por estar vivos o, a veces, por ser jóvenes. Es una especie de arrogancia del que está vivo hacia el que ya no está, del que es más joven hacia el que es más viejo”.
Sin saberlo, sus padres le han enseñado a hacer esa autocrítica: “Mis padres, para ser novios de 1956, parecían muy atrevidos en cómo caminan, como se cogen o se agarran... Y nunca se lo expresaban a los hijos. Por eso hay que empezar a ver a los mayores de otra manera, sin superioridad. Porque vivieron en un país muy marcado por la moral católica, pero tenían sus vías de escape”.
Una generación “que se quejó poco”
A pesar de ese ejercicio de entendimiento, Lindo cree que su padre no hubiese comprendido el libro, a pesar de que muchos le han transmitido que una vez acabada la lectura, se echa de menos al personaje. “He contado una gran parte de su personalidad, muy extravagante, y él no lo hubiera entendido. Tenía una personalidad totémica y avasalladora o egoísta, pero era una de esas personas que deja un gran hueco cuando muere”, asegura.
Pero, de nuevo, insiste en que no quiere centrarse en la persona, sino en el personaje, que “representa a una generación que se quejó poco”: “Nosotros vivimos imbuidos en nuestro yo, nuestro ego. Tenemos explicaciones para nuestro comportamiento, tenemos idea de lo que son los traumas, explicaciones de lo que nos ha podido afectar en nuestra infancia. Vivimos imbuidos en la Psicología, pero ellos no podían echar mano de nada de eso. Simplemente era la actuación y luego el orgullo o la culpa”.
Por eso la novela es también un ejercicio de entendimiento hacia una generación “que tenía muy pocos salvavidas”. Y por eso la escritora ha entendido, a sus 58 años, el sentimiento de “desamparo infantil” y la “falta de amor” que su padre “llenó con su mujer y sus hijos”.
La familia, su principal editor
La madre de Lindo murió cuando era una niña y su padre los dejó hace siete años. Pero los editores más especiales en este libro han sido sus hermanos, protagonistas también de la historia que recogen esas páginas: “Siempre dicen que la familia es un problema a la hora de escribir libros pero en este caso, a mis hermanos, que son buenos lectores, les ha importado que el libro se lea bien y si ellos están contentos, yo sobrellevaré mejor todo lo demás”.
Ahora, ella se ha convertido en la madre que no quiere que les falte de nada a los suyos: “Yo perdí a mi madre muy pequeña y lo que he querido para mi hijo es que no se le tambaleara el mundo bajo los pies, que estuviese seguro y que supiese que yo siempre iba a estar ahí. Es bueno que en la infancia tengas a personas fuertes para protegerte”, dice. Ahora, sus protectores protagonizan la portada de una novela que es, más que ficción, un recuerdo.