Entrevista con una cíborg

Entrevista con una cíborg

Encuentro digital con la profesora Teresa López-Pellisa.

Donald Iain Smith via Getty Images

¿En qué mundo vivimos? ¿En una utopía vegetal feminista o en una distopía tecnológica diseñada por el heteropatriarcado? ¿Los cíborg y los robots son un producto de nuestro futuro incierto, de la ciencia-ficción más imaginativa o del presente más pesimista? Y lo más importante: ¿quién posee herramientas analíticas para describir adecuadamente una sociedad biotecnológica como la nuestra? Desde luego, ha de ser alguien que tenga conciencia de su condición poshumana… y conozco a esa persona desde hace tiempo. La profesora Teresa López-Pellisa ya teorizaba sobre los cíborg cuando la conocí en Barcelona en 2005. ¿Sigues sin saber si sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aquí puedes hacerte una idea muy clara, tan clara como que los dígitos del sistema binario son el cero y el uno:

ANDRÉS LOMEÑA: ¿Cuándo tomaste conciencia como cíborg? ¿Y en qué momento despierta tu interés literario por los cíborg, ginoides, autómatas y demás sinergias tecnohumanas?

TERESA LÓPEZ-PELLISA: Todos somos cíborgs, aunque algunas personas todavía no lo saben. Un cíborg no es más que el acrónimo de organismo cibernético, por lo que nos permite pensar en nuestra identidad como una construcción sociocultural y material; tenemos que entender el término tanto en su sentido literal, como en el metafórico. No hay nada natural en el ser humano, y esa es una de las cuestiones fundamentales que me han enseñado las teorías feministas, y sobre todo, las teorías de Donna Haraway (y en especial su Manifiesto para cíborgs). El concepto del cíborg en Haraway nos sirve para pensar en la identidad del sujeto posmoderno, como supercategoría metafórica de nuestra identidad, para asumir de una vez por todas que no hay nada natural en la vida social del ser humano. 

El ser humano surgió del mundo natural y comenzó a modificar ese entorno natural para convertirlo en un mundo humano: creando la sociedad, la cultura, ampliando sus capacidades con gafas (tecnología que perfecciona nuestra visión), vacunas (tecnología que perfecciona nuestro sistema inmunológico), el hacha (amplifica la fuerza del brazo), etc. Los seres humanos nos convertimos en cíborgs desde el día en el que utilizamos una herramienta (entendida como una tecnología que nos permite modificar nuestro entorno: el fuego, la literatura, la cultura, un bolígrafo o un martillo). Tener consciencia de que nuestro mundo es una construcción cultural fruto del trabajo del ser humano es fundamental para tener una clara consciencia de nuestra identidad y de su capacidad de transformación: no hay nada inamovible en el mundo tal y como lo conocemos, pues fuimos nosotros quienes lo inventamos (actualmente vivimos en un sistema patriarcal heteronormativo, xenófobo y capitalista) y eso significa que lo podemos reinventar (creando un mundo poshumano más equitativo, justo y sostenible). 

En relación a la segunda pregunta, lo que me interesa pensar es cómo nos relacionamos entre los seres humanos y, por otro lado, entre los seres humanos y los que no son humanos; así que el imaginario de la ciencia-ficción es ideal para plantear estos escenarios en los que seres artificiales (androides, inteligencias artificiales o ginoides) se relacionan con nosotros. Lo que me interesa es analizar cómo se representan esas relaciones en el imaginario de la ciencia-ficción y qué alternativas nos ofrecen. 

Todos somos cíborgs, aunque algunas personas todavía no lo saben.

A.L.: En la presentación de su libro Patologías de la realidad virtual, decía que en el fondo se consideraba una “bioconservadora moderada”. ¿Ha detectado en los últimos años alguna nueva patología en quienes vislumbran un futuro poshumano? A mí me sonroja que pensadores como José Antonio Marina se apunten con tanta alegría a la idea de singularidad y se atrevan a ponerle fecha

T.L-P.: En Patologías de la realidad virtual analizaba cinco patologías que podíamos detectar en ficciones tanto televisivas, como literarias, cinematográficas o teatrales sobre el tema de la realidad virtual. Sistematizar esos síntomas (o características) me permitió elaborar una serie de herramientas para analizar los textos. Mi intención no era otra que la de construir un cuadro nosológico donde describir, diferenciar y clasificar cada una de las patologías detectadas: 1) la esquizofrenia nominal (para destacar la confusión terminológica y la utilización abusiva de vocablos como ‘virtual’, ‘ciberespacio’ o ‘realidad virtual’ a la hora de referirse a todo aquello que tenga que ver con la tecnología informática); 2) la metástasis de los simulacros (como metáfora de la proliferación, propagación, penetración e invasión de los simulacros en el tejido de lo real); 3) el síndrome del cuerpo fantasma (nos permite reflexionar sobre la incidencia en el cuerpo humano de los avances en biogenética, inteligencia artificial e interacción hombre-máquina); 4) el misticismo agudo (referido a las cualidades metafísicas y transcendentales que le otorgamos a las nuevas tecnologías informáticas); y 5) el síndrome de Pandora (hace alusión a las relaciones entre humanos y seres femeninos artificiales). A estas patologías se debería sumar el síndrome de Don Quijote, padecido por aquellos personajes confinados en los entornos virtuales que han perdido el contacto con la realidad. En la vida real sería el caso de los hikikomori, que viven aislados en sus hogares en Japón sin tener contacto humano.

He seguido analizando nuestra relación con la cibercultura, y sobre cómo se ha visto modificada nuestra idea del cuidado del otro y de los afectos a partir de la comunicación mediada por ordenador que hoy rige nuestras vidas en las plataformas digitales. Fruto de estas últimas reflexiones he diagnosticado tres nuevas patologías: el síndrome de Argos (que hace alusión al panóptico cibernético en el que vivimos rodeados de pantallas a través de las que miramos a los otros, y los otros nos observan), el síndrome de Mercurio (como síntoma de una sociedad caracterizada por la velocidad y el comercio) y el síndrome de Antígona (para poner sobre la mesa la falta de empatía que sentimos ante el dolor del Otro y cómo este tipo de relación se ha agudizado en la era de las plataformas digitales). Precisamente tenía que hablar de estas patologías en el congreso Radicantes que se celebraba en marzo en la Universidad de Salamanca, pero que ha tenido que ser pospuesto, como todas nuestras vidas, tras la llegada de la pandemia. Por todo esto, lo que me preocupa especialmente es que se pueda acentuar el síndrome de Antígona.

José Antonio Marina se hace eco de los trabajos publicados en los años 70 y 90 en los que se dejaba claro que las IA tendrían autoconciencia a partir de 2045 y lo cierto es que en la Universidad de la Singularidad (financiada por Google, la Nasa y otros en Silicon Valley) se está trabajando en esa posibilidad desde hace años con la colaboración de Ray Kurzweil. Al margen de las tecnologías que lleguemos a crear, sigo mostrando mi resistencia a la pérdida del cuerpo en aras de una vida como consciencia digital (esa sería la patología del misticismo agudo: referido a las cualidades metafísicas y transcendentales que le otorgamos a las nuevas tecnologías informáticas), pero puede que cambie de opinión. Por ahora me considero xenofeminista, poshumanista crítica y bioconservadora moderada; por ahora, continúo apostando por estas categorías éticas y políticas como guía de vida y de pensamiento.

Estamos en la cuarta ola de feminismos y las cosas están cambiando, por lo que puedo entender perfectamente las reacciones machistas de aquellos que pierden sus privilegios.

A.L.: El artista Neil Harbisson se reivindica como cíborg y su antena en la cabeza me recuerda a la oreja que se implantó Sterlac. ¿No puede llegar a ser esta concepción del cíborg una especie de pasarela de la tecnología, es decir, una industria del lujo alejada de preocupaciones más mundanas? Steven Mentor hablaba del cíborg mundano y tenía en mente, más bien, tecnologías como el móvil o el coche que funcionan como extensiones del ser humano.

T.L-P.: Marshall McLuhan ya nos hablaba de la tecnología como conjunto de extensiones del ser humano, por lo que ciertamente el móvil (extensión de mis capacidades comunicativas), así como la ropa (extensión de mi piel), la calculadora (extensión de mi capacidad cerebral para el cálculo), etc., son extensiones y ampliaciones de nuestras capacidades físicas y psíquico-cognitivas: de ahí que seamos cíborgs tal y como nos señala Haraway.

Rosi Braidotti, en su ensayo Lo poshumano, denuncia desde el poshumanismo crítico feminista la vertiente capitalista de la tecnología biogenética y de la industria bioinformática que continúa explotando a los seres humanos y no humanos (medio ambiente, seres tecnológicos, etc.). Braidotti se declara antihumanista porque es crítica frente a la idea de humanismo (renacentista e ilustrado, patriarcal, heteronormativo y eurocéntrico que tiene al ser humano en el centro del universo), por lo que propone lo poshumano como un modo de superar esa idea de lo humano. De este modo, a partir de la deconstrucción del sujeto cartesiano patriarcal y la descentralización de lo humano, nos conduce hacia un escenario posantropocéntrico en el que los seres humanos debemos tomar conciencia de la necesidad de interactuar con otras especies no humanas (las especies amigas de las que habla Donna Haraway) y de interactuar con artefactos tecnológicos, etc. Al reflexionar sobre qué hay más allá del sujeto antropocéntrico, lo que encuentra es la subjetividad poshumana.

Braidotti también nos advierte de que el capitalismo biogenético ha convertido las relaciones entre la vida inteligente y la vida no humana en un producto de consumo para el comercio y el beneficio industrial, y por eso insiste en la importancia de que la subjetividad poshumana debe ser non-profit (sin ánimo de lucro) y alejarse de los planteamientos liberales del transhumanismo y de la eugenesia liberal.

A.L.: Donna Haraway afirmaba recientemente que el término feminista había sido una especie de insulto, pero las activistas doblegaron ese menosprecio. ¿Comparte el optimismo de Haraway?

T.L-P.: Paul B. Preciado, en Un apartamento en Urano, explica que la noción de feminismo la inventó en 1871 el médico francés Ferdinand-Valère Fanneau de la Cour para describir la patología que afectaba a los hombres tuberculosos y que producía como síntoma secundario una “feminización” del cuerpo masculino. De este manera “feminista” venía a describir una patología que describía la masculinidad tuberculosa (poco viril).

Alexandre Dumas (hijo) retomó el término para describir a los hombres que se mostraban solidarios con las sufragistas y apoyaban a las mujeres que pedían la igualdad. Por lo tanto, nos dice Paul. B. Preciado, las primeras “feministas” fueron hombres a los que el discurso médico consideraba anormales por haber perdido su virilidad y estar enfermos, y también hombres, a los que acusaban de “feminizarse” por mostrar su simpatía con el movimiento político de las ciudadanas que reclamaban la igualdad. Esto que parecía un insulto ha sido resignificado políticamente y las luchas feministas para eliminar la desigualdad de clase, raza, sexo y género desde la ecocrítica han sido la única ideología que ha capitaneado la historia del feminismo. Estamos en la cuarta ola de feminismos y las cosas están cambiando, por lo que puedo entender perfectamente las reacciones machistas de aquellos que pierden sus privilegios.

En la manifestación del 8M de este año (2020) había una pancarta en la que se podía leer: “Spoiler: al final lo conseguimos”. Haraway es optimista y nos ofrece suficientes herramientas políticas y críticas para que todas podamos serlo, así que voy a seguir pensando que lo mejor está por venir.

A.L.: Haraway reconoce también que no fue capaz de anticipar algunos cambios. ¿Dejó la cibercultura la crisis climática y el antropoceno en un segundo plano? Nathaniel Rich asegura en Perdiendo la tierra que nuestro conocimiento sobre el desastre ecológico no es de los años ochenta ni noventa… casi todo se sabía ya desde los años cincuenta.

T.L-P.: A Nathaniel Rich no le falta razón y, por eso, es precisamente Donna Haraway la que sigue trabajando sobre ese mismo problema que llevamos arrastrando desde hace mucho tiempo en su ensayo Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno (traducido recientemente por la editorial Consonni). Al feminismo nunca se le ha olvidado pensar en el medio ambiente y el cambio climático, y de ahí que existe la corriente teórica del ecofeminismo (que no está para nada reñida con el ciberfeminismo). Donna Haraway evita referirse a la época actual como el Antropoceno y prefiere utilizar el concepto del Chthuluceno para pensar en el modo en el que estamos conectados los humanos y no humanos a través de diferentes tentáculos, relaciones y parentescos extraños (muy en la línea del concepto zoe de Rosi Braidotti). El poshumanismo crítico feminista tiene muy en cuenta nuestra relación con lo humano y lo no humano (pensando en entidades como los animales, la vegetación o la tecnología). Con el concepto del Chthuluceno (que no tiene nada que ver con la literatura de Lovecraft), Haraway nos invita a pensar en aprender a vivir y morir juntos en una tierra herida, y ese morir juntos incluye repensar nuestra relación con los seres humanos, pero también con las especies compañeras desde lo que ella denomina respons-habilidad.

No hay nada inamovible en el mundo tal y como lo conocemos, pues fuimos nosotros quienes lo inventamos (actualmente vivimos en un sistema patriarcal heteronormativo, xenófobo y capitalista) y eso significa que lo podemos reinventar.

A.L.: Para quienes no han leído su artículo, ¿soñaba el escritor Gonzalo Torrente Ballester con mujeres eléctricas? Y aunque esto suponga bajar al inframundo cultural, ¿soñaba Torrente, el brazo tonto de la ley, con ginoides

T.L-P.: Estoy convencida de que Torrente, el brazo tonto de la ley, soñaba con ginoides (androides femeninos) y se relacionaba con ellas desde el peor de los lugares imaginados por el poshumanismo crítico.

En el artículo que mencionas sobre las mujeres artificiales en la narrativa de Gonzalo Torrente Ballester analizo una de mis líneas de investigación relacionada con los Estudios de Género y la Cibercultura. En Patologías de la realidad virtual le dedico un capítulo entero (El Síndrome de Pandora) al estudio de las mujeres artificiales, muñecas de tamaño natural, ginoides (androides femeninas), maniquiféminas, mujeres virtuales, etc. Este tema ya había sido tratado previamente por Pilar Pedraza en su excelente ensayo Máquinas de amar o en los ensayos del especialista en pornocultura Naief Yehya. Me fascinó la cantidad de textos literarios, cinematográficos, artísticos y artefactos tecnológicos que se habían producido a lo largo de la historia en los que se repetía el mismo esquema: un varón creaba una mujer artificial que habitualmente le traía la muerte y la desgracia (de ahí que diagnosticara con el Síndrome de Pandora a esta estructura narrativa). Acaba de publicarse el libro Pequeño bestiario de monstruos políticos (Editorial Cendeac), en el que he participado con un capitulo titulado “Muñecas pandóricas”, donde recopilo varios artículos sobre esta temática centrados en la ciencia-ficción hispánica.

Fruto de este trabajo se publicó Las otras. Antología de mujeres artificiales (Eolas, 2018) con relatos protagonizados por mujeres artificiales de autores españoles y latinoamericanos, entre los que están Lina Meruane, Edmundo Paz Soldán, Alberto Chimal, José María Merino, Sofía Rhei, Pablo Martín Sánchez, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Patricia Esteban Erlés, Sergio Val Hartman Raúl Aguiar, Claudia Salazar, Gerard Guix, Ricard Ruiz, David Roas, Alicia Feneiux, etc. En Las otras el lector se encontrará relatos que muestran una clara postura feminista, como los de Angélica Gorodischer y Elia Barceló, así como otros cuentos que reflexionan sobre la temática del colectivo LGBT, con propuestas que subvierten la función del cuerpo femenino como fetiche heteropatriarcal, como es el caso de los cuentos de Lola RoblesNaief Yehya y Alberto Chimal, además de las propuestas de relaciones sexuales con seres absolutamente queer que juegan a tener apariencia femenina, tal y como proponen Joss y Diego Muñoz Valenzuela.

A.L.: En Poshumanas y distópicas, su antología de escritoras españolas de ciencia-ficción, incluye a Emilia Pardo Bazán. En La cabeza a componer, Pardo Bazán relata cómo extirpan la imaginación a un hombre con jaquecas. El cuento es una joya para diseccionar el entendimiento. ¿Qué otras perlas esconde la antología?

T.L-P.: En este proyecto he trabajado junto a Lola Robles para recuperar la obra de las escritoras españolas de ciencia-ficción desde sus orígenes hasta la actualidad. Se trata de dos volúmenes que recuperan el trabajo de treinta escritoras españolas entre las que se incluye la traducción de tres cuentos desde el catalán (Roser Cardús, Carme Torras y Rosa Fabregat Armengol), la traducción de una autora francesa que escribía en euskera (Mayi Pelot) y la colaboración de una autora invitada (Magdalena Mouján), argentina de ascendencia española. El primer volumen se centra en la producción desde el siglo XIX hasta el año 2000 (Emilia Pardo Bazán, Ángeles Vicente, Blanca Mart, Elia Barceló o Rosa Montero) y el segundo volumen recoge el trabajo de las escritoras contemporáneas (Susana Vallejo, Nieves Delgado, Care Santos, Sara Mesa, Patricia Esteban Erlés o Cristina Jurado).

La editorial Eolas decidió vender conjuntamente los dos volúmenes, que van acompañados de una extensa introducción en la que se explican los detalles y las etapas de la ciencia-ficción española y la presencia de estas (y otras) autoras a lo largo de la historia de la cultura española. El relato de cada escritora va acompañado de una breve ficha sobre su biografía y sus publicaciones relacionadas con el género de la ciencia-ficción. Probablemente lo que más sorprenderá a los lectores son las historias de vida y las obras de las escritoras de ciencia-ficción durante la II República y la dictadura, ya que son las autoras y las obras menos conocidas. Ha sido fascinante llevar a cabo esta labor de investigación porque algunas mujeres eran extraordinarias y sus trabajos no eran visibles. Los temas abordados por todas las autoras durante este siglo y medio de producción abarcan un gran abanico que pasa por lo político, lo social, los viajes planetarios, las inteligencias artificiales y el debate sobre el género y la sexualidad.

A.L.: También ha publicado Insólitas, un libro sobre las narradoras de lo fantástico en España y Latinoamérica. Empieza a ser difícil seguir su producción. ¿Ser prolífica es una característica maquínica? ¿Qué está maquinando su cerebro últimamente?

T.L-P.: Yo no hablaría de una producción maquínica, ya que tras quince años de trabajo académico y de investigación lo normal es que poco a poco se vean los frutos del trabajo de esos años.

Insólitas ha sido un libro con el que he disfrutado mucho, gracias a las facilidades de la editorial Páginas de Espuma, y la colaboración y gentileza de las veintiocho autoras que colaboran con sus relatos en este diálogo transatlántico a través de lo insólito. Si para la antología Poshumanas y Distópicas primaba el valor histórico de los cuentos, por el momento de su publicación, en esta antología ha primado la calidad de sus autoras y de los relatos por encima de otras cuestiones.

Ahora mismo estoy trabajando en la edición de la historia de la ciencia-ficción latinoamericana desde sus orígenes en el siglo XIX hasta la actualidad, que publicará la editorial Iberoamericana en dos volúmenes. Está siendo realmente un trabajo mastodóntico porque hay casi treinta colaboradores de universidades de todo el mundo y la edición de los textos, la revisión de los artículos y el reto que suponen algunos países sobre los que nunca se había realizado este trabajo historiográfico de la ciencia-ficción nacional ha hecho que el proyecto se prolongue, pero afortunadamente pronto verá la luz el primer volumen, y debo reconocer que los resultados van a sorprender.

A.L.: ¿Alguna recomendación, cinematográfica o literaria?

T.L.-P:  Puedo recomendar la serie Years and years, que junto a algunos episodios de la serie Black Mirror refleja la precariedad social y política en la era de la cibercultura como pocos textos audiovisuales. Y como recomendación literaria, Nefando de Mónica Ojeda o La tierra hueca de Beatriz García Guirado: son dos novelas extraordinarias que no dejarán indiferente a nadie.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).

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