Entrevista con Karlos Zurutuza: "Libia es la vergüenza de Europa"
El periodista publica 'Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa', una radiografía documentada y vivida sobre el drama de la inmigración.
Libia es hoy un agujero negro del que apenas sabemos nada, por más que sea la tierra que atraviesan los migrantes que quieren llegar a la orilla norte del Mediterráneo, por más que de sus costas parta ese flujo de barquillas que las guerras, la persecución y el hambre alimentan sin fin. Pocos periodistas tienen los visados, las fuentes y el polvo en los zapatos que garanticen una información creíble del país. Entre los más fiables se encuentran los freelanceKarlos Zurutuza (Donostia, 1971) y Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971), redactor y fotógrafo que acaban de sacar de la imprenta Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa (Libros del K.O.). Frente al apagón informativo posterior a la primavera de 2011, esta entrevista de Zurutuza con ElHuffPost es un destello de luz, la de quien va, ve y lo cuenta, aunque ya no esté de moda.
Una se acerca al libro pensando que es una crónica de inmigración y se encuentra con una radiografía global de Libia, mucho más profunda. ¿Tocaba hacerle justicia a un lugar tan demonizado?
Sí. Nosotros llegamos en 2011 a Trípoli y luego, de un día para otro, me di cuenta de que la gente desaparecía, cayó la capital y todo quedó vacío. Yo llegué como un paracaidista más, aunque generalmente evito trabajar en sitios de los que no sé nada, como me pasaba entonces con Libia, pero aparecí allí presionado por la necesidad, porque cuando empezaron las revueltas árabes yo estaba en Bagdad intentando vender historias y no había interés por parte de nadie, así que me dije: "¿Dónde hay que ir en este momento?". Y la respuesta era: "Libia". Pero vas allí y empiezas a contar una historia que te engancha y se crean unos vínculos que van más allá de las historias, a nivel humano. Desde entonces tengo grandes amigos en Libia, gente a la que quiero mucho. Se crea ese lazo personal con el país que tienes el gusto de ir destripando, es descubrir una historia a la que cada vez le encuentras más matices. Eso me resulta fascinante. A veces pienso que hay un gran trecho entre lo que sabía de Libia cuando llegué y lo que sé hoy. Produce mucha satisfacción la sensación de que estoy desentrañando un misterio, en cierta manera.
¿Tan poco sabemos de esa tierra?
Es duro decirlo, pero sí, poquísimo. Hoy en día hay gente que sigue confundiendo Libia con Líbano. Cuando lo ven en el mapa, ahí abajo, en la otra orilla de Europa, al lado de Italia, es cuando dicen: "Coño, esto está muy cerca, no es el lejano Oriente Medio". Esa es otra cuestión, además, que a toda esa zona se la llama también Oriente Medio o mundo árabe, cuando estamos hablando del norte de África y de mucha gente que no es árabe. Es una batalla en la que primero tienes que desmontar clichés, muy enquistados desde hace mucho tiempo.
¿Cómo definiría la Libia de hoy, sin Muamar el Gadafi?
Como un estado en descomposición progresiva, un estado fallido sin duda alguna. Hay tres gobiernos sobre el papel y sobre el terreno se calcula que hay más de 2.000 grupos armados. La renta per cápita de armas es de cuatro o cinco por cada libio, según datos de Naciones Unidas. Y luego, además, el problema al que nos enfrentamos es que hemos intentado analizar la situación con paradigmas de otros lugares que creemos parecidos, como puede ser el caso de Siria, pero no, las claves sectarias sunitas y chiítas de Siria no valen para Libia, donde se calcula que hay unas 140 tribus y miles de subtribus. Para llegar a entender lo que es Libia tenemos que mirar con un microscopio el tejido tribal, que es lo que realmente cohesiona a los libios; lo único posiblemente que lo hace.
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Explica que los migrantes económicos y los refugiados no están llegando ahora, sino que llevan décadas en el país. ¿Cómo están ahora?
Hay que entender que Libia era destino para muchos subsaharianos en los años 90, cuando el país tiene a Gadafi que se autoproclama rey de reyes de África, cuando realmente hay trabajo en condiciones para ellos, con el que pueden sobrevivir y mantener a sus familias, cuando es un país estable, lo cual no quiere decir que respetara los derechos humanos más básicos, ni de los de fuera ni de sus propios ciudadanos. Estalla entonces la guerra y esta gente se ve atrapada en el fuego cruzado y tiene el dilema de intentar llegar a Europa o volver a casa. A ellos se suman los que estaban de paso buscando salir, que ya entonces había pero eran muchos menos, porque antes había oportunidades. Hay gente que se ha quedado en lugares muy concretos, por ejemplo en Misrata, una ciudad-estado, probablemente el lugar más estable de toda Libia, pero ya son excepciones. Los migrantes que quedan de los 90 ya son muy pocos. Ahora la cuestión es que Libia ya no es destino, sino que es tránsito, solamente.
¿Cómo es esa "yincana" que explica en el libro? ¿De dónde vienen, cómo sobreviven tierra adentro, antes de tomar una patera?
Hay dos rutas esenciales de acceso: una que llega del oeste y otra del este, el movimiento está en el arco que se forma entre Nigeria y Senegal, a un lado, y Somalia y Eritrea, en el otro extremo. En cualquier caso, tienen que atravesar el África Subsahariana, con lo que ello conlleva. En el caso de la ruta del oeste tienen que pasar por el Sahel [una zona en la que conviven conflictos tribales, grupos de delincuencia organizada y yihadistas]. Por ahí pasan en camiones abarrotados de gente, que se tiene que atar porque sabe que, si alguien se cae por el camino, el conductor no para. Es una travesía en la que no sabemos cuántos mueren pero son muchísimos, se dice que incluso más que en aguas del Mediterráneo. Llegan al sur de Libia, una zona en la que confluyen todos y que está totalmente fuera de control. El otro día hablaba con un colega de la zona que me decía que ya no hay ningún líder ahí, es el caos más absoluto entre milicias de todos los colores, los leales a Gadafi, gente del Estado Islámico... Y aún así tienen que pasar por ahí todos los migrantes.
¿Y una vez dentro de Libia?
Ahí empieza un proceso en el cual hay generalmente dos opciones: o acabar secuestrado por una mafia que te maltrata hasta que tu familia paga un rescate o ir a un centro de detención, que son generalmente antiguas escuelas, muy precarias, en las que evidentemente se cometen abusos, aunque creo que muchos menos de los que se denuncian generalmente. Tenemos que tener en cuenta que Libia es un país de seis millones de habitantes que está viviendo una postguerra y que según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) acoge a un millón de personas de fuera. ¡Si no tienes medios para recuperar tu propio país, imagina qué medios vas a tener para alimentar a esta gente! Hay una narrativa enferma, yo creo, un bucle, generalmente alimentado por periodistas que necesitan vender historias y van con el titular en la frente, lo cual no quiere decir, insisto, que no haya abusos, pero hay que hacer esta distinción, entre lo que son los centros de las mafias y los de detención oficiales entre comillas.
Entre las personas que ha entrevistado hay gente que prefiere morir ahogada a que las salven las autoridades libias y tener que volver al país...
Sí, es que el que se embarca está en la última etapa de un trayecto, ha sufrido lo indecible y ha pagado lo incalculable para sus estándares. Por tanto, volver a Libia es volver a empezar de cero, a la casilla de salida. A ser detenido, a tener que trabajar en la precariedad para lograr dinero para una patera, a verse expuesto a ser maltratado o a perder la vida.
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¿Son tan demoníacos los guardacostas libios como se cuenta?
Hay que entender que Libia tiene un esquema de ciudades-estado. En las ciudades de la costa que tenían los restos de la antigua flota es la propia milicia o el propio consejo local el que maneja esas embarcaciones. Hasta el punto de que yo he estado en una patrulla con la gente de Zuara y recuerdo que llegamos a un punto en el que ya eran aguas jurisdiccionales de Sabratah, la ciudad vecina, y no podías ni avanzar. Cada puerto tiene sus propias aguas jurisdiccionales.
O sea, que el error para empezar es hablar de "guardacostas libios", porque de eso en realidad no hay.
Eso es, no hay un mando central. He intentado hablar para el libro con el mando de la operación naval conjunta Sophia de la Unión Europea para que me lo expliquen y valoren, pero no dan entrevistas, sólo evasivas. Pero sí he podido hablar con gente que había estado implicada en algo parecido, en 2013, y aquel mando me dijo que ya entonces habían tenido el mismo problema. Resumiendo: no había un mando único, eran todo unidades independientes que funcionaban de forma autónoma, con la diferencia de que entonces todavía llegaban a los libios los sueldos de rentismo de tiempos de Gadafi, mientras que hoy esos sueldos no llegan, con lo cual el riesgo de infiltración de las mafias en estas estructuras de control es mucho mayor. Está más que comprobado que en ciertas localizaciones de la costa los guardacostas locales dejaban pasar a las pateras del traficante que había pagado la mordida, mientras que aquellos a los que detenían eran los barcos de que no habían pagado ese peaje. Y de toda esta gente se hace un contingente bajo el paraguas italiano, los que llamamos guardacostas, que al final se trata de una unidad cuando menos controvertida. Es el cordón sanitario que buscaba Italia, básicamente. Querían que se frenara el tránsito y lo están consiguiendo.
¿Los barcos de rescate alientan el efecto llamada, como dicen los críticos con su labor?
No. Eso se demuestra con datos sobre la mesa: cuando concluye la misión de rescate Mare Nostrumde Italia y asume la responsabilidad el Frontex [la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas], lo que hacen es retirarse hacia atrás, hacia aguas jurisdiccionales europeas, con lo cual el número de gente que muere en el mar se multiplica por 30. ¿Deja de llegar la gente porque no haya barcos de rescate? No, la gente se echa a la mar en la misma proporción, pero lo que pasa es que mueren muchos más. Esa es la diferencia, porque lo que sí existe es el efecto salida o huida, de la guerra y de la miseria de sus lugares de origen.
¿Qué le parece la actitud del nuevo Gobierno de Italia de cerrar sus puertos a los barcos de rescate?
La gente que más personas ha rescatado en la costa son los italianos, nadie ha salvado a más migrantes que la Guardia Costera. Eso hay que decirlo. Italia en su día pidió ayuda a la UE, allá por 2014, para mantener Mare Nostrum, porque era una operación que costaba nueve millones de euros al mes, más el coste político que suponía al Gobierno de entonces. Pero no, la UE le dio la espalda. Por supuesto que me parece fatal que se cierren los puertos, pero me parece también fatal que se delegue toda la responsabilidad de la gestión de un drama como este a un solo país. Entonces, sin justificar lo que hace Italia, creo que esta polémica para lo que sirve es para poner sobre la mesa que hace falta una estrategia conjunta a nivel europeo. No se puede deja a Italia que asuma todo. Es inviable. Yo me pregunto si la situación hoy sería otra si la UE en 2014 hubiera apoyado Mare Nostrum. Hemos llegado a la situación que hemos llegado un poco por culpa de todos.
¿Qué piensan los libios de los centros de detención de inmigrantes que proponen en la orilla del norte?
Lo de los centros es de risa. Para poder abrirlos en la costa necesitan, primero, una labor diplomática de manual con las milicias que controlan cada ciudad y, segundo, mucho dinero, por supuesto. Aún así, sería muy difícil crearlos. El plan de Matteo Salvini [el ministro del Interior italiano] de abrirlas en el desierto, en el sur, donde la situación está fuera de control, es imposible, absolutamente inviable. Hay dos opciones: o Salvini no conoce la situación en Libia, lo cual me cuesta creer porque los mejores analistas del país son los italianos, los que más controlan por motivos históricos ya que fue colonia suya, o simplemente estamos ante un mensaje populista de cara a su pueblo, como decirle a los italianos: "No sólo cierro los puertos sino que busco soluciones en suelo libio", aunque sean soluciones que no tienen ninguna perspectiva de prosperar.
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En el libro aborda también el escándalo del que fuera enviado especial de la ONU para Libia, el español Bernardino León, de quien se filtraron varios emails intercambiados con el gobierno de Emiratos Árabes, que tiene importantes intereses en el país y que hoy le paga por dirigir su academia diplomática. Patinazos como ese, mediadores que no sirven... ¿Están haciendo algo realmente valioso la UE o la ONU sobre el terreno?
Es todo un despropósito. El Gobierno que respalda la ONU, que salió del plan puesto en marcha por Bernardino León, no cuenta con el refrendo de los libios, por ejemplo. Creo que es la primera vez que eso ocurre desde la creación de las Naciones Unidas, optar un gobierno que no ha pasado por una elección popular y que se sustenta sobre una milicia salafista para poder estar sobre el terreno, como es Trípoli. Si esta va a ser la actitud de la UE también... pues ha perdido toda credibilidad de cara a los libios. Los ciudadanos no confían en ninguno de los tres gobiernos, ninguno tiene legitimidad para ellos. Estamos ante un resto de la visión colonial que seguimos teniendo sobre estos territorios, en este caso Libia, tratando a esta gente como cosas, como si no tuvieran derecho a tener una vida como la nuestra. Nosotros disponemos esto y que se aguanten. Libia es, sin duda, la vergüenza de Europa.
Tras la decena de viajes intensos que ha hecho a la zona, ¿ha encontrado a algún libio que aún tenga esperanza y, más aún, a corto plazo?
No. La descomposición es tal que la vida en Libia se ha convertido en una lucha diaria. Los ciudadanos han dejado de vivir en un país en el que no había una democracia como la entendemos nosotros ni libertad de expresión, donde el mismo señor mandaba desde hacía 40 años, pero en el que había un bienestar porque era un estado rentista, donde te daban dinero por no hacer nada. Ahora, de repente, ese dinero deja de contar y vale ocho o diez veces menos de lo que valía en su día, de 2011 a hoy. Salir adelante es una cuestión de pura supervivencia, por eso hasta los libios han empezado a saltar a pateras. Antes lo hacían muy pocos y habitualmente usaban sus propios barcos de pesca para llegar a Europa, pero ya ni eso. Así que no, no tienen ninguna esperanza, en nadie, no conozco a ninguno que defienda a los gobiernos de corazón; puede que alguno lo haga por razones pragmáticas, porque algunos sueldos aún siguen llegando y punto, los necesitan. Pero ni los libios, ni la ONU ni los enviados especiales hasta la fecha, nadie tiene ninguna legitimidad. Es demasiado categórico lo que digo, quizá, pero créame, es también bastante descriptivo.