Se llama Annie Lööf. Es la líder del partido liberal en Suecia. Tiene 35 años. Y se ha ganado a pulso el protagonismo en la escena política. No en vano es el rostro del cordón sanitario contra la extrema derecha sueca y la facilitadora de la investidura del socialdemócrata Stefan Löfven. Con su decisión ha roto el bloque conservador, pero ha acabado con la ingobernabilidad del país y cerrado así el paso al populismo de derechas, a un partido con raíces neonazis.
Su homólogo en España sería Albert Rivera y su partido hermano, Ciudadanos. Esto si aún creyéramos que los naranjas son eso, solo liberales, y no una mezcolanza de la nueva y la vieja derecha, que es como se han comportado en esta campaña. En Europa se lucha contra partidos como VOX. Aquí se le corteja o se le ignora según convenga mientras se impone el veto entre bloques.
Así andamos. A tres días de las elecciones, con las derechas a machetazo limpio, pero dispuestas a sumar si llega el caso. Los datos, de momento, no dan, pero pueden dar. Hay un presentimiento de que la irrupción de la ultraderecha en la escena nacional estará muy por encima de lo que está escrito en los sondeos y que puede pasar lo mismo que en Andalucía.
Entre los datos y la intuición. Entre las encuestas y el instinto. Entre lo que parece y lo que se teme o se desea. Es así como navegan estos últimos días todos los partidos. El corazón en un ‘ay’ y la respiración contenida por lo que pase con la ultraderecha, a quien las cifras sitúan en un 11 por ciento, pero la impresión general es que puede rozar el 15 y ser incluso tercera fuerza, lo que le situaría con 60 diputados en el Congreso y a muy pocos escaños del partido de Casado.
Lo que se percibe en sus mítines, lo que se escucha en la calle, la desbandada de cargos en el PP, la errática estrategia de Ciudadanos y la comparación de sus actos con los de sus adversarios… Todo lleva a un mal presentimiento de consecuencias imprevisibles para la derecha clásica y para España.
¿Y si otra vez se equivocan los expertos? ¿Y si de nuevo no han sido capaces de detectar los cambios? ¿Y si el neofranquismo irrumpe con mucha más fuerza que la que se le presupone? Los mítines de Abascal hablan por sí solos. El último, en Valencia. No se recordaba un entusiasmo desbordante ni en los días de vino y rosas del PP valenciano. Ocurrió lo mismo en Sevilla, en Granada, en Cáceres, en Las Rozas y allí por donde han pasado los de la Reconquista. La euforia “voxera” no ceja mientras Casado y Rivera se desangran y en cada plaza se recibe al líder de Vox con el “himno de la muerte”.
¿Qué puede pasar si las encuestas yerran? Dos posibles escenarios. Uno, que el PSOE se desborde por una amplísima participación, que se beneficie del voto útil en esa bolsa de indecisos templada, moderada, que no es de izquierdas ni de derechas, que una vez votó a Zapatero y otra a Rajoy y que es alérgica a “casarse” con nadie. Y dos, que Vox se dispare y sume votos del PP, de Cs, pero también de la abstención y se salga de la tabla.
Hasta las empresas de demoscopia admiten en la recta final que es difícil precisar el alcance, que en una formación nueva no hay recuerdo de voto, lo que complica la estimación, y que el domingo puede haber sorpresas. La neutralidad -en ocasiones hasta disimulada admiración- en el tratamiento del neofranquismo de algunos opinadores y el tripartito andaluz les han dado, sin duda, también alas.
Vox es una de las principales incógnitas del domingo. Los datos dicen que junto al PSOE es la única formación que se mantiene en una curva ascendente y diaria que podría facilitar la suma del tripartito de derechas. Imposible saber donde está su techo.
En el PSOE, con un suelo considerable, los datos invitan al optimismo porque su curva también mantiene el ascenso, incluso después de los debates y con Podemos recuperando terreno perdido. Rivera se lo ha puesto fácil tras los debates. Según los datos que manejan los “monclovitas”, la bolsa de indecisos se ha reducido ya en dos millones de electores y la tendencia ascendente de los socialistas se mantiene.
Son datos. La intuición, ya saben, tiene carril propio. El ambiente es extraño y eso hace impredecible los resultados del domingo, más allá de que el PSOE será primera fuerza. Todo lo demás está en el aire, también el futuro inmediato de una ultraderecha a la que en España, a diferencia de en Suecia, nadie parece dispuesto a hacerle un cordón sanitario. Todo lo contrario.