Entonces llegó el virus
Nadie estaba preparado, y el que diga lo contrario se engaña a sí mismo, a pesar de que surgen por todas partes gurús que dan lecciones.
Nos encontramos en un mundo cambiante, muy volátil, potenciado entre otras por la revolución digital y la globalización, y nos acechan nuevas amenazas, el terrorismo internacional y ahora el coronavirus. La globalización lo que ha demostrado es que permite un crecimiento mayor y más rápido de la economía, pero también que las crisis económicas y ahora los virus, se propagan a mayor velocidad y afectan a todo el planeta.
El mundo desarrollado no estaba preparado, aunque no eran pocas las veces que se habían levantado voces avisando de que una bacteria podría cambiar el mundo tal y como lo conocíamos, y a pesar de las muchas epidemias que hemos pasado a lo largo de la historia, desde la peste antonina de la época romana hasta las más recientes de este siglo, la gripe A, el ébola, o los primos hermanos del Covid-19 el SARS, el MERS, no nos dábamos por aludidos. Entonces llegó el virus de los virus, el Covid-19 que se originó en la ciudad China de Wuhan y que se ha propagado muy rápido por todo el mundo, gracias al mundo globalizado en el que vivimos, donde se producen millones de viajes a diario por trabajo o turismo, en este contexto los viajeros se han convertido en el mejor medio de transporte del virus. Muestra de la gran crisis que se vive es la suspensión de los Juegos Olímpicos, algo que solo había ocurrido en la I y II Guerra Mundial.
Estábamos inmersos en un mundo desarrollado donde no había lugar -fuera de las películas- a consecuencias tan dramáticas y que afectaran a una gran parte de la población, independientemente del lugar del planeta en el que se habitara, la condición social o la edad (aunque tiene una mayor letalidad en la población de mayor edad o con patologías previas). Sociedades que conforme aumentaba su desarrollo, se imponían actitudes más egoístas, que defendían bajadas de impuestos, o reducción del poder del Estado, porque así cada uno -por lo menos algunos- dispondríamos de más recursos individualmente y más influencia. Entonces llegó la gran pandemia, que aunque llevaba meses avisando, no le habíamos prestado atención, estábamos inmersos en nuestras sociedades acomodadas y no queríamos que nada nos distrajera.
Entonces nos dimos cuenta del valor de muchas cosas a las que dábamos poca importancia y que formaban parte de nuestra vida en las sociedades desarrolladas: salir de copas, comer con los amigos, hacer turismo… igual que no prestábamos la suficiente atención a determinadas profesiones: enfermeros, médicos, trabajadores de tiendas de alimentación, transportista, policías... la mayoría de ellas nos parecían accesorias, innecesarias, hasta que comprobamos que eran las que garantizaba nuestra seguridad en tiempos de crisis. Y llegó el ejercito, ese cuerpo tan impopular, por su utilización a lo largo de la historia para resolver los conflictos entre naciones a través de las armas, causando la muertes de otros seres humanos, en la batalla contra el virus se convirtió en una magnífica arma, por su entrenamiento para actuar en situaciones de crisis y tensión, y por su capacidad de flexibilidad y para dar respuesta rápida, con la posibilidad de desplegarse en muy poco tiempo para desinfectar lugares de afluencia masiva, para montar hospitales en tiempo récord o para ayudar a cualquiera que lo necesitara.
Para actuar de forma adecuada a una situación como la que estamos viviendo nadie estaba preparado y el que diga lo contrario se engaña a sí mismo, a pesar de que surgen por todas partes gurús que dan lecciones de cómo habría que haber actuado, indicando las recetas mágicas para dar respuesta a cada uno de los retos a los que nos enfrentamos. Pero lo que se ha demostrado en este tiempo es que el sistema imperante creo las herramientas para que el crecimiento económico fuera mayor y pudiera beneficiar en mayor medida a los poseedores del capital, pero en contraposición los estados no crearon las que pudieran beneficiar a la mayoría de la población y tampoco para evitar que cuando las cosas fallan podamos estar todos protegidos, tengamos una red de seguridad. Estructuras administrativas son demasiado rígidas como para poder dar una respuesta ágil y flexible ante situaciones sobrevenidas y cambiantes.