Endogamia: la pandemia de la Universidad

Endogamia: la pandemia de la Universidad

No son pocos los casos de candidatos que se quedaron fuera de un proceso selectivo porque la plaza ya estaba pre-adjudicada a un favorito.

Universidad.EFE

Imaginemos que una universidad española rechaza a un candidato en un concurso u  oposición por el mero hecho de ser mujer. Ahora imaginemos que el rechazo es motivado  por su orientación sexual. ¿Qué ocurriría? ¿Qué repercusión tendría ese hecho? Con toda  seguridad se produciría una clamorosa condena y reivindicación desde diversos ámbitos:  político, social, gubernamental, sindical, etc. La repercusión y reprobación global sería  enorme. 

Imaginemos ahora que una universidad española rechaza a un candidato por el mero  hecho de no ser amigo o discípulo o pariente de determinada persona. Es decir, el rechazo  no se produce en este caso ni por género ni por orientación sexual del candidato sino por  sus contactos y amistades o relaciones. ¿Qué ocurriría? ¿Habría la misma condena y  reivindicaciones? ¿Tendría la misma repercusión que los supuestos anteriores?  

Según el diccionario de la Real Academia Española, la “actitud social de rechazo a la  incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución” se denomina  “endogamia”. Y este es uno de los mayores males de la universidad española en general.  No son pocos los casos de candidatos que se quedaron fuera de un proceso selectivo para plazas de docente-investigador universitario porque la plaza ya estaba pre-adjudicada a  un candidato favorito, y favorecido por lazos de amistad o parentesco o similares. Y no  son pocos los casos aparecidos en prensa y otros medios. Cuando esto ocurre, los  principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad en el acceso al empleo  público—así como el derecho a un evaluador imparcial― quedan arrinconados y se elige  al candidato no por ser el mejor sino por ser el más amigo o el más pariente, aunque haya  otros candidatos mejores. Este fenómeno discurre por muchas de nuestras universidades  sin que haya un clamor social, ni sindical, sin que se ponga el grito en el cielo por parte  de las autoridades universitarias ni desde el ámbito político ni gubernamental. Hay una  especie de normalización de la endogamia (=rechazo) y una suerte de aceptación  encubierta que hace que en casos de rechazo de este tipo, no se ponga el grito en el cielo  sino que las víctimas han de gritar solas, sabiendo que muchas veces el suyo es un grito  en el desierto.  

La palabra clave es el “rechazo” que, en el caso de la endogamia, se implementa  generalmente mediante mala praxis, amaños de plazas y un despliegue de recursos  reprobables que aseguran la plaza a un determinado candidato. En ocasiones se ve cierta  confusión respecto al concepto de endogamia. Que un doctor trabaje en la misma  universidad donde se doctoró nada tiene que ver con endogamia, si ese doctor logró su  plaza en juego limpio, transparente y respetando los dictados constitucionales. Solo  faltaba que a un candidato que resulte ser el mejor y de mejor currículum se le rechazara  por haberse doctorado en esa universidad. (Hacer tal cosa sería un error y de ningún modo  evitaría los amaños de plazas, pues la picaresca en este sentido es bien conocida en  algunos casos reales en nuestro país).  

Las consecuencias del fenómeno endogámico son varias y van en diversas direcciones: 

1) Al no contratar al mejor candidato sino al más amigo, la calidad docente e  investigadora merma y se tiende no a la excelencia sino a la mediocridad.

2) Los estudiantes padecen esa menor calidad en sus docentes, que sería más elevada si  se contrataran a los mejores candidatos. 

3) El gasto de dinero público que se produce en batallas judiciales por parte de las  universidades enrocadas en defender lo indefendible (cuando se producen irregularidades  en la adjudicación de plazas), lo pagan los contribuyentes con sus impuestos.

4) La salud mental de los docentes e investigadores que son víctimas de este fenómeno  es otra consecuencia, especialmente silenciada, de la que no se habla. Ansiedad, angustia,  estrés, depresión y otras dolencias son padecidas en silencio por las víctimas, mientras la  rueda de un sistema lastrado continúa. 

¿Dónde está la ética y los valores? Se habla mucho de un solo valor, el de la igualdad de  género, y se implementan asignaturas con la coletilla “perspectiva de género” mientras  se obvian totalmente otros valores fundamentales. Parece como si valores como la ética  y la justicia no fueran importantes. Cultivemos la igualdad de género pero olvidémonos  de la igualdad en el acceso al empleo público, olvidémonos de cultivar la ética, la justicia. 

Este no es el camino. No lo es. Alguien concienciado en igualdad de género pero carente  de ética, de principios, y del sentido de la justicia no es precisamente un ejemplo a seguir.  ¿Se pueden cambiar las cosas en la universidad española en lo tocante a la endogamia y  la mala praxis asociada? Por supuesto que sí. Pero falta voluntad, no solo por parte de la  clase política sino por parte de las propias autoridades universitarias. Tal vez falta valentía para defender lo éticamente correcto. ¿Para cuándo materias con “perspectiva de ética”?  Disertar desde tribunas universitarias sobre un solo valor y olvidarse del resto de valores, siendo en algunos casos consentidor, partícipe y cómplice de procesos endogámicos  antagónicos a la excelencia académica y humana, es no ver el bosque. Es volar bajo, por  el peso del lastre. Ese no es el camino. Ni ese es el espejo en el que deberían mirarse los  jóvenes de nuestra sociedad.