En pos de la libertad cualitativa

En pos de la libertad cualitativa

Entrevista con el filósofo alemán Claus Dierksmeier.

Many birds in silhouette against a orange background perching on a single cable/wire with a single bird away by itself.ThomasShanahan via Getty Images

Esta conversación versa sobre la libertad, un concepto vacuo si no se define adecuadamente. Por eso hay muchos tipos y grados de libertad. El filósofo alemán Claus Dierksmeier propone usar expresiones como libertad cuantitativa y libertad cualitativa en lugar de perderse en la tradicional dicotomía entre libertad positiva y negativa. Su libro, Libertad Cualitativa, se puede leer en inglés de forma gratuita aquí. También puedes consultar otras de sus investigaciones en ResearchGate y en Academia.edu. Así serás un poco más libre para valorarlo.

Dierksmeier reflexiona sobre el uso práctico de una libertad moral, social y ecológicamente sostenible. La premisa de su libro consiste en elaborar una redefinición teórica donde no colisione la responsabilidad contra la libertad, como ocurre cuando hay una reducción cuantitativa de la libertad personal. Ciertos compromisos y vínculos con la libertad mejoran la calidad de determinadas libertades específicas y nos acercan a la idea clásica de autonomía individual y colectiva. Eres libre de seguir leyendo, pero no calcules cuántas ideas buenas tiene la entrevista, ya que no se trata de contar, sino de pensar e imaginar:

ANDRÉS LOMEÑA: En Libertad Cualitativa, además de discutir y criticar a autores de la talla de Kant, Hayek y Rawls, usted se muestra a favor de pensadores como Amartya Sen, John Kenneth Galbraith y sobre todo de Karl Christian Friedrich Krause, a quien describe como un defensor de los derechos animales adelantado a su tiempo y también como un luchador clarividente a favor de modelos regionales y planetarios de gobernanza global. ¿Echa algo en falta en su libro tras la devastadora crisis del coronavirus?

CLAUS DIERKSMEIER: El libro, tal y como mencionas, intenta reconciliar la libertad individual con la responsabilidad cosmopolita. En cuanto al coronavirus, creo que la pandemia nos ha dado una razón más para movernos de una concepción cuantitativa a una cualitativa de la libertad. Hemos observado que el intento de maximizar las opciones individuales y minimizar las restricciones sociales nos llevan finalmente a un deterioro de la libertad de todos. En cambio, la activación de medidas donde la libertad individual respeta unos límites cualitativos definidos por una responsabilidad cosmopolita ha traído, en muchos países, un beneficio a largo plazo en las libertades cotidianas de todos los ciudadanos. De aquí se puede extraer una lección general: en momentos de crisis, las sociedades abiertas deberían acentuar la relación intrínseca que existe entre libertad y responsabilidad en lugar de resaltar la falsa imagen de estar ante una disyuntiva inevitable. Así que, en este sentido, tengo la sensación de que mi teoría intuyó la actual crisis bastante bien. 

Sin embargo, me temo que hay una enorme laguna: la digitalización. Aunque he investigado últimamente sobre las tecnologías blockchain, la fijación de precios por medio de algoritmos, las criptomonedas y la inteligencia artificial, los resultados de esos proyectos llegaron después de la publicación del libro.

A.L.: No apoya un Gobierno Mundial, aunque sí defiende el Projekt Weltethos en busca de una ética global, una iniciativa impulsada por el teólogo Hans Küng. Admite que las regulaciones económicas nacionales nos llevan a una carrera hacia el abismo en términos de sostenibilidad; si el decrecimiento no parece que pueda proporcionar esa libertad cualitativa de la que habla, ¿quién o qué puede hacerlo?

C.D.: No plantearía la cuestión de forma cuantitativa, es decir, hablando de “más” o “menos” crecimiento. Lo que necesitamos, más bien, es volver a intensificar el debate de los años setenta sobre el “crecimiento cualitativo” para que veamos qué formas de desarrollo económico necesitamos promover aún y cuáles deberíamos reducir o redirigir. El cálculo cuantitativo siempre debe obedecer, no liderar, nuestros esfuerzos de optimización cualitativa. El mundo no puede negar las oportunidades de las personas pobres para que prosperen económicamente y puedan encontrar así una forma de salir de la miseria; tampoco puede permitirse ni conceder a todo el mundo una huella de carbono como la de los ciudadanos del mundo occidental. 

Por todo ello, hay una gran necesidad de coordinación socio-económica (y de justicia redistributiva) a escala planetaria, lo cual suscita la pregunta de qué instituciones, tanto globales como regionales o nacionales, son viables para abordar el problema. Ahora bien, antes de que caigamos en los tecnicismos de un debate en torno a cómo reformar la ONU o sobre qué tipo de sistema federal mundial serviría para avanzar, tenemos que admitir que no hay ninguna institución transcultural que funcione apropiadamente si sus miembros y líderes están en desacuerdo en casi todo. Por lo menos deberían compartir ciertas convicciones éticas básicas, como la regla de oro. Por esta razón, el proyecto de Hans Küng de principios de los noventa en busca de un consenso sobre la moral compartida entre las personas de cualquier región y creencia sigue siendo pertinente en la actualidad.

Hemos observado que el intento de maximizar las opciones individuales y minimizar las restricciones sociales nos llevan finalmente a un deterioro de la libertad de todos.

A.L.: Aún no he leído su libro Reframing economic ethics, pero me parece genial que saque a relucir el coste económico de los trabajadores que se sienten maltratados o mal remunerados. ¿Sigue interesado en la filosofía de la administración y dirección de empresas?

C.D.: De momento estoy de baja por paternidad mientras mi mujer trabaja. Como tenemos en casa a una niña pequeña muy activa, no tengo ningún gran proyecto a la vista. Seguiré intentando tejer los hilos de mis anteriores libros, poniendo énfasis en la gestión humanística de los procesos de digitalización.

A.L.: ¿Qué le sugieren la teoría de juegos y la teoría de la elección racional?

C.D.: En sus (primeras) versiones dogmáticas, prometer demasiado y dar muy poco cuando se trata de explicar y pronosticar cómo actúan las personas de verdad en situaciones reales. En su (renovada) versión experimental, utilizada por economistas conductuales y por la psicología empírica, esas teorías resultan mucho más prometedoras.

A.L.: ¿Y Julian Assange o Edward Snowden?

C.D.: Los medios a menudo se centran en los individuos en lugar fijarse en el sistema. Antes de debatir sobre hasta qué punto somos moral y legalmente culpables por quebrantar la confianza, deberíamos analizar por qué estas personas vieron necesario hacer filtraciones. Para tener una visión general del whistleblowing, deberíamos hacer lo siguiente: siempre que nos sintamos incómodos con los secretos que se han revelado, necesitamos hacernos dos preguntas antes de juzgar a los individuos implicados: 1. ¿Es legítimo nuestro interés de proteger esos secretos dada nuestra responsabilidad con toda la humanidad? 2. ¿Qué alternativas tenían los denunciantes? Si nuestras respuestas son “no” y “ninguna”, entonces no deberíamos sorprendernos de que cada vez haya más denunciantes.

A.L.: Marx y Nietzsche tienen una relación complicada con la libertad… 

C.D.: Hemos dejado de leer a Marx como un filósofo de la libertad por nuestra cuenta y riesgo. Si no sabemos reconocer en el pensamiento de los filósofos socialistas (Fichte, Lassalle o Marx) una preocupación liberal en busca de oportunidades para alcanzar cierta autonomía y dignidad, esa ceguera hacia “la izquierda” hará que el liberalismo pierda para siempre su posición en el “centro” de la sociedad.

En cuanto a Nietzsche, distinguiría, como un médico, entre la anamnesis, el diagnóstico y el tratamiento. Su anamnesis de la historia del pensamiento occidental es brillante. Su diagnóstico de los desafíos inminentes de la filosofía de su época es formidable; protagonizó una etapa desligada de la metafísica tradicional que quedó desnuda ante el diminuto papel cósmico de la humanidad según el tiempo astronómico y el espacio interestelar. Su tratamiento para superar ese malestar (por ejemplo, su ética existencialista del autoproclamado Superhombre) es bastante cuestionable.

Aunque las personas deberían contribuir a la sociedad en la medida de sus posibilidades, lo que uno da y lo que uno recibe no debería estar mutuamente condicionado.

A.L.: ¿Qué le parece la discriminación positiva?

C.D.: Dos errores no hacen un acierto. El mal no debería combatirse con el mal, sino con el bien. La acción afirmativa es una cosa, exigible en ciertos aspectos, y la discriminación positiva otra [las diferencias de estos términos en español no son evidentes porque se usan como palabras sinónimas]. Lo primero intenta reconciliar los dos lados de un conflicto; lo segundo simplemente se convierte en un juego de suma cero donde la ganancia de una persona se adquiere a costa de la pérdida de otra. La acción afirmativa puede entenderse como una expresión de la libertad orientada cualitativamente. La discriminación positiva atenta contra la libertad, cualitativa o de cualquier otro tipo.

A.L.: ¿Impondría un salario máximo como solución a las grandes riquezas?

C.D.: Sam Pizzigati lo ha llegado a proponer, y aunque disfruté mucho su libro Greed and Good, y comparto su crítica al status quo, creo que se pueden tener ideas alternativas sobre cómo traducir su visión en una realidad tangible. ¿Es necesario un salario máximo? De ser así, ¿sería suficiente o deberíamos aprovechar también la agencia tributaria para lograr más justicia distributiva? Probablemente uno puede posicionarse en cualquiera de los dos bandos con buenos argumentos, pero en última instancia, esta no es una decisión que deban tomar los académicos. Debería hacerse a través de la deliberación democrática.

A.L.: ¿Se es más libre con el trabajo garantizado o con la renta básica universal?

C.D.: Una vez más, haría referencia al “pueblo” como el lugar pertinente de la consulta, no a nosotros como académicos. Nosotros informamos sobre esos debates, no los decidimos. Dicho esto, déjame decir que veo una diferencia clave entre los dos conceptos: la condicionalidad. El trabajo garantizado reconoce que el ingreso es y debería estar condicionado al trabajo. La lógica de la RBU, por el contrario, nos indica que las personas tienen el derecho incondicional a un cierto nivel de vida porque, como seres humanos, merecemos no estar abocados a la miseria. Aunque las personas deberían contribuir a la sociedad en la medida de sus posibilidades, lo que uno da y lo que uno recibe no debería estar mutuamente condicionado. Encuentro esa visión más interesante, ya que también deja espacio para las obligaciones unilaterales (de quienes reciben sin ser capaces de dar y otros que pueden dar sin necesidad de recibir).

A.L.: La filosofía, el arte y la literatura, ¿nos hacen libres cualitativamente hablando?

C.D.: La filosofía, incluso en sus aspectos más rigurosos y “científicos”, debe mucho al arte y a la literatura. La filosofía de la libertad es un ejemplo. Si queremos que las personas asuman que ciertas restricciones o compromisos no merman la calidad de nuestra libertad, sino que la mejoran, los ejemplos de la experiencia estética pueden aclarar el argumento rápidamente. Todo el mundo sabe que para producir buena música o poesía, por ejemplo, hay que frenar el entusiasmo, por así decirlo, y ser selectivos en los motivos que traemos a primer plano. La reducción cuantitativa del material junto a una restricción cualitativamente motivada es parte de lo que constituye el Arte con mayúscula. Esos límites, sin embargo, no son solo característicos de la libertad estética, sino de la libertad en general.

La experiencia del amor y la amistad consigue que lo que hacemos por otros redunde en nosotros de muchas formas. El odio y el resentimiento, por el contrario, son resultados deplorables.

A.L.: Somos libres de elegir el amor y la amistad frente al odio y el resentimiento…

C.D.: El amor y la amistad son modelos de la libertad cualitativa, un tipo de libertad que no es equivalente al libertinaje. Se trata de un tipo de relación que voluntariamente uno contrae con ciertas personas, comportamientos y valores, sin sentir que la libertad se vea disminuida en ese proceso. La experiencia del amor y la amistad consigue que lo que hacemos por otros redunde en nosotros de muchas formas, como una experiencia sumamente mejorada del significado de nuestra libertad personal. El odio y el resentimiento, por el contrario, son resultados deplorables de una lógica centrada en el yo que se consume con la obsesión por aquello que nos atormenta. Además, esos sentimientos van en contra de una orientación más vitalista sobre lo que podemos y debemos dar.

A.L.: Le doy libertad para que concluya como le apetezca.

C.D.: Con la vista en los debates actuales de Estados Unidos, espero de veras que sus ciudadanos regresen a la noción progresista e inclusiva de una libertad cualitativa que una vez atrajo a tantos individuos de todo el mundo. En buena medida, aquello sirvió para construir lo que conocemos como el soft power de Estados Unidos. Los últimos cuatro años nos han enseñado de forma evidente qué significa una sociedad rendida a la infame lógica de las transacciones, o dicho de otro modo, entregada a una libertad meramente cuantitativa y a una obsesión por maximizar las opciones y los beneficios personales mientras se desprecian los ideales sociales, morales y ecológicos que hacen sociedades exitosas y sostenibles.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).