Empieza la Era Von der Leyen: sus apoyos, sus promesas y sus retos
La alemana supera la votación en la Eurocámara y se convierte en la primera mujer en presidir la Comisión Europea
Ursula Von der Leyen es, desde esta tarde, la nueva presidenta de la Comisión Europea, la primera mujer en ocupar el cargo desde que se creó, en 1958. La exministra de Defensa alemana, de 60 años, ha logrado arrancar el apoyo necesario de los europarlamentarios, 383 votos a favor, nueve más de los obligatorios para la mayoría absoluta. Su elección garantiza un bloque en el que la ultraderecha y los populismos no tienen lugar y abre un tiempo nuevo en el que, si nadie quiere que la estabilidad salte por los aires, serán obligados el diálogo y la negociación.
No le ha sido fácil llegar hasta aquí. Se ha tenido que enfrentar a familias disgustadas por el reparto del poder, en un hemiciclo más fragmentado y diverso que nunca, un tira y afloja de promesas, cesiones y apuestas con el que, al final, han logrado convencer a la mayoría absoluta de la Cámara. Su discurso de esta mañana ante los diputados, de un profundo europeísmo, cargado de valores, de guiños a la izquierda, a los centristas y a los verdes, ha sido determinante para salir airosa del trance. Ahora tiene que cumplir.
Se supone que cuando se publican las candidaturas a los conocidos como top jobs -los altos cargos comunitarios: la presidencia de la Comisión Europea, del Consejo, de la Eurocámara, del Banco Central y la representación exterior-, ya no hay dudas: esos serán los elegidos, sin mayor problema. Pero las cosas, en 2019, ya no son así: era lo habitual en otro tiempo, cuando mandaban dos grandes grupos parlamentarios, el de los populares y el de los socialistas, que llegaban a acuerdos bastante estables y sin sorpresas. Esta legislatura, por primera vez, esa suma no daba y había que meter en las negociaciones a los liberales, llave de todas las alianzas factibles, y a los verdes, cuyo ascenso obligaba a tenerlos en cuenta, aunque no fuesen esenciales en la suma.
Una suma compleja
Por eso Von der Leyen no las tenía todas consigo cuando esta mañana se ha aferrado a su atril en Estrasburgo. Sólo contaba, de partida, con los 182 votos de sus colegas conservadores del Partido Popular Europeo, pero necesitaba 374 (la mitad más uno) para tener la absoluta que la aupaba al cargo. Los socialistas (154 escaños) acudían divididos a la cita: si el bloque España-Italia-Portugal-Grecia era favorable a su nombramiento (“Evitemos el bloqueo”, proponía el presidente Pedro Sánchez), no eran de la misma opinión los alemanes, los propios paisanos de Von der Leyen.
Sus razones para no quererla son varias: nunca les ha gustado como ministra de Defensa en el gobierno de Angela Merkel que ellos mismos apuntalan; la tienen por una figura “que no es de primera fila ni con cuerpo para Europa”; y denuncian que usurpa el puesto que anhelaban para el líder de los socialistas europeos, Frans Timmermans, beneficiándose del bloqueo que impuso al neerlandés el Grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa), esto es, lo más rancio y antieuropeo del club comunitario.
Esta acusación final había calado también en socialistas de Países Bajos, Bélgica o Francia y ponía aún más en riesgo su nombramiento, teniendo en cuenta que los liberales (108 escaños) también estaban divididos y que los verdes (55) habían dicho que no la apoyarían.
¿Qué ha ayudado a desatascar la situación en las últimas horas? Varias cosas. En cuestión de reparto de poder, que Von der Leyen y su equipo han anunciado dos nuevas vicepresidencias ejecutivas en la Comisión, con lo que se puede hacer que los socios toquen más poder y se recoloquen algunas figuras importantes que se habían quedado sin sillón. A ello se suma, la marcha del alemán Martin Selmayr, secretario general de la CE, que deja otro hueco libre y quita el exceso de germanos que algunos veían en la cúspide comunitaria.
También ha ganado apoyos entre los liberales británicos (hasta 21 votos en juego) por su puerta abierta a dar más tiempo para que se aplique el Brexit, “si lo necesita el Reino Unido”.
Y, por supuesto, ha calado su discurso de hoy, con mensajes bien elegidos y bien presentados para conquistar apoyos. Sin perder el respeto de los suyos, a la derecha, ha conquistado la comprensión de los demás, con un mensaje de unidad y entendimiento salpicado de guiños suficientes como para inclinar la balanza. Con un lenguaje cuidadoso, con gestos conciliadores y poniendo piel -hasta ejemplos personales para explicar sus posturas-, ha cosechado los primeros elogios en una prensa internacional que la había dibujado, hasta ahora, como fría, rígida y poco imaginativa.
Las promesas, las apuestas
La alemana ha comenzado su discurso con una alusión que nadie, salvo los haters de Europa, podía dejar de secundar, un recuerdo a la mujer que hace 40 años se convirtió en la primera presidenta del Europarlamento, la francesa Simone Veil. “Su coraje, esa audacia de las pioneras como Veil, ha configurado mi visión de Europa, y será ese espíritu el que guiará la Comisión Europea que tengo intención de presidir (...) ¿Qué podemos hacer hoy para garantizar que podamos vivir su visión de una Europa unida y pacífica en el futuro?”, se preguntaba.
A partir de esos primeros aplausos, Von der Leyen ha expuesto su compromiso con la Comisión, con una premisa base que ha recorrido su discurso de 33 minutos: todo debe hacerse desde el multilateralismo, con reglas, sí, pero también con confianza en el de al lado, sin aislamiento.
Su “todo” ha empezado con un órdago ecologista que ha sacado la mejor sonrisa de verdes y rojos: ha dicho que hará del Green New Deal, el nuevo acuerdo verde, su gran apuesta en sus primeros cien días de mandato. “Impulsaré la primera ley europea que traducirá los objetivos de reducciones para 2050 en leyes concretas e inversiones a gran escala”, anunció. Más aún: quiere recudir las emisiones de CO2 “el 50 o incluso el 55%” para 2030 y ha abogado por dedicar en la próxima década un billón (sí, con b) de euros en un Banco Climático, que será parte del Banco Europeo de Inversiones. La cifra más que triplica el fondo del Plan Jucker, que se lanzó hace cinco años y ha sido hasta ahora la apuesta más tangible de Bruselas contra el calentamiento global. Una “ambición” para la que, avisa, no sólo hará falta compromiso público, sino empresarial.
Afianzado su compromiso verde, ha seguido con lo económico, enfatizando promesas que se conocieron el lunes, cuando se filtró la carta con la que pedía ayuda a los socialistas para superar la votación. Por ejemplo, un seguro complementario de empleo comunitario -que tenía a España entre los principales impulsores-. En ese “aliento de justicia” que Europa necesita, la ya presidenta de la Comisión ha defendido “una mejor protección para quienes pierden el empleo; se necesita un sistema de reaseguro de desempleo para acolchonar choques extremos”. Y, además, “toda persona que trabaje a tiempo completo tiene que tener salario mínimo que le permita vivir dignamente, vamos a tener un marco que tenga en cuenta los distintos sistemas laborales”.
También ha prometido que empleará “toda la flexibilidad que nos permiten las reglas”, como dice el ideario conservador del que ella bebe, pero con un toque social inesperado. “Queremos reforzar la economía pero con hay una lógica clara y sencilla: la gente no está al servicio de la economía, la economía está al servicio de los ciudadanos. Nuestra economía social y de mercado debe reconciliar el mercado con lo social”, ha reivindicado, con las cabezas de unos y otros asintiendo.
A ello ha sumado la “sostenibilidad” como exigencia para todo progreso, con “impuestos justos para la industria del ladrillo y lo digital”, que los poderosos no se vayan de rositas. “Si las grandes tecnológicas tienen beneficios en Europa, magnifico. Pero si tienen pingues beneficios beneficiándose del sistema escolar, de las infraestructuras, la Seguridad Social, no es aceptable que tengan beneficios pero apenas paguen impuestos. Juegan con nuestro sistema fiscal. Si tienen beneficios tienen que compartir la carga”, ha señalado, en un mensaje contra los gigantes tecnológicos que suena a aviso para navegantes.
Ha habido otras pequeñas grandes apuestas que ha ido desgranando en su discurso: lograr la paridad en la Comisión (35 mujeres de 183 comisarios hasta el momento), convertir al fin la violencia contra las mujeres en delito penal en los tratados comunitarios, ahora desdibujados con el acoso, la violencia intrafamiliar, la doméstica... Entusiasmo ha generado también su plan de triplicar el dinero para el programa Erasmus.
“Sólo tengo un principio: reforzar Europa. El que quiera que crezca y se refuerce, me tendrá como aliada. El que quiera reducirla, dividirla, rebajar sus valores, se encontrará la resistencia más férrea, seré su peor enemiga (...) ¡Viva Europa!”, ha sido el final de su discurso, en el que se ha comprometido a llevar a cabo reformas internas sobre la elección de altos cargos, la participación igualitaria de las naciones o la financiación de la Unión.
En primera persona
Von der Leyen ha sorprendido, además, con un llamamiento claro a atender a los migrantes que tratan de llegar al Viejo Continente jugándose la vida. Con sus normas, con sus procesos, que hay que renovar y optimizar, pero también con la clara obligación de no dejarlos morir. “En el mar existe la obligación de salvar vidas” ha dicho enfáticamente, frente a los representantes de países que cierran sus puertos y fronteras, como Italia.
Lo normal, en el discurso comunitario, es poner la seguridad y la protección de las fronteras por delante. Hoy, al menos de palabra, se ha escuchado al fin un compromiso con las personas que buscan una vida mejor. “En estos últimos años, más de 17.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo, que se ha convertido en una de las fronteras más letales del mundo. En el mar existe la obligación de salvar vidas. Y la UE tiene la obligación moral y jurídica de hacer lo mismo, está obligada a defender este concepto. Necesitamos fronteras humanas, tenemos que salvar vidas, pero eso no basta. Hay que reducir la migración irregular, combatir a los traficantes de personas, actuar contra el crimen organizado, mejorar la situación de los refugiados creando corredores humanitarios en cooperación con ACNUR”, ha incidido.
Pocos datos más ha dado. El de los muertos ya era aplastante. Pero es que, además, ha preferido recurrir a su experiencia, al corazón, para hablar de lo que Europa debe ser respecto a los migrantes y los refugiados. Ha contado que en su propia casa esta madre de siete hijos ha acogido a un joven sirio que llegó sin nada, sin saber ni alemán, y que ahora está plenamente integrado. “Hoy, cuatro años después, habla alemán, inglés y árabe, desde luego. Durante el día, se compromete con la comunidad y estudia de noche. Algún día quiere volver a su casa. Es una inspiración para todos nosotros”, ha dicho. Debate cerrado. Abrir puertas con cabeza, proteger sin límite.
Todo lo que tiene por delante
La alemana tiene ahora por delante muuuuuuuuuucha tela que cortar. Hoy aún le durará la alegría de haber pasado la criba, pero mañana será el momento de sentarse en el despacho y ver todas las tareas que tiene pendientes, más allá de las que ella misma ha señalado.
Lo primero que le tocará ir cuadrando son los presupuestos y marco financiero (MFF) de la UE para el periodo 2021-2027, que ya se están viendo en la Eurocámara y en los Consejos por materias. De ahí tiene que salir un donero esencial, desde Fondos Regionales a Investigación, pasando por la PAC, el Erasmus o la Defensa. Va de la mano con la reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en un Fondo Monetario Europeo, destinado a tener “mayores responsabilidades y competencias ampliadas dentro de la legislación comunitaria”, en palabras de su antecesor, Jean-Claude Juncker. El MEDE cuenta hoy con un fondo de rescate de 750.000 millones de euros.
En problema, ante ambas apuestas, es que la economía de la Eurozona está encallando tras años buenos, sin que haya nada firme de estos dos proyectos, positivos, que nacieron al calor de la recuperación, tras la crisis. Cuando, además, se espera otra recesión para 2020 y el desempleo puede empezar a subir de nuevo. El mayor escollo por ahora es el nivel de riesgos que cada estado está dispuesto a asumir.
Dinero y mucho más está en juego con el Brexit, en el que escenario sigue siendo confuso, demasiado abierto y caótico. Tras la decisión de ampliar el plazo para la salida del Reino Unido de la Unión Europea hasta el 31 de octubre, Londres ha visto cómo la premier Theresa May dimitía, incapaz de sacar nada adelante. Ahora su proceso de relevo está en marcha, con Boris Johnson y Jeremy Hunt como adversarios. ¿Qué saldrá de ahí? Si gana el primero, el favorito, hasta se habla de divorcio duro. A la nueva presidenta le tocará analizar si hay más prórrogas, porque por ahora la postura de Bruselas ha sido siempre la de no tocar el acuerdo final. Si Reino Unido no resuelve su problema interno de acatar lo acordado, tendrá que aprobar una batería de medidas para paliar el impacto de un Brexit duro, sin acuerdo.
En el caso de la inmigración, más allá de su emotiva anécdota familiar, hoy por hoy no hay consenso sobre el tema ni perspectivas cercanas de lograrlo. El actual Reglamento de Dublín II debe reformarse para racionalizar las peticiones de asilo y también se deben revisar las condiciones de la conocida como Tarjeta Azul, una autorización de residencia y trabajo para extranjeros altamente cualificados. Más que un cambio de rumbo, más humano, más claro, lo que se teme es una vuelta de tuerca en posiciones amenazantes para los que escapan.
Mientras, los países de la frontera sur afrontan las llegadas y los del centro y el norte dilatan las soluciones, lo que alienta discursos racistas o xenófobos como los de la Liga Norte italiana. No hay permisos para ONG en la zona y la Operación Sofía de la UE está desmantelada en la práctica.
África tiene que ser un “objetivo prioritario” de cooperación, sostiene Bruselas, si se quiere frenar la llegada de migrantes. Está pendiente aprobar un plan de acción para mejorar sus oportunidades, fijar población y reducir la pobreza. La Unión trabaja de forma activa para fortalecer su asociación con una región con la que “comparte muchos intereses comunes, desde abordar el cambio climático hasta impulsar la inversión, gestionar mejor la migración y crear oportunidades para los jóvenes”, en palabras de la actual jefa de la diplomacia comunitaria, Federica Mogherini, a la que tomará el relevo si nada se tuerce el español Josep Borrell.
En política exterior también tiene el reto de mantener con vida el acuerdo nuclear con Irán, con el que la UE tiene ahora un compromiso claro y por el que trata de impulsar procedimientos que permitan eludir las sanciones impuestas a Teherán por parte de EEUU. Y el de pilotar en parte el proceso diplomático que ponga fin a la crisis de Venezuela, y el de estar vigilante en la guerra comercial Pekín-Washington, que nos tiene entre dos aguas...
No es menor el reto del cambio de hora, troncal para la economía, la conciliación y la calidad de vida. “Los Estados Miembros de la UE deberán decidir si terminar o no con el cambio de hora estacional, manteniendo el horario de invierno o el de verano, a partir de marzo de 2021. El Parlamento Europeo ha pedido que los distintos países se coordinen entre ellos para garantizar que el Mercado Único no se vea perjudicado”, explican el Europarlamento. La Comisión Europea tenía intención de acabar con este cambio en abril del presente año, pero quedaban demasiados flecos pendientes.
También le queda tarea en la Defensa, que tan bien conoce, en la apuesta por un ejército europeo o, al menos, una autonomía de acción mayor respecto a EEUU, en la cooperación con Washington, en las inversiones que cada cual está dispuesto a efectuar y la información que cada cual quiere compartir.
Todo lo anterior se hace, únicamente, con valores sólidos y principios claros. Esos a los que la política alemana aludía citando a Veil. Esos que están en peligro por la ultraderecha, por ejemplo. Será otro de sus retos esenciales del mandato de cinco años: que las libertades se mantengan intactas, que no cunda el (mal) ejemplo de Hungría o Polonia, que desafían la separación de poderes o las leyes de asilo, que los eurófobos no ganen terreno y que tengan cero capacidad de acción en las instituciones comunitarias. Ursula von der Leyen no habla con medias tintas, como otros colegas suyos del Partido Popular Europeo y está dispuesta a levantar un cordón sanitario que mantenga sanas las instancias de Bruselas, que es por donde pasa el futuro de todos los europeos.