Emociones que fortalecen tu sistema inmune
En periodos de mucho estrés somos más propensos a sufrir trastornos gastrointestinales o problemas cardiovasculares.
El sistema inmune trabaja para eliminar agentes externos que se introducen en el cuerpo y pueden producir verdaderos destrozos, pero, ¿quién se ocupa del daño innecesario que producen los pensamientos negativos que dan vueltas en tu mente?
El sistema inmune emocional. Está compuesto por varias estructuras cerebrales que controlan las emociones y sentimientos que surgen después de determinados estímulos exteriores.
En periodos de mucho estrés somos más propensos a sufrir trastornos gastrointestinales o problemas cardiovasculares, como afirma el Consejo General de la Psicología de España.
Quizás en tu caso el estrés deja huella en tu pelo, en tu piel o en la calidad de tu sueño. Seguro que lo tienes identificado.
No todo el estrés que experimentamos es negativo. Hay un estrés positivo, que es el que te activa para encontrar soluciones rápidas ante situaciones imprevistas. Pero cuando la situación que te ha activado concluye y en tu mente sigue ocupando espacio por lo que se podría haber hecho o por lo que se debería haber evitado ese estrés pasa a ser negativo.
También es negativo el estado de activación que produce una mente que se imagina futuros terribles (que quizás nunca pasarán) porque la mente no distingue real de imaginario.
Esa representación de un peligro que surge en tu mente, insisto, ya sea por algo que estás viendo o por algo que estás imaginando, despierta una respuesta fisiológica: hay que luchar o hay que huir.
Pero ¿cómo se lucha contra un enemigo virtual construido con pensamientos de miedo, frustración, rabia o nostalgia? Con un sistema emocional fuerte.
El sistema inmunitario tiene como función luchar contra organismos infecciosos que entran en el cuerpo, y el sistema emocional contra pensamientos negativos que se acompañan de sentimientos negativos y elevan el estrés por encima del límite tolerable.
Científicos que investigan este tema constatan que el sistema emocional refleja al sistema inmune y viceversa. Ambos se adaptan a los desafíos del entorno cambiando y ajustándose continuamente a los factores externos o condiciones vitales: el sistema inmune lo hace a través de una vacuna, por ejemplo, y el sistema emocional desarrollando la inteligencia emocional.
Cuando el sistema inmune detecta que hay un agente patógeno que ha entrado al organismo despliega a su batallón para derribarlo y expulsarlo.
Tener un sistema emocional a pleno rendimiento implica ser capaz de identificar los pensamientos negativos con potencial destructivo para expulsarlos .
Por ejemplo, alguien te ve (sin mascarilla) y te dice que tienes muy mala cara. Te pregunta incluso si tienes alguna enfermedad.
Hasta ese momento tú te sentías estupendamente, pero le has dado toda la credibilidad a esas palabras, no has estudiado si tienen algún argumento sólido o no, e inmediatamente una cascada de imágenes dramáticas pasan delante de ti: una enfermedad como la que tuvo ese familiar que se fue en cuestión de semanas, hospitales abarrotados, tratamientos dolorosos, la orfandad de tus hijos… Todo por unas palabras a las que has permitido entrar en tu interior sin filtrar.
Habrá muchos motivos por los que esas palabras han calado en ti: quizás porque valoras más la opinión de los demás que la tuya, quizás por falta de confianza en ti, quizás por miedos del pasado… pero lo que está claro es que el daño provocado ha sido excesivo. Más si después de hablar con tu médico te dice que estás bien y ves que lo único que necesitas es arreglar tu corte de pelo porque te echa años encima.
Para fortalecer el sistema inmune emocional hay varios ejercicios que pueden ser muy beneficiosos:
- Expresarse. No hablo de cometer sincericidios y decirle a todo el mundo y en cualquier momento lo que piensas de ellos, si no de que tomes contacto con tus pensamientos y sentimientos y los saques. Escribir en momentos de desconsuelo, de rabia intensa o de tristeza profunda permite identificar cuál es el diálogo interno que te atormenta y, una vez que te descargas de ello, puedes adoptar soluciones eficaces sin la pesadumbre dando vueltas en tu cabeza.
- Dedicarle tiempo a lo que te apasiona. Es probable que con tanto estrés te hayas olvidado de lo mucho que disfrutas con esa actividad que activa toda tu energía. Si te concedes un tiempo al día o a la semana para hacerlo estás aumentando tu autoestima, porque te pones en primer lugar en tu lista de obligaciones, te alejas de la negatividad del mundo exterior para centrarte en ti y dejas menos espacio para los pensamientos negativos.
- Aceptar los elogios y analizar con distancia las críticas. Hay quienes son incapaces de aceptar un elogio e incorporan cualquier crítica como real. Te propongo que ejercites el músculo del agradecimiento cuando recibas piropos y felicitaciones, y que analices desde la distancia las críticas. No las dejes entrar automáticamente en ti, haz un cribado antes, e incorpóralas en todo caso para mejorar y crecer como persona.
- Identificar las creencias limitantes sobre las que te construiste emocionalmente en tu infancia (“no mereces”, “no sirves”, “nunca lo conseguirás”…) y sustituirlas por creencias potenciadoras.
Reduciendo el espacio que le damos a los pensamientos y sentimientos negativos abrimos espacio para la confianza, la positividad y la fortaleza física y emocional.