Elecciones municipales en Túnez: ¿el colofón a su transición política?
Los islamistas parten con ventaja en los comicios que se celebran este domingo
Es una fría tarde de abril y en la avenida Fattouma Bourguiba, arteria principal de La Soukra, uno de los municipios del cinturón metropolitano de Túnez capital, un atasco tan inusual como el gélido viento en esta época del año ralentiza el tráfico y exaspera a los conductores que ansían llegar a casa tras una jornada más de trabajo. A la altura de la mezquita de Sidi Fraj, el bullicio de un grupo de mujeres con gorras rojas, camisetas blancas y manos saturadas de folletos y el estruendo de una melodía en bucle que sale de un tenderete instalado sobre la acera ofrecen las primeras pistas sobre el porqué del embotellamiento.
"Llevan toda la tarde así, es insoportable", se queja el dueño de una pequeña ferretería que ha quedado pegada a la sede volante levantada por Nidáa Tunis, la plataforma laica creada en 2014 para salvar la transición por el actual presidente del país, Beji Caïd Essebsi, un burguibista de 91 años, hijo del movimiento nacionalista que condujo a Túnez a la independencia y político de conveniencia durante la dictadura, en la que desempeñó el papel de presidente de un Parlamento desnaturalizado y farisaico. "Son los mismos perros que antes, solo han cambiado de bozal", protesta con desdén el ferretero. "El único cambio puede traerlo el islam, solo lo que se basa en el islam es respetable", apostilla el hombre, que admite sin tapujos que este domingo seis de mayo irá a votar y lo hará por los candidatos de "Ennahda", el partido conservador que dirige el histórico líder del Islam político en el norte de África, Rachid Ghannouchi.
Rivales durante décadas, y antagónicos en su perspectiva de la sociedad, Ghannouchi y Essebsi impulsaron en enero de 2015 el llamado "Pacto de Cartago", una suerte de tregua firmada entre las dos principales fuerzas parlamentarias en un momento de aguda crisis política, social y económica que amenazaba con arruinar definitivamente la transición iniciada cuatro años antes. Superada la borrachera de euforia, desconcierto, felicidad y temor que supuso la denominada "revolución de los Jazmines" (2011), la resaca posterior trajo la victoria electoral de los islamistas moderados y la necesidad acuciante de acometer un proceso de reconstrucción nacional que se topó enseguida con la divergencia de anhelos y programas de las heterogéneas fuerzas revolucionarias; con la falta de experiencia de los nuevos gobernantes -y de la propia sociedad civil que azuzó e iluminó la insurrección; con la resistencia de los miembros del antiguo régimen y de las clases pudientes, prestas a defender sus privilegios; y con la hostilidad de los grupos radicales, principalmente salafistas, que aprovecharon el desorden para ganar espacio y momento.
Avanzado 2013, esta inquietante y peligrosa mixtura, aderezada con el asesinato a pleno día de dos importantes activistas de izquierdas -Choukri Belaid y Mohamad Brahmi- asomó a Túnez a un abismo similar al que atravesaba Egipto, pero activó al mismo tiempo a las distintas fuerzas que, en un instante de lucidez, fueron capaces de arrinconar sus desavenencias en favor de la transición, convertida ya entonces en una excepción en el marco de unas "primaveras árabes" marchitadas por la guerra y el incipiente neocesarismo que a día de hoy ensombrece el mundo árabe.
Sostenido en el eje que forjó el denominado Cuarteto -integrado por la patronal UTICA, el sindicato mayoritario UGTT, la asociación de Abogados y la Liga Tunecina de los Derechos Humanos, todos ellos galardonados con el premio Nobel de la paz en 2015- e impelido por el pragmatismo táctico y visionario tanto de Essebsi como de Ghannouchi, Túnez celebró elecciones legislativas y presidenciales en el estertor de 2014 y se dotó de un gobierno tecnócrata en el amanecer de 2015, decidido a lidiar con la otro gran desafío que empecía el pedregoso tránsito a la democracia: la crisis económica.
Cuatro años después de la caída del dictador, su envenenado legado económico continuaba muy vivo: el paro juvenil se mantenía en cifras previas a la revuelta, la producción industrial era escasa, las trabas a la inversión enormes y la corrupción sistémica. Un puñado de familias -casi las mismas que en tiempos de Ben Alí- dominaban los principales resortes comerciales y financieros del estado y de la empresa privada y el turismo constituía aún uno de los principales dinamizadores económicos nacionales.
Un motor excesivamente frágil como mostraron los tres atentados yihadistas perpetrados ese año, que segaron la vida de 72 personas -60 de ellas visitantes extranjeros- y ahondaron todavía más la crisis, hasta colocar de nuevo al país al filo del acantilado por el que ahora zancajea como un elefante ebrio. Solo la responsabilidad de Estado de los dos partidos hegemónicos -junto a la contribución pecuniaria de la Unión Europea y de otras naciones como Qatar- han permitido hasta la fecha sostener el proyecto democratizador, pese a que los escollos económicos y los laberintos sociales persistan.
En este contexto, las elecciones municipales de este domingo suponen el colofón a una transición política que se puede considerar exitosa (la económica y la social están aún muy lejos de hacer realidad el lema de la revolución, cantado por miles de jóvenes al grito de "libertad, derechos y justicia social"), y la entrada plena en democracia, al menos desde el punto de vista electoral. Solo que se celebren es ya un triunfo en sí mismo, tras cuatro años de pulsos y zancadillas entre los diferentes actores políticos, que han logrado aplazarlas en diversas ocasiones por simples intereses expureos.
Todo apunta a que la alta abstención, que se calcula rondará el setenta por ciento, será la gran protagonista de unos comicios que pese a ser históricos apenas han despertado interés en una población que parece apática, hastiada y extenuada tras siete años de euforia y decepción, de felicidad y de tristeza, de ilusión y desencanto a partes iguales. Y que las grandes vencedoras serán las listas independientes, que ha proliferado por todo el territorio nacional y que según sondeos internos de los principales partidos -los públicos están prohibidos- coparán el sesenta por ciento de los sufragios, frente al veinte por ciento que obtendrán los dos formaciones hegemónicas. "Creemos que existe otra interpretación", señalan desde Ennahda.
"La abundancia de candidatos independientes significa, en nuestra opinión, que existe un gran interés entre la población por la actividad política, y eso es bueno", subrayan. La formación islamista, que en los últimos dos años ha dado un giro hacia el pragmatismo y se acercado a postulados ideológicos conservadores similares a los que vertebran de la democracia cristiana, es el único grupo que presenta candidatos en los 350 municipios en juego, con mujeres en cabeza de lista en algunos ellos, como a la alcaldía de la capital. Y al igual que el resto de los partidos, también ha infiltrado aspirantes afines en algunas de las candidaturas, especialmente en las zonas rurales, donde el voto se esconde tras afinidades personales con un aroma todavía muy caciquil.
Aun así, el reparto de poder está garantizado, así como la necesidad de negociar y alcanzar consensos. El conteo proporcional de los votos asegura que ningún candidato pueda adjudicarse la mayoría absoluta, al menos en los grandes y medianos núcleos de población. "Es un buen sistema", insiste Ennahda, que a día de hoy defiende la actual ley electoral. "Hemos sufrido mucho dolor (con el régimen de partido único) y es tiempo para el consenso. Ya nada se podrá hacer en Túnez sin la necesidad de que lleguemos a acuerdos", subrayan.
La pregunta que emerge, entonces, es cómo influirá el resultado de estos comicios en el avenir de una democracia tierna, amenazada tanto por peligros externos -la inestabilidad en países vecinos como Libia e incluso Argelia-, como por el aplomado peso del ayer y por las corrientes y actitudes auto destructivas que subyacen a nivel interno. Uno de los propósitos de la consulta municipal es que ésta contribuya a la descentralización del país, un anhelo inscrito en el genoma de la revolución que albergan tanto Ennahda como el resto de los principales partidos de oposición, pero que ha desatado urticarias y quebrado la artificial unanimidad de las diferentes familias que coexisten en el seno de Nidaá Tunis.
La nueva ley de colectividades, que sustituye a un código de 1975 y que pretende proporcionar mayor capacidad de autogobierno a las provincias, descuella como una de los jalones que pueden ayudar a intuir como será el futuro. Aprobada hace apenas una semana en medio de un arduo y polémico debate social, políticos, juristas y otros expertos dudan del grado de desarrollo que llegará a alcanzar en la tramitación parlamentaria e incluso de su implantación efectiva y definitiva. "La descentralización es irreversible", coinciden en apuntar desde Ennahda y desde el Frente Popular, partido tradicional de la izquierda tunecina. "No hay duda que se impulsará desde el Parlamento", recalcan los islamistas, que tienen mayoría en la Cámara.
Más difícil parece discernir el influjo que pueda tener en la continuidad del "Pacto de Cartago" -a debate desde hace meses- y en las elecciones presidenciales y legislativas previstas para 2019. La situación económica se ha deteriorado aún más en los últimos meses, arrastrada por las exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la incapacidad del actual gobierno para aplicar la austeridad y las reformas laborales, impositivas y financieras que el citado organismo ha exigido a cambio de un crédito por valor de 2.500 millones de euros. Una impericia que ha desplomado la moneda nacional, vaciado las arcas estatales, espoleado la inflación, secado el fondo de reserva de divisas, agitado la paz social y empujado a diversos colectivos de gran influencia -como la UGTT- a exigir la renuncia del Ejecutivo que lidera Nidaá Tunis y sostiene Ennahda.
Analistas locales y extranjeros coinciden en opinar, sin embargo, que existen pocas posibilidades de que se produzca un cambio estructural antes de las comicios de 2019. "En ausencia de una verdadero renacer económico, de una buena gobernanza, de una buena negociación social, de una buena gestión de problemas como el paro.. nuestros dirigentes han encontrado la carta de la democracia como vía para tratar mantener todavía su crédito", señala un conocido periodista local. "Pero el momento (económico) elegido para celebrarlas representa un verdadero peligro para la seguridad del país", advierte.
A día de hoy, los islamistas parecen partir con ventaja ante los próximos procesos electorales gracias a la solidez de sus estructuras de partido y a su masa social, amplia pero sobre todo más fiel y comprometida que el resto. Algunos expertos apuntan a que su posible infiltración en los órganos de gestión de los municipios -de los que ahora están ausentes- le servirá de trampolín de cara a una consulta que reconfigurará el poder legislativo y ejecutivo.
A la espera de las municipales, entidades como la Unión Europea tienen retenidos desde hace meses decenas de millones de euros de ayuda que fluirán a las arcas locales una vez se constituyan los nuevos ayuntamientos. Dinero necesario para adecentar las calles, descuidadas y llenas de basura, acometer obras de conservación y de construcción de infraestructuras pendientes y generar trabajo entre los miles de jóvenes que pueblan los cafés, muchos de ellos con un título universitario colgado en casa y más ganas de emigrar a Europa que de quedarse en un país que siete años después de la revolución a la que aportaron su entusiasmo e incluso su sangre sigue sin poderles ofrecer un futuro esperanzador y estable.
"¿Qué van a hacer para quitar la basura del barrio?", pregunta una mujer de unos 40 años a un grupo de chicas que llaman a su puerta en uno de los distritos del oeste de la capital. ¿Qué van a hacer para que la electricidad no se corte y llegue internet?", añade mientras las voluntarias despliegan su amplia sonrisa lal tiempo que los folletos con el rostro desconocido de los candidatos. En Túnez no hay mítines, debates u otros grandes actos de propaganda. Tampoco grandes carteles en las calles, apenas empapeladas. Es una democracia imberbe, recién estrenada, verde y excepcional en una región de absolutismos añejos y maduros. La campaña se hace a pie y el futuro se juega ahora puerta a puerta, aunque los grandes partidos se obstinen en negarlo.