Elecciones con candidatos presos y en el exilio
Que dos de los tres candidatos con mayores opciones en las elecciones del 21D no hayan podido hacer campaña ni pisar la calle como hace cualquier cabeza de lista en cualquier país civilizado es un apunte insólito en una democracia occidental. Esto y el hecho de que las elecciones las haya convocado el presidente del Gobierno de manera ilegítima sitúa la contienda del jueves como la cita electoral más anómala de la historia reciente de Europa.
Que las elecciones se celebren con un candidato en el exilio y otro en la cárcel por haber llevado a cabo el programa electoral con el que ganaron democráticamente las últimas elecciones –a pesar de que este programa entre en contradicción con el marco constitucional– es, como mínimo, paradójico. Pero todavía lo es más que los líderes unionistas lo hayan aceptado con normalidad, sin duda alguna para aprovechar la ventaja que les ha dado pelear contra rivales que llevan las manos esposadas (y no únicamente en el sentido figurado). No les ha preocupado esta ausencia de normalidad ni tampoco la triste imagen que el país ha ofrecido en el exterior. Al contrario, tanto Mariano Rajoy como Albert Rivera han exhibido con orgullo esta situación absolutamente anómala, mientras Pedro Sánchez ha mirado para otro lado, como si la aprobación del artículo 155 no fuera con él.
Este es, efectivamente, el panorama: de las siete formaciones parlamentarias –que previsiblemente son las que mantendrán representación en la Ciutadella, si el PP consigue superar la barrera mínima para mantenerse en la cámara–, hay dos que no han podido hacer campaña con normalidad porque sus líderes están en la cárcel o han tenido que huir al extranjero para no acabar también entre rejas. No se trata de delincuentes ni de corruptos, sino de políticos y dirigentes de entidades cívicas que se distinguen por su oposición a la violencia, y que han sido acusados de sedición, rebeldía, malversación e, incluso (en el caso de los dos Jordis), violencia. Como si fueran terroristas.
Y por si fuera poco, Soraya Sáenz de Santamaría aterriza en campaña en Cataluña en plena desesperación y confirma que esta situación ha sido gracias al señor M. Rajoy. Cabe agradecer la sinceridad de la vicepresidenta por aclarar un proceso de vinculación político-judicial que resultaba evidente desde que a Fernández Díaz dejó grabado aquello de "la Fiscalía lo afina". Pero no deja de ser preocupante, e incluso escandaloso, la poca consideración que tienen ya siquiera por guardar las formas.
Esto sí que perjudica realmente la Marca España, a la que el ministerio de Exteriores ha tenido que socorrer desesperadamente con una campaña en las redes para compensar los efectos negativos de los porrazos del 1 de octubre y la actitud escasamente dialogante del Gobierno y el bloque del 155. Una vez más, la vía turca aparece en la política española.
Al margen del resultado que ofrezcan las urnas el jueves, la celebración de las elecciones en estas condiciones ha puesto de manifiesto que la democracia española tiene problemas de salud preocupantes. Ya no sólo por la manera con la que los dirigentes del 155 han querido resolver el conflicto con Cataluña (creyéndose, como avanzó Soraya, que ganarían por 10 a 0, en vez de dedicarse a convencer y a seducir a los catalanes), ni tan sólo por los efectos que va a tener durante largos años la tierra quemada (que va impedir cualquier encaje de mutuo acuerdo y voluntad de Cataluña en España), sino porque la aceptación y la asimilación de que se pueden realizar unas elecciones impidiendo a sus rivales poder realizar campaña con normalidad supone un serio ataque a los principios básicos de la democracia. El siguiente capítulo ya se prevé: sólo habrá democracia (como ellos la entienden) si ganan democráticamente. Lo contrario supone dejar la democracia en la UVI. Hasta que Europa intervenga.