El verbo cambia las mentalidades
Necesitamos una nueva narrativa, una nueva ética de valores.
Este artículo también está disponible en catalán.
Un día de finales de diciembre de 2020 tuve una larga conversación con mi almohada. Me fui a dormir bastante tranquila más o menos a medianoche, pero enseguida me atacó un runrún sobre cómo quería enfocar el año que pronto comenzaría. Al cabo de un instante, el runrún cogió un empuje inusitado, casi violento. Eran las tres de la madrugada, la conversación con el cojín continuaba y me di cuenta de que no tenía ninguna intención de detenerse. Me levanté y me senté en el sofá delante de la tele con la libreta y el lápiz para tomar apuntes de todo lo que me inundaba la cabeza.
He pasado gran parte de mi vida haciendo investigación académica y escribiendo sobre las formas sutiles en que la injusticia se mantiene y se normaliza en nuestro mundo. He investigado y escrito sobre los prejuicios, los estereotipos y las discriminaciones relacionados con las mujeres y las niñas. He escrito sobre los usos lingüísticos y el lenguaje sexista. Sobre el fracaso de la humanidad con respecto al cambio climático y los desastres que arrastra. Sobre la relación que mantenemos con las espantosas e injustas desigualdades sociales como, por ejemplo, con respecto a los grupos más desfavorecidos, y también las mujeres y las niñas. He dado conferencias y charlas y también me he embarcado en debates improductivos con usuarios de Twitter.
Me daba cuenta de que estaba más que harta de hablar de problemas. ¿Y las soluciones? ¿y los aspectos positivos? ¿y los avances conseguidos? Me quería centrar. Quería pensar de manera más constructiva y creativa sobre cómo podríamos llegar a un futuro más justo. Pensé que estar siempre describiendo y hablando de los problemas era agotador. Vivimos en el «Mito de Sísifo» de Albert Camus, en un mundo absurdo, en un mundo de incertidumbre, mascarillas y desafíos; en un constante fragor para eliminar barreras y distancias; en un esfuerzo permanente para salvar todos los obstáculos. Y, por si fuera poco, escuchamos mentiras y más mentiras. La era de la desinformación es un hecho terrible; aumenta cada día que pasa su red de despropósitos; las fakenews nos abruman a todas horas.
Quería encontrar la inspiración necesaria para poner en primer plano el progreso práctico.
Después, Geofemenicidio me restriega por la cara que, desde el año 2010, 1.180 mujeres han sido asesinadas por hombres en España y dios sabe cuántas miles más han muerto por motivos similares en todo el mundo. Ya lo sabía, claro. El machismo sigue desbocado. La pandemia del Covid-19 es devastadora y agudiza las discriminaciones e injusticias sobre los más desvalidos; aumenta el riesgo al maltrato a las mujeres y niños y vuelve más precaria, si cabe, la vida de muchas de ellas. El trauma y el drama colectivo es una cruda realidad tangible, palpable. Desde otra perspectiva discriminatoria, vemos que las carreras STEM continúan descompensadas en cuanto al número de chicas matriculadas. Los esfuerzos para contrapesar los desequilibrios son arduos y constantes; aun así, la gran mayoría de niñas y chicas, mediatizadas por los estereotipos y normas sociales, deciden no acceder. [La Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas está actuando en consecuencia con la campaña Nomorematildas]. Y, encima, pasamos los días combatiendo y contestando la retórica violenta contra el feminismo, y contra personas de la comunidad LGBTI. Al mismo tiempo, seguimos peleándonos y sin aclararnos en conceptos científicos sobre qué es el género. En este debate necesitamos aclaraciones que solo la ciencia neuropsicológica y biológica es capaz de aportarnos. Todo lo demás puede volver a caer en ideología e intereses.
Un velo de desánimo me envuelve la mente. Y eso que la serie de agravios que he resumido es sólo la parte más visible del iceberg. Vuelvo a apoderarme del teclado y no me paro en escribir ahora un artículo sobre maltrato y feminicidios; ahora otro sobre discriminación por razón de género en el ámbito laboral. Otro sobre los flagrantes desequilibrios en el número de mujeres científicas ignoradas por el machismo y en la falta de referentes para las mujeres jóvenes y las niñas. Hasta que cojo las riendas del caballo, las estribo y lo detengo en seco. De nuevo me doy cuenta de que estoy cansada. Agotada. Estoy reincidiendo, haciendo precisamente lo que acababa de decir que no quería hacer más. Describiendo el problema. ¿Y las soluciones? ¿Y los avances?
Quiero defender mi derecho a no dejarme arrastrar por los problemas. A dejar de sentirme derrotada por todo. Me da igual lo que piensen las personas que viven de estos problemas. Limitarse a hablar de los problemas no rompe barreras. No quería seguir haciendo esto en diciembre y no quiero seguir haciéndolo ahora. Me he dado cuenta de que es mucho más fácil “decir” que “hacer”: la tentación de defender los marginados, las mujeres maltratadas, los discriminados por razón de raza, género y orientación sexual, es muy grande. Es muy difícil no gastar energías denunciando las discriminaciones en general y sobre la mujer en particular. O bien defendiendo que los derechos humanos no son negociables ni reducibles. Es muy difícil no gastar energías para espolear la acción contra el cambio climático y la derrota incontrolable del Planeta por intereses multimillonarios y la manera en la que esto se lleva por delante a los más desvalidos, mujeres y niños. Pero también es tan poco gratificante, después de tanto y tanto tiempo…
Lo importante es cambiar el mundo que rodea a las personas (me refiero a aquellas personas a las que les falta ponerse al día) y no tratar de cambiar sus mentes. Detengámonos a querer cambiar con el discurso las mentalidades. Centrémonos en cambiar el entorno para que las mentalidades obtusas y las que se dejan llevar por la corriente principal no tengan más remedio que adaptarse. Me doy cuenta de que sólo hablamos para nosotros porque convencer las mentes obtusas desde el razonamiento es una proeza imposible. Los mensajes, los razonamientos retornan como un boomerang. No me extenderé, pero quede claro que los motivos de esta impermeabilidad los explica muy bien la psicología social.
Es el verbo el que manda; todo lo demás viene después. Es el verbo lo que arrastra las mentes. Estoy cambiando el enfoque de reaccionar a la violencia y hacia la propagación de ideas de nuevas formas de ser. Es evidente que no es nada fácil apartar la vista de los problemas. La tendencia es ver el vaso medio vacío en lugar de medio lleno. Reaccionar airadamente ante los problemas es más fácil (bueno, en realidad no lo es, pero es más natural). Pero, en cambio, centrarnos en la solución, poner la baña, es mucho más generativo. Mucho más inspirador. Y, en última instancia, mucho más poderoso. Mientras preparo mi mente por este cambio, casualmente a tiempo para un nuevo año, os invito a uniros conmigo en este pensamiento. Bueno, más que a que os unáis conmigo os invito a que lo penséis. Probablemente muchas ya estáis en este camino y soy yo la que llega tarde. Recibo tantos mensajes de personas diversas, de amigas, de familiares, y correos electrónicos que me recuerdan que el mundo está tan lleno de bondad como de todo lo demás. Personas con las que comparto conocimientos y aliento. Personas que ayudan a los demás y con un soporte tangible. Personas que con sus pequeñas acciones diarias cambian las mentes. Anhelo que sigan haciendo esto. Para que con su saber, con su verbo, continúen indicándome la dirección de la transformación; del progreso. Formas potentes de ser que ensalzan la vida en vez de denigrarla.
Os pido que me ayudéis a mantener la mente entrenada, abierta, atenta a las maneras en que el mundo está cambiando, y no hacia las formas en las que sigue igual o empeora. Ayudadme a recordar que las realidades son múltiples y que podemos elegir enfocarnos hacia realidades más positivas que nos ayudan a vivir la vida en vez de dañarla. Por mucho que esto nos cueste. Ayudadme a recordar que el arco moral del universo es largo, pero se inclina hacia la justicia.
Las realidades deben conocerse; sobre el tema de las barbaridades del machismo y las desigualdades por razón de género tiene que haber, sin duda alguna, una tarea de alfabetización constante, una tarea decidida de pedagogía colectiva, pero no nos podemos quedar flagelándonos con los problemas. Tenemos derecho a estar indignadas, pero por sí sola la indignación no sirve de nada. Es conformismo. Enfoquemos pues el punto de mira hacia los resultados de nuestra acción como colectivo. Potenciémonos en positivo. Difundamos los avances conseguidos con el verbo.
Necesitamos una nueva narrativa, una nueva ética de valores. Embarcarnos en un cambio profundo de valores: cooperación, altruismo... valores que tal vez a algunas personas les puede sonar a ingenuidad; valores que el machismo y el poder malentendido consideran blandura. No dudo que esta narrativa ya existe: necesitamos pues empujarla, poner el acento. Las feministas somos un grupo de mujeres, (o muchos grupos, entendedme), que actúa por convicción y nuestro cometido es convencer a la humanidad. Cambiarla hacia valores de igualdad y fraternidad. ¿Qué podemos hacer para modificar las actitudes de los obtusos y de las personas que simplemente viven dejándose llevar por la corriente dominante? Cambiando el entorno; forzando la adecuación. Actuando con valores éticos que afloren con naturalidad en el día a día. Pongamos pues la empuja en las acciones positivas que, a todos los niveles, se están llevando a cabo. Hay cientos. Y como escritoras, divulgadores, periodistas o estudiosas difundamos los avances que día a día se van consiguiendo. También los avances conseguidos a gran escala. Participemos en ver el vaso medio lleno. Hay mucha gente que sin rechistar actúa así en el día a día de su vida.