El último que apague la luz
Las claves de la semana.
Se abre el telón y sobre el escenario, una apoteosis de banderas. De España, de Europa, de España, de Europa… Hasta 24 se cuentan. No es VOX, no es el PP, no es Ciudadanos. Es el PSOE. Pedro Sánchez no quiere que el marco de esta campaña sea España, sino los españoles, pero entra en la disputa de las banderas. Tampoco lleva militares, como la ultraderecha en sus candidaturas, pero promete una subida de retribuciones para el Ejército.
Todo sobre las tablas de un teatro de barrio y teniendo como único público a sus ministros y otros cargos públicos. El mensaje siempre cuenta. La política es ya todo espectáculo y aplauso. Lo de detallar propuestas y responder preguntas fue en otros tiempos. Donde esté la ovación de una buena clac que se quiten los siempre incómodos plumillas.
Mientras el PP suma a sus listas toreros, banderilleros, periodistas y aristócratas, esta semana el presidente del Gobierno ha presentado su programa electoral. “110 compromisos con la España que quieres”. Cataluña sigue siendo España, y no hay rastro en el documento de ella ni de una posible solución a la crisis territorial. El PSOE quiere evitar que el asunto, como pretende el bloque de la derecha, se convierta en el marco de la campaña. Y, aunque Iceta ha estado a punto de quebrar la estrategia por decir en alto lo que se ha escuchado a muchos socialistas sobre qué hacer ante un hipotético escenario de mayoría social independentista, es probable que lo consiga.
Y es que la derecha no atina. Huele el fracaso y va de bandazo en bandazo. Mientras Sánchez promete dentista gratis, rentas básicas y no se molesta en comparecer en público, Casado y Rivera transmiten desasosiego por las encuestas. El rumbo es errante y el tono desesperado. El PSOE crece en los sondeos mientras ellos no logran taponar la hemorragia de votos hacia VOX. La última ocurrencia del líder de Ciudadanos ha sido solemnizar lo obvio, esto es que si dan los números, formará gobierno con Casado. Nadie lo había puesto en duda.
Si la derecha suma, habrá acuerdo. Pero hoy ese escenario no se vislumbra en ninguna encuesta, si no es con el apoyo de Abascal. ¿Por qué inmolarse entonces? El hombre que vino a reconstruir el centro político, después de explicitar en público un cordón sanitario para el PSOE, certifica que no entrará en ningún gobierno que no sea de derechas. Ya sólo le falta ir a un notario para que le crean. Y encima el PP se chotea de su propuesta y responde que tiene a su disposición la jefatura de la diplomacia española. Nunca se vio mayor desprecio y humillación en una respuesta que Arrimadas calificó de “chulería” en tiempos de “emergencia nacional”.
Claro que para bravuconada la del expresidente Aznar en versión primo de zumosol para espetar a Abascal que le diga a la cara lo de la “derechita cobarde”. Le faltaron dos cañas para retar a ese “muchacho de grandes cualidades” (como le describió hace unos meses) a que saliera a la calle para batirse en duelo.
Y en estas va el PP y se enreda otra vez con el aborto. Si Sánchez no quiere hablar de Cataluña en campaña, Casado no quería hacerlo del derecho de la mujer a interrumpir voluntariamente un embarazo por no espantar a una parte de sus votantes. Pero han bastado dos días desde que anunció el flamante fichaje de Adolfo Suárez Illana para que el hijo del primer presidente de la democracia diera muestras de que no siempre los padres son mejorados por sus vástagos. Él es el más claro ejemplo, y lo sabían en el PP y más allá. Confunde aborto con infanticidio y va el tipo y dice que ha consultado con un despacho de NY para salir del error. Cosas veredes…
El marco. Esto iba de marcos, de un Sánchez que tiene el viento a favor gracias a una derecha desunida, de personajes que se incorporan a la política para dar grandes tardes de gloria y también de la reciente irrupción de Iglesias en la precampaña electoral, tras su baja paternal. Con los sondeos en contra y la izquierda alternativa empeñada en dividirse aún más, el líder de Podemos ha logrado salirse del marco de la atomización y de sus líos internos y lo ha situado exactamente donde quería: en la falta de higiene de una democracia enferma y con graves síntomas de descomposición.
En Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dos profesores de la Universidad de Harvard, sostienen que nada hay en la Constitución ni en la cultura de los EE.UU. que inmunice a los norteamericanos contra la quiebra de la democracia. En España, tampoco. La nuestra, como la norteamericana, ha entrado en una senda de deterioro que, a juzgar por cómo acaba esta semana, parece irreversible.
Allí tienen la presidencia de Donald Trump como ejemplo de recesión democrática. Aquí tenemos ya a un partido ultra como VOX en las instituciones. Pero también la genuflexión de la derecha tradicional ante el discurso de Abascal; el abandono de la centralidad política; la connivencia de las élites políticas ante los comportamientos corruptos de determinados partidos; la sombra de sospecha que acompaña al periodismo; la negación del adversario; la abdicación de la responsabilidad política; la mal llamada policía patriótica; los fichajes exóticos para las candidaturas… Todo suma y todo contribuye al deterioro.
Pero el hedor que desprende lo que hemos sabido esta semana sobre la fabricación del Informe Pisa por parte de la mal llamada “policía patriótica” del Gobierno del PP para acabar con el líder de Podemos ha vuelto a encender las alarmas. No todas, claro. Para algunos es mejor mirar hacia otro lado. Para otros, que no se tire de la manta porque en el epicentro de las cloacas del Estado chapotea un comisario de apellido Villarejo que colaboró, trabajó y cobró de todos los Gobiernos de la democracia y engordó de “exclusivas” a no pocos periodistas.
Lo ocurrido en 2016 en España hubiera hecho tambalear los cimientos de cualquier democracia seria. Pero aquí seguimos fijando la mirada en toreros, banderilleros, periodistas, empresarios y aristócratas que componen las listas de la derecha política para las elecciones del 28-A.
Mejor el espectáculo y la frivolidad que destapar la inmundicia que puede salpicar a tantos. Si la política ha callado, el periodismo -salvo excepciones- ha hecho el papel de Cagancho en Almagro. Así nos va. Habrá un día que nos preguntaremos cómo fuimos capaces de llegar hasta dónde llegamos y transigir con tanta indignidad. Cuando llegue, el último que apague la luz porque no habrá más funciones que representar, salvo la de cómo reconstruir una democracia de tan dudosa calidad. Esa es la verdadera emergencia nacional.