El traje del emperador y de la emperatriz
Los comentarios al traje de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reflejan esa ceguera del machismo.
El emperador no va desnudo, ¿por qué ha de ir si todo el mundo dice que lo ve vestido?. En cambio, la emperatriz sí pasea toda su desnudez por el escenario público, al menos es lo que comentan las voces que cubren a los hombres con la vestimenta de la masculinidad para que siempre vean en ellos sus prendas, aunque muchos no las usen. De ese modo los hombres son vestidos como justos, buenos, capaces, equitativos, inteligentes, ponderados, racionales, con criterio, determinación, sinceros, directos… Sin embargo, ese mismo sastre desnuda a las mujeres de esas prendas masculinas, y las viste con una serie de complementos femeninos imprescindibles, con independencia de si la moda es renacentista o vanguardista, de primavera-verano o de otoño-invierno. Son complementos en forma de transparencias que revelan lo más íntimo y profundo de su personalidad, esa maldad y perversidad que ya vestía Eva con su desnudez, la mentira, la incapacidad, la labilidad, la sentimentalidad, la falsedad… En definitiva, todo aquello que el modisto de la cultura ha diseñado para vestir a las mujeres dentro y fuera del hogar.
Los comentarios al traje de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reflejan esa ceguera del machismo capaz de ver lo invisible y de no ver la realidad incómoda para sus ojos, y así vestir y desvestir a las personas con el uniforme interesado para que ocupen los espacios previamente definidos para lucir esos trajes identitarios.
Dos son los elementos que impone el diseño del “sastrecillo machista”.
- Uno es la funcionalidad, esa capacidad comentada de adaptar sus trajes a las funciones que han de realizar en su ambiente de trabajo y de relación, de modo que el uniforme no dificulte su realización, y todo el mundo pueda identificaras como responsables de esas tareas. Por ejemplo, a los hombres con la autoridad y la dirección, a las mujeres con el cuidado y el afecto.
- Y el otro es el “componente sexual” del diseño, es decir, destacar determinados atributos previamente decididos con el objeto de que sea su propio cuerpo quien dé las razones para profundizar en el escote, en la entrepierna o allí donde se detenga la mirada. Así, bajo ese criterio, pueden mantener las referencias que “cosifican” a las mujeres y luego utilizar el argumento de la provocación, como ocurre incluso en las agresiones sexuales, y como mantiene la opinión machista a pesar de las sentencia judiciales.
Los hombres aparecen vestidos, pero invisibles a esa mirada machista, pues no se es más o menos hombre por cómo se va vestido, sino por cómo se comportan, de ahí esa ignorancia hacia su ropa y sobre el sentido de la misma.
Se imaginan un artículo o una noticia que hablara de la ropa de un Consejero en su toma de posesión, y que dijera algo así: “el nuevo Consejero vestía un traje gris vitrina muy ajustado que resaltaba su cuidada figura, sin duda consecuencia de horas de gimnasio y entrenamiento. El pantalón muy de tendencia, estrecho y recortado lo justo, no dejaba mucho espacio para la imaginación al apreciarse un paquete bien armado y cargado sobre el lado izquierdo, como debe ser en un hombre con arrojo y valor, elementos que nadie se atrevería a poner en duda en un diestro que pisa la arena del coso donde ha de librarse la lidia política”…
No se atreverían a escribirlo, y si alguien lo hiciera no lo publicarían.
Para el machismo los hombres van desnudos de los atributos de su intimidad porque su traje es lucir su hombría y virilidad en la escena pública. Las mujeres justo lo contrario, y como dijo el exalcalde de Granada, Torres Hurtado, “cuanto más desnudas, más elegantes”, es decir, más reconocidas como mujeres.
Y luego muchos preguntan aún que qué es el machismo y cuáles son los privilegios de los hombres. Por ejemplo, ver a muchos hombres vestidos en su desnudez, y a muchas mujeres desnudas de ropa y capacidad a pesar de sus trajes y acciones.