El terrorismo y las amenazas subestimadas
El hecho de que no exista una definición comúnmente aceptada de los términos terrorismo, radicalización y extremismo tampoco esclarece sus distintas dimensiones. Aunque tenemos claro que, como decía María Zambrano, “todo extremismo destruye lo que afirma”, y más si éste deriva en violencia terrorista, cuyas motivaciones políticas con el objeto de conseguir aquello que creen que es más justo para su causa, desemboca en injusticia para otros socavando el orden social establecido con muerte o destrucción.
Generalmente, solemos relacionar el terrorismo con actores no estatales, como pueden ser el ISIS o al-Qaeda. En esa ilación del término con el concepto que tenemos del mismo, ligado a agrupaciones no estatales, suele pensarse exclusivamente en organizaciones yihadistas, olvidando u omitiendo otras formas de terrorismo de extrema derecha, de extrema izquierda, además del denominado terrorismo o terror de Estado y a los propios estados que lo financian.
En los últimos años nuestras sociedades se han visto muy polarizadas. Principalmente desde el espectro ideológico, lo que se refleja en campañas políticas y mediáticas que asignan ideas y bloques conceptuales cuyo designio se basa en relacionar, de forma simplista cuando no directamente errónea, una cierta categorización de opiniones, ideas e imágenes con comunidades religiosas o étnicas concretas, ideologías y con una terminología determinada, creando estigmas y favoreciendo prejuicios. Desligar este tipo de vinculaciones entre el concepto de las ideas o las cosas y la categorización asignada a las mismas se presenta más complejo que su aceptación en un primer momento.
En este contexto, se encuentra consolidada la idea mayoritaria de la relación directa entre terrorismo y terrorismo yihadista y los procesos de radicalización que llevan a la violencia terrorista de ese tipo. La realidad es que en países como EEUU, como comenta Jonathan Stevenson, “el terrorismo de extrema derecha ha sido una amenaza capital. Según el FBI, los crímenes de odio, la mayoría de los cuales se dirigen a la raza o etnia de una persona, aumentaron un 17% en 2017, mientras que los delitos antisemitas en particular aumentaron un 37%. El Centro de Extremismo de la Liga Antidifamación indica que los movimientos de extrema derecha o supremacistas blancos fueron responsables de 387 muertes relacionadas con extremistas, o el 71%, en los Estados Unidos entre 2008 y 2017, en comparación con 100 muertes, o el 26%, por islamistas extremistas”.
Otros autores como Sahar, también señalan que fórums online nacionalistas-blancos que incitan al odio, tenían más de 300,000 miembros registrados en 2015 con una media de un aumento anual de 25.000 nuevos usuarios. A pesar de estos datos, que ya indican el peligro de las organizaciones de extrema derecha, es importante resaltar, como ha publicado Noah Felman, que en EEUU los únicos terroristas considerados por la ley son aquellos que pertenecen a organizaciones específicas con base en el extranjero enumeradas por el Departamento de Estado. Eso incluye a al-Qaeda, el Estado Islámico y muchos otros grupos, la mayoría de ellos islamistas. No incluye ningún grupo de supremacistas blancos.
En Europa, del mismo modo, casos como el de el crimen perpetrado por Anders Breivik en la Isla de Utøya en el año 2011 y que causó la muerte de 77 personas, no debería hacernos soslayar la relevancia del terrorismo de extrema derecha.
Del mismo modo, el atentado en dos mezquitas de Nueva Zelanda el mes pasado, así como los atentados en una sinagoga el pasado octubre en Pittsburgh, y en San Diego hace unos días, indican la gravedad del auge de estas agrupaciones y del odio hacia comunidades religiosas específicas.
El atentado terrorista de Nueva Zelanda, además, ha puesto de manifiesto de nuevo el desafío que suponen contenidos como el vídeo de la masacre en Internet, la magnitud de su alcance y la rapidez de difusión. Los contenidos de cierto material online deben estar más controlados, no solo por la violencia y la incitación al odio que comportan, sino también por la relación que tienen con procesos de radicalización online y aspectos como el del reciprocal radicalisation, radicalización recíproca. Es cierto que la red nos ha permitido medir el grado de peligrosidad de todas estas agrupaciones. No obstante, debería ser difícil permitir la propagación de contenidos violentos, así como se debería facilitar su eliminación de manera más efectiva. Tanto Internet como otros medios de comunicación pueden ser un elemento de disuasión, control y lucha contra este tipo de organizaciones. Este mes de abril se ha presentado un informe sobre la propuesta para la regulación del Parlamento Europeo y el Consejo sobre la prevención de la diseminación del contenido terrorista online.
Las lecciones que deberíamos haber sacado de un mundo globalizado deberían habernos hecho entender que la diversidad cultural es siempre enriquecedora, y solo aquellos que manipulan el lenguaje y las ideas, ya sean terroristas yihadistas o de extrema derecha, no hacen más que mermar los pilares de las sociedades democráticas. No olvidemos que en ambos casos los procesos de radicalización que llevan a la violencia terrorista son casi idénticos. Desde la radicalización online y offline, usan la red con el mismo propósito, tienen el mismo sentido de identificación in-group, marcando la relevancia de los líderes del movimiento, movilización, propaganda en la red, incluso se describen entre ellos como invasores, opresores o atacantes; hasta utilizan de forma anacrónica y reduccionista eventos históricos concretos para como pueden ser las “cruzadas”, el estado islámico o el segundo sitio de Viena, entre otros.
Tanto los grupos terroristas de extrema derecha como los yihadistas podrían insertarse dentro del marco para el estudio del extremismo conocido como la teoría de la identidad social propuestas por los psicólogos Henri Tafjel y John Turner en 1979, que sería apoyada más tarde por otros autores referentes en la materia como Peter Berger o Marc Sageman, que resalta esta teoría para entender la inclinación hacia la violencia política. Esta teoría estipula que las personas se categorizan a sí mismas y a otros como miembros de grupos sociales competidores. Berger comenta que mientras los yihadistas sunníes designan diferentes out-groups como parte de un círculo de enemigos superpuestos; los nacionalistas blancos creen que cada raza tiene distintas cualidades y representa un tipo de amenaza distinta para su in-group.
En realidad, lo que hace que un miembro de una agrupación u otra lo sea, se basa en una autocategorización dentro del grupo. Dicha agrupación está muy influenciada por el contexto social, económico y político del individuo, además de por esa auto asignación foránea de conceptos influida por los fake news, otras agrupaciones radicales violentas, las crisis económicas y la gestión precaria de los distintos procesos migratorios e identitarios.
Combatir estas carencias implica el desarrollo de programas para la prevención de la radicalización que lleva a la violencia lejos de centrarse en comunidades religiosas determinadas. Enfocados no sólo desde el ámbito securitario, pero teniendo en cuenta también campos como el de la psicología y la criminología, además de exponer la relevancia de actores como son los trabajadores sociales, personal que trabaja en prisiones, entre otros. Trabajar a nivel local y con proyectos que tengan en cuenta la diversidad y la multidimensionalidad de los procesos de radicalización y que deben incluir propuestas específicas.
Si no intentamos comprender estos procesos y erradicarlos, la asignación conceptual que tenemos sobre ciertas ideas, creencias o grupos redundarán en la estigmatización y en el mundo distópico de unos reinando sobre otros, en una violencia incompatible con el proyecto de paz perpetua soñado por la mejor ilustración, con Kant a la cabeza.