El terrible ejemplo de Canadá
Una peligrosa epidemia está apareciendo en diferentes puntos del planeta. La Comisión Europea, el Alto Comisionado de Naciones Unidas, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, periodistas de prácticamente todos los medios de comunicación del mundo han salido hoy del armario para opinar sobre el conflicto catalán, mostrándose como peligrosos equidistantes. Sin ir más lejos, la Comisión Europea sostiene que el referéndum de ayer no es legal, pero rechaza la violencia policial; apoya a Mariano Rajoy, pero pide a todas las partes que se muevan hacia el diálogo.
Como es natural, estos peligrosos equidistantes son una minoría. La mayoría de demócratas del planeta Tierra defiende la intransigencia sin matices, ya que todos tienen presente el terrible ejemplo de Canadá.
Es imposible mirar hoy a Canadá sin sentir una profunda tristeza. Aquel país próspero, sosegadamente liberal, tal vez frío y aburrido, pero libre, es hoy ejemplo de lo que nadie en el mundo desea. No en vano se han popularizado expresiones como "al final esto va a ser Canadá", o "niño, cómete la verdura o te envío a Canadá", o "eres peor que mil Canadás". Al futbolista del equipo rival se le insulta llamándole canadiense, y en algunos países europeos se considera que un homicidio puede ser disculpado si la víctima ha dicho tres veces "Canadá". Canadá es en el mundo civilizado el paradigma de lo abyecto.
Todos sabemos cómo empezó todo: pactaron un referéndum sobre la independencia de una parte del territorio. Movidos por la ideología nazi, sibilinamente inoculada en las escuelas de Quebec, las autoridades locales colonizaron todos los medios de comunicación, y cuando hubieron abducido a la mayoría de la población, a los niños en las escuelas, a los mayores por la tele, se encontraron enfrente con un primer ministro de Canadá débil, acomplejado y anticanadiense. Este zoquete, en lugar de enviar a la Policía Montada contra los votantes, que era lo que dictaba el sentido común, no tuvo otra ocurrencia que la de buscar una solución política para un problema político. Un auténtico bruto. En el mundo entero se le conoce como El Gran Inútil. Permitió que una parte del territorio se pronunciara sobre su pertenencia a Canadá.
Este primer ministro era también un poco admirador del general Franco. Se notaba su inspiración franquista en que impulsó una ley. ¡Una ley! Con eso está dicho todo. Tal y como se recoge en el Derecho Internacional, y atestiguan varios expertos de Naciones Unidas, la ley es franquista por definición. Con más motivo la llamada Ley de Claridad de Canadá, que señalaba las condiciones en las que podía tramitarse una petición de independencia, cómo debía votarse y, en su caso, cómo debía negociarse la separación. Es evidente que la independencia auténticamente democrática es la que se decide por las bravas.
Ahí se jodió Canadá. Una ley expresamente creada para resolver un problema, una ley que obligaba a pactar, negociar, votar. ¿A quién se le ocurre? La democracia murió con una votación legal.
Por eso hoy el mundo mira con admiración hacia España, y unánimemente alaba el coraje de las autoridades catalanas y españolas, que no se dejan llevar por la solución fácil de llegar a un acuerdo, y están decididas a resolver este conflicto a la manera auténticamente democrática: referéndums sin garantías, cargas policiales, banderas en los balcones, gritos y mamporros.