El tabaco en tiempos de la COVID-19
La gripe española fue “curada” por los galenos con remedios tan curiosos como el café, el ajo, el coñac y, por supuesto, el tabaco.
El tabaco es un hábito con más de quinientos años de historia. Tan sólo tres días después del descubrimiento del Nuevo Mundo un nativo regaló al almirante Cristóbal Colón la planta del tabaco. La historia nos demostraría que fue un presente “emponzoñado” y que debería haberlo rechazado.
Según la tradición el primer europeo en sufrir sus efectos adictivos fue uno de los compañeros de viaje del genovés, Rodrigo de Jerez, un marinero oriundo de Ayamonte (Huelva).
Tanto se aficionó que su esposa, alarmada, no tuvo más remedio que denunciarlo ante la Inquisición. Tras un juicio expeditivo, Rodrigo acabó con sus huesos entre rejas durante seis años. ¿El motivo? Exhalar humo por la boca –con tanta gracia y soltura– tan sólo “podía ser cosa del demonio”.
Afortunadamente para la planta la situación cambió en el siglo siguiente. En 1565 un médico sevillano –el doctor Nicolás Monardes– publicó Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, entre las cuales incluye la planta del tabaco. El galeno andaluz recoge en su libro hasta sesenta y cinco usos medicinales diferentes.
Cinco años antes el embajador francés en Lisboa –Jean Nicot– había enviado a Catalina de Médicis una cajita con la “planta milagrosa”, gracias a la cual fue capaz de controlar las migrañas que la atormentaban desde hacía años.
Aquel éxito terapéutico corrió como la pólvora por las cortes del Viejo Continente y propició que durante mucho tiempo se conociera al tabaco como la “hierba de la reina”.
El apellido del embajador galo no fue desdeñado en el rincón de los olvidados y pasó a formar parte de los libros de Historia de la Medicina, fue precisamente su apellido el que utilizó el botánico Carl von Linneo para bautizar científicamente a la planta (Nicotiana tabacum) y a su alcaloide (nicotina).
A finales del siglo dieciséis, el consumo del tabaco se había extendido prácticamente por toda Europa y gracias a los comerciantes portugueses llegó hasta China, la India y Japón.
Poco después el doctor Francisco Hernández de Boncalo, médico de la corte de Felipe II, fue enviado a las Américas en misión científica para estudiar las diferentes plantas del tabaco que allí había y los posibles usos medicinales de cada una de ellas.
Estuvo allende los mares durante siete largos años, al regreso redactó, con toda la información recopilada, diecisiete extensos volúmenes. Desgraciadamente no nos han llegado, ya que fueron pasto de las llamas durante el incendio que asoló parte del Monasterio de El Escorial en 1671.
Este médico fue el primero en sembrar la planta en tierras toledanas, lo hizo en los llamados cigarrales –nombre que recibían debido a que solían ser invadidos por plagas de cigarras–, vocablo que quedó definitivamente unido a la planta a partir de ese momento.
Durante siglos su consumo se consideró una verdadera panacea, capaz de tratar las más variadas dolencias. No fue hasta 1761 cuando un médico inglés –John Hill– relacionó por vez primera su consumo crónico con la aparición del cáncer. Si bien no existieron pruebas concluyentes en este sentido hasta la década de los cincuenta del siglo pasado.
La gripe española fue “curada” por los galenos con remedios tan curiosos como el café, el ajo, el coñac y, por supuesto, el tabaco. Los médicos defendían por aquel entonces que con su consumo se broncodilataba el sistema respiratorio y, con ello mejoraba tanto la sintomatología como el pronóstico de los pacientes.
La llegada de la COVID-19 ha vuelto a colocar en el disparadero el consumo de tabaco. De la derivada sanitaria se ha pasado a la política y, con ella, a la judicial. Durante semanas los medios de comunicación se han hecho eco de las diferentes sentencias judiciales sobre si es posible o no fumar en los espacios públicos.
Al margen de esta tesitura y retornando al escenario puramente médico, el coronavirus no viaja en el humo del tabaco y la probabilidad de contagio en un “no-fumador” es exactamente igual a la que tiene un fumador, si bien estos últimos tienen un riesgo mayor de desarrollar las formas más graves.
¿Es posible que el coronavirus consiga en esta pavorosa pandemia lo que las autoridades sanitarias no han conseguido durante décadas?
Para crear una nota aún más discordante si cabe, algunos expertos señalan que el cannabis puede ser un posible tratamiento para casos graves de COVID-19. El cannabinoide sintético se une a los receptores CB2, lo cual modula la actividad de las citoquinas, las proteínas que regulan los niveles inflamatorios.