El síndrome de Madame Bovary o la insatisfacción crónica
A menudo se construyen verdaderos castillos en el aire, especialmente en el ámbito afectivo, implicándose en relaciones pasionales y autodestructivas.
El término Sindrome de Madame Bovary fue utilizado por primera vez por el filósofo francés Jules de Gaultier en la última década del SXIX, y se inspira en la protagonista de la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert. Casi en desuso en la práctica clínica actual, parece cobrar fuerza en el imaginario colectivo para referir un estado de insatisfacción crónica. Dicho estado emerge de la falta de equilibrio entre unas aspiraciones desproporcionadas y la realidad, que suele frustrarlas.
El Síndrome de Madame Bovary no tiene validez diagnóstica ni entidad clínica. Es decir, no aparece en los dos manuales diagnósticos utilizados por psicólogos y psiquiatras, DSM V y CIE. Sí refiere características que aparecen en trastornos de personalidad como el trastorno límite, el trastorno histriónico o el narcisista. En su origen encontramos una connotación un tanto moral y sexista. Al fin y al cabo, refiere los deseos e ilusiones de una mujer atrapada en un matrimonio sin amor y en una sociedad muy restrictiva. El contraste entre sus ensoñaciones y la realidad, los devaneos extramaritales y las amargas decepciones dirigen a la protagonista a un desenlace fatal. Sin embargo, en el mundo actual habitan muchas y muchos Emmas Bovary, el paso del tiempo ha respetado la novela (y el síndrome), y relato y alegoría continúan vigentes.
La tendencia a la ideación romántica y grandilocuente constituye un factor clave. Se idea un mundo fantástico que no corresponde nuestras circunstancias. El amor es pasional y romántico y los actos de heroicidad pueden surgir tras cada esquina. Resulta complicado lidiar con la rutina y la mediocridad de lo cotidiano. La frustración emerge cuando el mundo proyectado no se rige por las reglas que esperamos y no protagonizamos las vivencias que anhelamos.
Producto de lo anterior, las expectativas de la persona y metas tienden a sobredimensionarse y tender a la excepcionalidad. Los logros reales se alejan sistemáticamente de aquellos que se ambicionan. El ámbito afectivo cobra especial relevancia, aunque el contraste entre realidad y expectativas también aparece en el ámbito laboral, social o familiar.
La imagen de sí mismo también acostumbra a mostrar algunas distorsiones. Al igual que en el trastorno narcisista, la persona mantiene una imagen grandilocuente o idealizada de algunos aspectos de sí misma.
Mantener la ilusión requiere un procesamiento selectivo de la información que se obtiene del entorno. Aquello que es coherente con lo que se desea es prioritario, y aquello que no lo es, queda en un segundo plano. Aunque no hay delirio, si se tiende a ignorar las señales que ponen en riesgo las creencias distorsionadas y las metas anheladas. Así se plantean verdaderas fugas de la realidad, o lo que para terceros supone una carencia absoluta de sentido común. Sin embargo, la realidad acaba siempre imponiéndose, provocando sufrimiento e insatisfacción.
A menudo se construyen verdaderos castillos en el aire, especialmente en el ámbito afectivo, implicándose en relaciones pasionales y autodestructivas. También es frecuente que experimentar dificultades para mantener relaciones de amistad significativas y duraderas. A menudo se sueña con un estilo de vida por encima de sus posibilidades económicas. En el ámbito profesional es frecuente la ideación de proyectos que fracasan en los estadios iniciales o que ni tan siquiera llegan a ponerse en marcha.
El sentimiento de vacío resulta del escaso logro de aquello que se proyecta. La persona se muestra insatisfecha, frustrada o triste. Es muy común que los demás perciban que la persona tiene una escasa tolerancia a la frustración, es decir, una sensibilidad exacerbada a todo aquello que resulta desagradable. Se produce una reacción emocional excesiva a imprevistos, molestias o demoras en la satisfacción de sus deseos. Percibidos como egocéntricos e inmaduros, tienden a victimizarse y a explicar sus dificultades y fracasos a partir de factores externos. La culpa es de los otros, de las circunstancias o de la mala suerte. Consecuentemente, abundan sentimientos de ansiedad, tristeza, agitación, resentimiento e ira.
Generalmente, estos últimos son los motivos por los que la persona acude a psicoterapia. El Bovarismo es un término utilizado para denominar el producto de unos rasgos de personalidad exacerbados, no puede considerarse una patología al uso y por tanto el término “curación” no es aplicable en estos casos. Los objetivos deben orientarse a una interpretación más útil y eficaz de la realidad compartida y una mayor adaptación al contexto social, afectivo y a las exigencias cotidianas. Ser consciente el problema es el primer paso para buscar una solución. En psicoterapia deben identificarse los patrones cognitivos y afectivos que sustentan el problema. La ruptura del círculo se relaciona con la aceptación de sí mismo y las circunstancias actuales, el replanteamiento de prioridades vitales y al establecimiento de metas alcanzables.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.