El reto mayúsculo de Biden: que los Estados Unidos estén unidos de veras
El presidente electo, avalado ya por el Congreso pese a los golpistas del Capitolio, ha prometido "sanar" un país que ha dejado de ser el faro de la democracia.
“Mantened la fe. Soy un presidente que no ve estados rojos y azules, sino Estados Unidos. Es hora de unir. Vamos a darnos una oportunidad”. Las palabras de Joe Biden el pasado 7 de noviembre en Wilmington, Delawere, una vez constatada su victoria en las elecciones norteamericanas, sonaron a música celestial. El mundo tiene ganas de que sean verdad.
Tras cuatro años de legislatura de Donald Trump, o lo que es lo mismo, de división (preexistente y ahondada), de trincheras y de retórica caótica y mentirosa, 80 millones de ciudadanos de distinta tendencia ideológica se unieron para entregar a Biden su confianza, justamente para que haga eso: coser bien un país que está unido apenas con hilvanes.
Esta semana, la necesidad de esta regeneración nacional ha quedado más clara que nunca tras el ataque al Capitolio de un grupo de insurrectos, seguidores a ultranza del republicano, que ha acabado con cuatro muertos, 14 heridos y más de una cincuentena de detenidos. La duda es si Biden, aún con toda la buena voluntad que se le presupone, podrá cerrar estas heridas.
El comité de campaña de Biden, consultado por el Huffpost, explica que el plan para los primeros cien días de Gobierno ya está diseñado y se desgranará en breve, pero estará basado “al 100%” en su promesa electoral: “el presidente trabajará de corazón para ganar la confianza de todo el pueblo norteamericano porque de eso trata EEUU, del pueblo, “nosotros, el pueblo”. Su administración, dicen, se apoya en su empeño de “restaurar el alma de esta nación” y recuperar su fuerza, que localiza en la clase media.
Los analistas internacionales coinciden en que es el principal reto que afronta el país y, por correlación, la política mundial en 2021, porque mucho sigue dependiendo de la estabilidad y la sensatez de quien ocupe el Despacho Oval. Por ejemplo, los especialistas de la consultora estadounidense Eurasia Group hablan de un desafío-marco: Biden debe gobernar un país donde aproximadamente la mitad de la población lo considera un presidente ilegítimo o, poco poco, sospechoso: hasta 74 millones de votantes apostaron por Trump el 3-N.
El CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) coincide en sus claves para este nuevo año en que Biden debe enfrentarse a las altas expectativas que genera su llegada a Washington pero, también, a la “frustración” de todos quienes no lo querían de presidente. Hay que recordar que es el más votado de la historia pero que, en fin, no levanta pasiones y debe el cargo a una movilización sin precedentes. Los electores sacaron el champán más porque se iba Trump que porque llegaba Biden.
“Eso es lo primero: no olvidar que está ahí por un movimiento más contra que a favor, que el terreno que pisa es inestable, que ha contado con apoyos pero no con afectos y que esos pueden cambian en cualquier momento. Si olvida la realidad de su base, no podrá ser válido. Si la tiene presente, eso calará en sus políticas y serán integradoras, sea por convencimiento o por temor”, resume el americanista Sebastián Moreno.
Entre las materias que, a su juicio, debe abordar de inmediato como grandes bloques cita la covid-19, el desempleo, la falta de oportunidades económicas, el racismo enquistado, las dudas acerca de la “efectividad y legitimidad política del sistema en EEUU”. “Un trabajo a fondo en esas áreas ayudará a cerrar brechas”, sostiene.
Biden, en una entrevista en la CNN, reconoció que tiene cuatro crisis abiertas que debe afrontar “ya”: el coronavirus, la recesión económica, la desigualdad racial y la emergencia climática. Y que lo primero que iba a abordar -si la violencia no se le cuela por delante- es sentarse con los estados para establecer “pautas nacionales” para actuar contra la pandemia e inyectar dinero en los hospitales “desbordados” y en los planes de vacunación.
¿Recompone eso un nuevo proyecto de sociedad? Moreno dice que sí, “porque todos necesitamos salud, dinero y empleo, respeto e igualdad y un planeta que nos dure”. Pero “hay que tener cuidado”, ahonda, y “separar los problemas del tablero políticos de los problemas comunes de los ciudadanos”, lo contrario que ha hecho Trump. Puede serle sencillo navegar teniendo mayoría en el Senado y el Congreso pero, advierte, “mejor que no la use como rodillo o sepa disimularlo”. “Debe haber un esfuerzo presidencial por regenerar consensos sociales básicos, por rebajar los altísimos niveles de polarización, incluso con mayorías”, concluye.
“Trump ha alejado a los norteamericanos, pero yendo a la raíz, los problemas son similares, da igual la piel o el acento. La pobreza en zonas rurales blancas o en los suburbios negros de las costas hay que resolverlos, por ejemplo, y lo mismo pasa con el consumo desaforado de opiáceos. Atajas lo grave, que es universal, y eso funciona”, añade Van Jones, comentarista de CNN, activista por los derechos humanos al frente de REFORM Alliance y antiguo consejero del expresidente Barack Obama.
“En una sociedad cuerda, el dolor común debe conducir a un propósito común. Y el propósito común debe conducir a proyectos y soluciones comunes. Ese tipo de avance es posible, pero sólo si los estadounidenses dedicados de todas las tradiciones políticas unen fuerzas para enfrentar el dolor agudo en nuestra sociedad: el virus, la crisis de adicción, la pobreza, el sistema de justicia roto, por nombrar algunos”, señala.
Son “desafíos considerables” los que afronta Biden, que no saldrán adelante, dice, “sin cooperación, construcción de consenso y compromiso”. El nuevo presidente siempre ha sido conocido precisamente por su capacidad de alcanzar acuerdos con el adversario, ha sido uno de los principales negociadores demócratas con los republicanos y sus amistades en la bancada contraria son bien conocidas.
No vale el “nosotros contra ellos”, enfatiza Jones, sino que hay que “invertir en una alternativa” para todos. “Esa alternativa surgirá de un tipo de populismo positivo, orientado a la solución, que ponga la verdad por encima del tribalismo, los resultados sobre la retórica y la gente sobre el partidismo”, concluye. Habla, en resumen, de “humanidad”, de “verdad” y “confianza basada en hechos”.
El diagnóstico parece claro, pero el problema es el cómo. Biden llega con las espadas en alto por parte de los seguidores de Trump y hay que ver si el trumpismo, lejos de disolverse, se rearma o se transforma, bien manteniendo el poder en el Partido Republicano, bien fundando una nueva fuerza política. Le puede dar muchos dolores de cabeza y ponerle muchas piedras en el camino.
Está por ver, también, el efecto que la desinformación y las noticias falsas tienen entre la población aún muy movilizada a favor de Trump y la más templada, pero que no comulga con Biden a pies juntillas.
La violencia, sobre todo, es el factor de mayor inestabilidad, imposible de predecir, complicado de prevenir. Tendrá que tener cordura y templanza si le toca abordar hechos como los de esta semana, con derramamiento de sangre.