El reparto del pastel
Cuentan que la reina María Antonieta, esposa de Luis XVI, paseaba un buen día por las calles de París rodeada de gran séquito, cuando se fijó en las caras tristes de la gente y en algún que otro corrillo que protestaba a prudente distancia, para no ser detenidos y encarcelados por su osadía. "¿Qué les pasa, qué quieren?", preguntó la soberana. Dicen que no tienen pan, señora -le respondió su doncella- "¡Pues que coman pasteles!"
Y se acabó el problema. Toca otra vez repartir el pastel. Bueno, yo diría que el pan, que no estamos para lujos. Entre los fastos del glorioso cuarto año de la recuperación figura un monumental banquete al que, como siempre, no estamos invitados. Mientras unos cuantos privilegiados celebran una comilona con lujo y oropeles, la inmensa mayoría de los españolitos de a pie seguimos salivando pensando en los manjares que figuran en la carta.
Crece el PIB espectacularmente, crecemos más que nadie en Europa, que en el colmo de la crueldad, nos cuentan los detalles del banquete que se están dando a nuestra costa. Vajilla de la más fina porcelana, cubertería de plata, una legión de camareros uniformados, los mejores caldos y licores, los dulces más exquisitos. Ostras y caviar, por supuesto. Y orquesta en directo.
La ocasión se lo merece. Celebran el crecimiento, el fin de la crisis, la salida del túnel, la subida de la Bolsa, la multiplicación de los beneficios de la Banca, el aumento del número de millonarios... Los Presupuestos más sociales del siglo, que una vez más recortan a los parados, no hacen nada por solucionar el trabajo precario, meten la tijera a las becas y arrojan unas migajas, en forma de un puñado de euros, a las pensiones más miserables, a esas que ni de lejos llegan al más miserable todavía salario mínimo.
La Sanidad y la Educación, bien recortaditas, no vaya a ser que nos de por creernos que tenemos derechos que no nos corresponden; la partida de violencia de género, reducida a la cuarta parte de lo prometido, y para Dependencia, la mitad de la mitad de la mitad, aunque cada día mueran no sé cuantos dependientes esperando ser atendidos. Por supuesto que para Memoria Histórica, cero patatero, que no hay que andar removiendo las cunetas.
Eso sí, pasteles para Defensa, que no sé en qué guerra andamos metidos para necesitar tanto tanque, y para rescatar autopistas y esas cosas, pobrecitos empresarios de postín. Investigación y Desarrollo, ¿para qué?, si tenemos camareros baratitos y muchos turistas buscando el sol. Por no hablar de limpiadoras, de las "kellys", que por un par de euros dejan la habitación como un jaspe.
Sabemos que hay una fiesta. Escuchamos las risas, el tintinear de las copas de cristal de Bohemia en los brindis, las felicitaciones y los parabienes. Esto marcha. España va bien. Comamos y bebamos, que no nos van a amargar el festín unos miles de contratos de una semana, de un día o de un rato; ni el lamento de los desempleados que cada vez tienen más difícil cobrar una prestación, ni el de los estudiantes que no pueden pagarse un máster (que a otras les regalan), ni los periódicos informes sobre los niveles de pobreza o los avisos de ONG's varias que señalan que muchas, muchísimas familias tienen problemas para comer un plato de lentejas. Menuda vulgaridad. Que coman pasteles, que diría la reina francesa.
Con la de sacrificios que hemos hecho para llegar, hoy, a este banquete. Hemos tenido que cargarnos los derechos laborales y buena parte de los sociales; hemos tenido que recortar en salud, en educación, en atención a los más desfavorecidos. Y en salarios, por supuesto. Hasta hemos enviado a buena parte de nuestros jóvenes a fregar platos a Londres o a Berlín.
Pero sigue la fiesta y toca repartir el pastel. Barra libre para los afortunados invitados al banquete. Aunque diga Montoro que en los Presupuestos que nos acaban de presentar no hay recortes sino "moderación del gasto", el hecho es que nos quedamos fuera de la mesa siempre los mismos, los trabajadores, los autónomos asfixiados ... Se está celebrando un banquete y los que hemos puesto la mesa (y fregaremos los platos), no estamos invitados.
Yo, siempre en Macondo, recuerdo a Petra Cotes, que tenía la virtud de exasperar a la naturaleza, y a su paso, criaban los conejos a millares, y las vacas por docenas, y hasta los billetes se multiplicaban de tal forma que dieron para empapelar con ellos la casa por dentro y por fuera, mientras el resto de los vecinos miraban estupefactos sin participación alguna en los beneficios del milagro. A ellos, como a nosotros, "los ángeles de la guarda se le dormían de cansancio mientras ponían y quitaban monedas tratando de que siquiera les alcanzaran para vivir".
No estamos invitados, y eso no es lo más grave. Lo peor es saber que esta fiesta la estamos pagando entre todos y que la seguiremos pagando, si algún día queremos comer las migajas que sobren del banquete.