El recuerdo de la burra difunta

El recuerdo de la burra difunta

La frivolidad de la dirección del PP, agravada por la incompetencia friki- alcanforada del Gobierno de la Comunidad de Madrid, está alumbrando la temida segunda ola.

Imagen de archivo del líder del PP, Pablo Casado. Europa Press News via Getty Images

Otra vez estamos en presencia de la lógica encerrada en el refranero, en concreto de aquel episodio, el de “la burra del gitano”, que entre todos la mataron y ella sola se murió. O, yendo por estos andurriales, de la famosa copla cargada de pesimismo existencialista: “ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio; contigo porque me matas, sin ti, porque yo me muero”. Este es el diálogo de besugos que en las últimas décadas sostiene la oposición con el Gobierno y viceversa. Aunque no sea éticamente aplicable la ‘bondadosa’ pero hipócrita equidistancia que tan profusamente y con tanta crueldad aplicaron algunos obispos y curas vascos que comprendían a los asesinos etarras y negaban, con diabólica altivez, los funerales a las víctimas del terror.

Para entender cabalmente lo que está ocurriendo es preciso recuperar el contexto del proceso. Ya antes de la aparición en escena del coronavirus, la situación política estaba envuelta en una dialéctica de crispación de tal magnitud, azuzada por la compañía de lanzallamas del PP (¿recuerdan?), que desde los círculos moderados del centro derecha y el centro izquierda, y de los interlocutores sociales, UGT y CCOO, principalmente, y algunas organizaciones empresariales, abogaban por un ‘gran acuerdo’ nacional. 

Antes, durante y después de la moción de censura, España estaba (y lo sigue estando) en un lodazal, en unas arenas movedizas, de las que era prioritario sacarla. Ya entonces se recordaba por algunos políticos, los que habían logrado mantener la serenidad, el buen juicio nacido de la experiencia, y la memoria, por algunos profesores, por algunos columnistas… aquellos Pactos de la Moncloa auspiciados por el presidente Suárez en octubre de 1977, tras las primeras elecciones democráticas ‘constituyentes’ del 15J. En ellas, el Partido Socialista Obrero Español había quedado en segunda posición tras el planeta UCD, a punto de entrar en un agujero negro. 

El líder socialista Felipe González, recién desprovisto del alias clandestino de ‘Isidoro’, aceptó la oferta. No puso los tiquismiquis tácticos que, ahora, por ejemplo, pone Pablo Casado para en momentos de mayor dificultad, verdaderamente históricos, de una gravedad solo parangonable a los años de la Guerra Civil e inmediata posguerra, llegar a acuerdos ‘de Estado’. 

La frivolidad de la dirección del PP, agravada por la incompetencia friki- alcanforada del Gobierno de la Comunidad de Madrid, está alumbrando la temida segunda ola.

Unas pintorescas declaraciones, desde la atildada ortodoxia democrática, del flamante nuevo portavoz nacional popular y alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, en El Mundo del pasado domingo, dan algunas pistas retroactivas y del inmediato futuro francamente (dicha esta expresión sin segundas intenciones) interesantes. “Existen tres siglas en el centro derecha” (con lo que da a la ultraderecha de Vox estatus centrista, a no ser que se refiera al Partido Regionalista de Cantabria); “La lealtad no es con el Gobierno, es con los españoles”, un concepto muy similar al que defiende Podemos. La ‘lealtad institucional’ abarca el amplio marco de las instituciones. De todas con todas y con cada una de ellas, desde el municipio, la isla (con sus cabildos), la provincia (con sus diputaciones), la autonomía (con sus gobiernos y parlamentos), el Estado, y más allá y arriba, la Unión Europea y las organizaciones internacionales a las que pertenece España. Este periódico titula su edición en papel (la digital es más plastilina) amarrado a la actualidad, o al duro banco de una galera turquesca, que para los efectos y los personajes viene a ser lo mismo: “El PP no va a optar por la polarización, pero tenemos que ser una alternativa al Gobierno”.

En 1977, el PSOE liderado por Felipe González quería ser, y era, una alternativa al Gobierno de Adolfo Suárez. Y sin embargo, aceptó la llamada del jefe del Gobierno y de la UCD y fue un decidido defensor de aquél acuerdo… frente a los núcleos más radicales de su partido. Aquella sensatez para sacar a España del atolladero ayudando al Gobierno no le vino nada mal: en 1982 consiguió una aplastante mayoría absoluta.

Mucho peor le fue a Alianza Popular, con Manuel Fraga como jefe indiscutible, que firmó la parte económica pero se negó a respaldar la política y la social, que hablaban de derechos y libertades, de la  libertad de prensa y la desaparición de la censura previa, que luego reflejó la CE78, de la desaparición de los delitos de ‘adulterio’ y ‘amancebamiento’, de la modificación de la Ley de Secretos Oficiales para que la oposición pudiera tener acceso a documentos imprescindibles para su función parlamentaria… etc.

  Imagen de archivo del presidente, Pedro Sánchez, y el vicepresidente Pablo Iglesias, en el Congreso. POOL New / reuters

Tampoco fue inconveniente para las aspiraciones de José Luis Rodríguez Zapatero (el ‘ZP’ de campaña, siglas de ‘Zapatero Presidente’) apoyar a Aznar en 2001 con el ‘pacto de Estado’ para reformar la justicia; la oferta de 2002 para formar un frente común en Europa para conseguir fondos adicionales de Bruselas para hacer frente a la catástrofe del Prestige en Galicia; o el pacto antiterrorista, firmado en La Moncloa por Javier Arenas, secretario general del PP,  y Zapatero, secretario general del PSOE, ante un sonriente jefe del Gobierno conservador.

En la entrevista, el periodista le pregunta al alcalde de Madrid qué pasaría si Sánchez cambiara, si llamara a Casado para negociar los presupuestos, si  rompiera con Podemos… y Martínez Almeida contesta con la imposibilidad metafísica: “¿Alguien se fía de verdad de que Pedro Sánchez pueda dar ese giro?”. Aaaamigo. Pero si lo diera, más madera por si acaso: “¿Alguien se fiaría de que ese giro de Pedro Sánchez no fuera solamente por razones tacticistas u oportunistas?”. Que dicho sea de paso, está en la genética de la actividad política y es consustancial al sistema de partidos.

Sensu contrario podría hacerse la misma pregunta retórica al PP y en general a todos los partidos habidos y aún por haber: ¿sus dinámicas de acción o sus programas están angélicamente desprovistos de tacticismo u oportunismo?, ¿no hay tacticismo ni oportunismo en el ‘no es no porque no ’ de Casado y su coro de indomables aznaristas? Pues parece que están haciendo justo lo que criticaban, y dos tazas, del ‘no es no’ de Sánchez a Rajoy.

Cada día que pase, Pablo Casado va a tener más difícil ocultar su ‘cuota parte’ de responsabilidad desde la primera fase de la pandemia.

Por una de esas carambolas tan extrañas y llenas de sugerencias de la historia y la política, el mismo domingo de marras El Mundo abría una actualización de su digital con la noticia de que Sánchez rechaza los vetos de Podemos para negociar (los presupuestos): “no es hora de juegos”, que calentará aún más la incómoda coexistencia, pese a los desmentidos, de los dos socios del Gobierno.

El problema es que nadie está para juegos, ni malabares ni dialécticos ni de la oca ni del escondite. La frivolidad de la dirección del Partido Popular durante la primera fase de la pandemia, agravada por la espectacular incompetencia friki- alcanforada del Gobierno de la Comunidad de Madrid, está alumbrando la temida segunda ola que se extiende imparable por todo el país. No hay cortina de humo, por espesa que sea, que logre ocultarla. Los expertos y en general los sanitarios, y la opinión pública, e influyentes sectores empresariales que le ven las orejas y hasta los colmillos al lobo, parecen estar de acuerdo en que la desescalada fue apresurada; que el fin del estado de alarma exigido por el casadismo y el aznarismo de la FAES fue precipitado; que las comunidades autónomas, y en cabecera la madrileña de Díaz Ayuso… no han estado a la altura de las circunstancias.

  La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. NurPhoto via Getty Images

Los brotes y rebrotes tienen un origen diverso pero complementario: falta de prevención y rápida respuesta de las administraciones regionales, que, a su vez, presentan serios déficits sanitarios. Y ex aequo los discursos ambiguos y llenos de falsedades que fueron propicio caldo de cultivo para el altamente peligroso virus negacionista, propalado por un ejército de necios que además de tocar el caldero y gritar ‘libertad’ en vano dominaban la técnica de las zancadillas y del disimulo.

Todo ello, adobado con explicaciones conspirativas y homeopáticas, propició la ‘despreocupación’ social, sobre todo en sectores juveniles, y un importante relajo de las medidas de prevención básica, como las mascarillas y el respeto a la distancia de seguridad.

Cada día que pase, Pablo Casado va a tener más difícil ocultar su ‘cuota parte’ de responsabilidad desde la primera fase de la pandemia, y en las oleadas que hasta hoy han acompañado a la caótica regionalización de la gestión (puede que salvo alguna excepción), porque la oposición no es un ente abstracto, incoloro, inodoro e insípido. Tanto en el ejercicio del Gobierno como en el de la oposición, en todos los niveles, hay consecuencias. Que sean buenas, malas o peores, depende.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.