El racismo perjudica seriamente la salud
El estatus económico no tiene nada que ver.
Por Maïka Telga, investigadora post-doctoral en Psicología Experimental, Universidad de Granada:
A día de hoy, sostener ideas racistas está socialmente condenado. Mal visto. Repudiado. Pero paradójicamente, el racismo sigue ganando terreno. El mismísimo Donald Trump ha sacado rédito electoral de sus mensajes sobre la supremacía blanca. En general, los estudios muestran que la xenofobia ha crecido en los últimos años. Nada baladí teniendo en cuenta que acarrea una serie de consecuencias negativas para las minorías étnicas, afectando a su salud física y mental.
El racismo se arraiga en un reparto desigual de recursos materiales (por ejemplo, ingresos) y simbólicos (por ejemplo, estatus social), con la raza como excusa para esa segregación. Sin ir más lejos, en muchas ciudades los distintos grupos étnicos se ubican en barrios separados.
Esta separación resulta en un acceso limitado para las minorías étnicas a servicios básicos como el alojamiento, la educación, el empleo o la sanidad. Todo ello con un impacto directo en la salud y el bienestar.
Para colmo, dentro del sistema sanitario la calidad de la atención prestada al paciente también está determinada por su raza. Un reciente meta-análisis sacó a la luz que los profesionales del sistema sanitario muestran un sesgo negativo hacia minorías étnicas. Y que eso resulta en un trato discriminatorio hacia ellas.
La discriminación llega hasta tal punto que las minorías étnicas reciben un tratamiento diferente frente a las mismas dolencias. Al dolor del paciente se le presta menor atención, el nivel de empatía cae, como también lo hace la credibilidad en la descripción de la sintomatología. En definitiva, es más usual pensar que “el paciente exagera” si pertenece a una minoría étnica.
La consecuencia directa es que los grupos discriminados muestran una experiencia menos satisfactoria con el sistema de sanitario, lo cual agrava aún más el problema. Porque reduce el uso de los servicios sanitarios.
El racismo no solo se experimenta en la consulta del médico. Hay un racismo “cotidiano” que no podemos pasar por alto. Las agresiones callejeras o los insultos racistas son la cara visible del fenómeno. No son raras las noticias de futbolistas negros que son tratados como monos en su entrada al estadio.
Ahora bien, el racismo más sutil, el que afecta en el día a día a millones de personas, no recibe tanta cobertura mediática. Los prejuicios y el rechazo social que se expresan de forma menos explícita también forman parte del problema. Aunque a menudo hagamos oídos sordos.
Realizar actividades diarias como salir a comprar, matricularse en una actividad o pasar el control de policía pueden ser particularmente aversivas para las minorías étnicas. Sobre todo cuando se acompañan de miradas de desconfianzas, expectativas negativas, conducta de evitación o burlas.
Es más, la cultura popular puede normalizar actitudes racistas a través del lenguaje. Expresiones como “No hay moros en la costa”, o “Vas hecho un gitano”, constituyen un buen ejemplo.
La exposición crónica al racismo afecta el funcionamiento de áreas cerebrales implicadas en el control del pensamiento y de las emociones. Esto conduce a una serie de trastornos mentales que incluyen principalmente depresión, baja autoestima y altos niveles de estrés. Aunque también son frecuentes ansiedad, insatisfacción con la vida, estrés postraumático e incluso intentos de suicidio.
Como resultado, las personas víctimas de racismo tienden a involucrarse menos en actividades que mejoran su salud física (por ejemplo, hacer ejercicio). En cambio, adoptan más estrategias de enfrentamiento perjudiciales para la salud (por ejemplo, consumir alcohol).
Al final, la salud física se resiente. La investigación destaca como principales problemas de salud asociados al racismo la hipertensión, la obesidad y la diabetes.
En general, las personas con mayor poder adquisitivo y alto nivel educativo gozan de una mejor calidad de vida. Pero para las minorías étnicas, tener un alto estatus socio-económico no garantiza una mejor salud.
En un reciente meta-análisis se observó que edad, sexo, nivel educativo o lugar de nacimiento no afectan a la relación entre racismo y salud. Es más, en Estados Unidos, las personas negras con el nivel educativo más alto tienen una menor esperanza de vida que las personas blancas con estudios secundarios.
Reducir el racismo y su impacto sobre la salud de las minorías étnicas requiere esfuerzos a nivel institucional, pero también a nivel personal. La motivación para reducir sus prejuicios y tratar a las personas como individuos en vez de miembros de un determinado grupo es clave.
La investigación indica que cuando las personas están motivadas para emitir juicios individuales (y no dejarse llevar por estereotipos), toman decisiones más acertadas. Sus sesgos desaparecen y basan sus elecciones en hechos objetivos.
Ser consciente de estos sesgos y de sus consecuencias es un primer paso fundamental. Intentar reducirlos cada día está en manos de todos.