El problema de Madrid
A Ayuso hay que exigirle que deje de centrifugar culpas y centralice sus propias responsabilidades.
La crisis sanitaria no volverá a estar controlada en España hasta que se doblegue la curva en Madrid. Vivimos en un país radial cuyo centro es la capital. Es la consecuencia de siglos de centralismo. Para lo bueno y para lo no tanto todo pasa por Madrid: la estructura de la red de transportes, la ubicación de todo el aparato administrativo del Estado, la sede del poder político nacional y de la mayor parte de las principales empresas… (Ése es el gran hecho diferencial madrileño, que la derecha gobernante en esa CCAA explota de forma insolidaria en su beneficio y contra otros territorios). Con este contexto, si no conseguimos frenar el crecimiento desbocado de contagios en esta comunidad, España no saldrá de la incertidumbre que genera la batalla contra un virus para el que todavía carecemos de vacuna y medicación efectiva.
Un estudio publicado esta semana en la prestigiosa publicación The Lancet concluía que España y Reino Unido se precipitaron en la desescalada. Si echamos la mirada atrás a finales de abril, cuando empezamos a salir paulatinamente del confinamiento, la derecha exigía la vuelta a la normalidad más deprisa para reactivar la economía, el PP no apoyaba la prórroga del estado de alarma y las comunidades presididas por los populares querían pasar de fase a cualquier precio y recuperar el mando único en sus territorios. Andalucía y, por supuesto, Madrid ponían el grito en el cielo cuando se quedaban rezagadas en el cambio de fase. Todo como estrategia de presión y desgaste al Gobierno. No se trataba de ganar al coronavirus, sino de hacer descarrilar al Gobierno presidido por Pedro Sánchez.
De aquellos polvos, estos lodos. Madrid fue el epicentro de la primera ola y vuelve a serlo en esta segunda. En esta comunidad se ha producido la tormenta perfecta. Se suman razones estructurales, como el desmantelamiento sistemático de la sanidad pública, y coyunturales, como la incompetencia mayúscula y la soberbia de su presidenta. Desde el primer momento, Isabel Díaz Ayuso ha buscado el cuerpo a cuerpo para desviar la atención de su calamitosa gestión.
No se ha parado ni ante el sufrimiento de la gente ni ante el cúmulo insoportable de víctimas. Ha buscado la pelea y la provocación sin atender la opinión de técnicos y expertos. ¿A cuántos ha dejado ya en el camino por no dar su brazo a torcer? Ha llegado la última a todo: a decretar el uso obligatorio de mascarillas, a contratar sanitarios y rastreadores, a reducir contactos sociales, a tomar medidas restrictivas en zonas con índices de casos disparados… Y cuando decide, lo hace con sesgo ideológico y clasista, estigmatizando a los ciudadanos con menos recursos.
Hoy Díaz Ayuso sigue renuente a tomar medidas más contundentes pese al ofrecimiento del presidente Sánchez de apoyar el estado de alarma para la comunidad. El Gobierno madrileño se obceca en el error, se resiste a tomar decisiones que son políticamente costosas y, como los malos estudiantes, exige que se apliquen restricciones a todos por igual aunque los indicadores sean distintos. Una presidenta que pedía un trato diferencial para Madrid y ahora pide tasar con el mismo rasero situaciones epidemiológicas diferentes. De traspiés en traspiés sin rumbo ni coherencia. Por eso, la dirección nacional del PP ha vuelto a movilizar a las comunidades autónomas donde gobiernan para arropar a la protegida de Pablo Casado y seguir recreciendo la cortina de humo sobre el naufragio madrileño.
A Ayuso hay que exigirle que deje de centrifugar culpas y centralice sus propias responsabilidades. Como ha escrito Pablo Coelho, “siempre es fácil culpar a los demás. Puedes pasar toda tu vida culpando al mundo, pero tu éxito y tus fracasos son de tu entera responsabilidad”. A ver si algún día reflexiona la presidenta madrileña y actúa con sentido de estado y favoreciendo la unidad de acción. Esto no va de sálvese quien pueda.