El Presidente-Holograma
Una de mis escenas preferidas de La Guerra de las Galaxias es cuando, en el Episodio IV, tras muchas peripecias, por fin R2-D2 logra entregar su mensaje y vemos la imagen de una desesperada Princesa Leia pidiendo ayuda a Obi Wan Kenobi. Parece que Carles Puigdemont se ve a sí mismo como parte de la Resistencia contra el malvado Imperio y quiere salvar su República imaginaria.
Así, su última ocurrencia ha sido proponer presentar su candidatura por Skype. Ni que decir tiene que, ya puestos, los amantes de la saga preferiríamos tener en el pleno del Parlamento al entrañable robot. Pero el caso es que no se trata de una sala de cine sino de la institución más importante de Cataluña pues en ella reside la voluntad de la ciudadanía expresada mediante el voto.
Cualquiera que respete la institución tiene claro que no podemos tener un Presidente-Holograma que pretenda dirigir nuestra comunidad autónoma mediante las redes sociales. Y, mucho menos, puede ser Presidente de la Generalitat una persona que tiene graves delitos imputados y que se niega a comparecer ante la justicia. Desde el pleno del 6 y 7 de septiembre de 2017 resulta más que evidente que los políticos separatistas no tienen ni el más mínimo respeto por las instituciones catalanas, pero proponer que el candidato a Presidente ni tan siquiera se digne a hacer acto de presencia en su propia investidura es ahondar en el ridículo más absoluto y en la denigración del Parlament.
Nunca antes a ningún candidato se le había pasado por la cabeza la majadera idea de no estar presente en el debate de investidura. Además, esa presencialidad sí se halla, de manera implícita, en el artículo 4.3. de dicho Reglamento: "El candidato o candidata propuesto presenta delante del pleno su programa de gobierno y solicita la confianza de la cámara" (el subrayado es mío). Tanto en los diccionarios de lengua española como en los de lengua catalana, "delante" y "davant" señalan la necesidad de esa presencia. Si nos paramos a contemplar el cuadro de La Gioconda es obvio que no estamos delante de Lisa Gherardini sino de una representación de ella. De la misma manera, si Carles Puigdemont defiende su investidura desde Bélgica, no tiene delante al pleno sino la cámara de vídeo de un ordenador. Y el pleno no tendría delante al candidato sino una pantalla.
Por supuesto, no se tendría que llegar al detalle de revisar el Reglamento porque el sentido común nos dice que para defender una candidatura a la presidencia de la Generalitat la persona debe estar presente. Además, los reglamentos han de ser iguales para todos si no queremos caer en la más absoluta arbitrariedad. Parece claro que todavía no ha entendido que él es como el resto de los ciudadanos y que debe de cumplir con las leyes.
En la última legislatura, los políticos separatistas estuvieron absortos con el monotema y, en ningún momento se plantearon en serio gobernar Cataluña. Más que un gobierno de la Generalitat, tuvimos un Comité Sedicioso que dedicó todas sus energías a intentar engañar al Estado, a desviar fondos para un referéndum ilegal y a crear chiringuitos políticos para colocar a sus amiguetes. Son los mismos y, si gobiernan, intentarán volver a hacer lo mismo. Solo hay que ver el programa electoral de Junts per Catalunya para tener claro que la gestión de nuestra comunidad autónoma no está entre sus inquietudes.
Aunque parezca una verdad de Perogrullo, para gobernar Cataluña hay que estar en Cataluña. Hay que reunirse con los colectivos, escuchar las demandas de la ciudadanía, estar presente para compartir los diferentes acontecimientos, ya sean luctuosos o de celebración. Para gobernar Cataluña es necesario, también, tener las manos libres y limpias. Y, sobre todo, para gobernar Cataluña se debe tener un proyecto para todos los catalanes. Puigdemont no cumple ninguno de estos requisitos por lo que resulta imposible que pueda ser el Presidente de la Generalitat.
Está por ver si con la elección del nuevo presidente del Parlament Roger Torrent, diputado de la tercera fuerza política de Cataluña, seguirán bajando escalones en la degradación de las instituciones catalanes. Lo tendrán que demostrar con hechos, no con palabras. Muchas de las barbaridades que sufrimos en la pasada legislatura fueron posibles porque Carme Forcadell no actuó como Presidenta del Parlamento sino como presidenta de la ANC y al servicio de los designios de Puigdemont.
La aritmética parlamentaria es ahora mismo complicada para los constitucionalistas, especialmente y sobre todo después del portazo de Podemos que, como siempre, se han situado del lado de los independentistas. Pero la máxima complicación la tienen los partidos separatistas que han decidido mantener en sus filas a huidos de la Justicia y a imputados por malversación y otros delitos muy graves. Esperemos que el sentido común se imponga en Cataluña y las palomitas las dejemos para ver La Guerra de las Galaxias en el cine o en el salón de nuestra casa.
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