El poder de Jane Campion
'El poder del perro' es un western, de esto no debiera caber duda alguna, y, por descontado, es una película de una calidad extraordinaria.
Tres semanas después del estreno de El poder del perro (2021, Jane Campion) en salas y diez días después de su llegada a Netflix, sigo leyendo con estupor a un gran número de espectadores que niegan la brillantez de la película e incluso el ingenio de Campion para enfrentarse a este tipo de historias profundamente sórdidas. Incluso hay quien niega que sea un western. Lo que hay que leer.
Sin duda, El poder del perro es un western, de esto no debiera caber duda alguna, y, por descontado, es una película de una calidad extraordinaria. Su producción, valedora de cuantos reconocimientos se le ofrezcan, demuestra que el cine del oeste tiene una naturaleza cíclica, cambiante, adaptativa, capaz de evolucionar década tras década. Desde Asalto y robo de un tren (1903, Edwin S. Porter), el western se ha reinventado como ningún otro género, que lo digan si no Ford, Hawks, Zinnemann y aun Leone y Costner.
El valor añadido que ahora entrega Campion es, sin duda, la dureza e incluso crueldad de la trama. El sello de la autora neozelandesa empuja a la deriva a sus personajes, abocándolos irremediablemente a toda clase de tensiones, mientras su savoir faire conduce a los espectadores por una senda de calma y quietud. Quizá porque Campion sabe que la vida rara vez hace aspavientos histriónicos, ni avisa de los infortunios con antelación. Tampoco sabe la humanidad de quienes albergan en su interior intenciones aviesas, de quienes se vengan o desean hacerlo. De quienes alimentan los anhelos de restitución de su dignidad. “Líbrame de las aguas mansas” reza la cultura popular, “que de las bravas me libro yo”. Tomemos nota.
Sin apenas banda sonora ni potenciadores artificiales de emoción, Campion se acompaña de la soledad y lo agreste del entorno para situar una acción demoledora. Phil Burbank (Benedict Cumberbatch) y su hermano George (Jesse Plemons) viven en los páramos inhóspitos de Montana. La dura vida del rancho ha curtido el carácter de Phil, quien, a pesar de tener estudios universitarios y una dilatada fama como intelectual, se ha convertido en un extraordinario vaquero, tan rudo como contempla el estereotipo.
Su hermano, en cambio, es de una delicadeza extraordinaria. Abomina la rudeza y sabe apreciar la belleza de la calma y el sosiego. Pronto se enamora de Rose (Kirsten Dunst), una joven viuda que regenta el restaurante a donde acuden los trabajadores del rancho. De inmediato, Phil se percata del amaneramiento de Peter (Kodi Smit-McPhee), hijo de Rose y estudiante de medicina. Cuando Rose contrae matrimonio con George y se instala en casa de Phil, la furia del hermano irá dirigida a destruir la moral de Rose, tanto destrozando su autoestima como acosando a Peter, a quien tacha de débil y ‘afeminado’. Cuando el joven descubra que Phil esconde un secreto relacionado con su propia sexualidad, enseguida se hará un hueco en la vida del vaquero, quien terminará por sucumbir ante de el aspirante a médico.
Espectacular juego de máscaras cuyo guion también está firmado por Jane Campion, basado en la novela homónima de Thomas Savage (1967), El poder del perro es una de las grandes películas del año. Y no solo por la espléndida fotografía de Ari Wegner, ni porque Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst y, especialmente, Kodi Smit-McPhee realicen un trabajo soberbio, sino porque todos los elementos ayudan a crear una atmósfera tan realista y asfixiante como la vida misma.
Preestrenada en el Festival de Venecia, no es de extrañar que obtuviera el León de Plata a la Mejor dirección, así como también se ha alzado con el Premio del Público en el Festival de Toronto y los premios a Mejor dirección, Mejor actor y Mejor actor secundario del Círculo de Críticos de Nueva York. Y el palmarés, intuyo, irá en aumento.
Permítanme hacer hincapié en un aspecto en ocasiones soslayado, y es la capacidad de Campion de expresar visualmente la personalidad de sus personajes, algo que está muy por encima de cualquier recurso explicativo, tan en boga en el audiovisual actual. Solo hay que rememorar la escena de El piano (1993) en la que Holly Hunter mira herida y febril a su marido mientras se posa sobre ella (todo ello en silencio, con una protagonista completamente muda), para entender que nos encontramos ante una directora bendecida por la pura genialidad.
Esta se demuestra en dos momentos especialmente intensos de El poder del perro. Por un lado, en la extraordinaria exposición del auténtico Phil, cuando Benedict Cumberbatch se solaza acariciándose con el pañuelo de Bronco Henry, en una escena solitaria, erótica y reveladora como pocas.
La segunda es, indudablemente, la secuencia en la que un conejo se oculta bajo una pila de troncos. Phil, conmiserativo, le pide a Peter que sacrifique al animal para que no sufra; Peter, con sus propias formas, acaricia al animal hasta que se gana su confianza, para inmediatamente después quitarle la vida en un solo movimiento. Esta secuencia es tan alegórica, que no puedo sino rendirme ante la evidencia: que nadie se sorprenda por el final de El poder del perro, Campion ya nos había puesto sobre aviso. Chapeau.