El nuevo PP a la gallega de Feijóo
Con Feijóo el insultómetro no se ha movido, mientras que con Aznar y Casado se salía de sus casillas.
Es público pero no muy notorio que Alberto Núñez Feijóo ha presentado una enmienda casi a la totalidad del ‘pensamiento’ (sic) político de su antecesor Pablo Casado. Sin embargo, hay frases que no cuadran ni en el texto ni en el contexto histórico. Es más, algunas vibrantes afirmaciones del nuevo líder popular denotan una preocupante falta de conocimiento de la realidad pasada.
Puede entenderse en un concierto mitinero, en el que las verdades son lo menos importante. “Ande yo caliente y ríase la gente”, que diría el poeta. Cuando se habla a la feligresía… lo que vale es tocar el corazón, despertar la afinidad sentimental, provocar el aplauso a modo de plebiscito. Aprovecharse de alguna forma de aquello que enunció Pascal, y que es una cita obligada en cualquier embrollo o laberinto intelectual que se precie, a saber: “Razones tiene el corazón que la propia razón no entiende”.
El recién dimitido jefe del PP gallego, acunado en sucesivas mayorías absolutas, hiciera lo que hiciera y fracasara en lo que fracasara, llegó como es costumbre en la derecha público-privada, a veces privada pero del juicio, predicando las ventajas de las ruedas cuadradas: bajar los impuestos sin mirar a quién y mejorar los servicios públicos.
En esas mañanitas dijo que ‘Sánchez se está forrando’ con los impuestos sobre combustibles y la energía. Sin duda, un lapsus freudiano o más propiamente ‘gurteliano’. Lo cierto y verdad es que tales impuestos en caso de beneficiar a alguien benefician al Estado, y casi al 50% a las Comunidades Autónomas.
¿Pretende a la chita callando el tuneado PP acabar con esta fuente autonómica de ingresos que permite a las comunidades gobernadas por la derecha, pienso ‘malévolamente’ en Isabel Díaz Ayuso, llevar a cabo sus rebajas de fin de temporada? No es verosímil. Las rotondas no se hacen con agua bendita. El agua, bendita o agnóstica, escurre cuesta abajo.
Peor fue en la solemne entronización en Valencia, con la foto de Colón tragada a golpe de cisterna en el retrete, cuando, en el ambiente plebiscitario del sábado, el nuevo timonel conservador anunció que ponía rumbo a reeditar a escala nacional las grandes mayorías de su tierra con olor a botafumeiro de Compostela.
Hay frases, o goles en los estadios, que actúan como un resorte y hacen levantar a la gente del asiento, aunque sea un gol interruptus y el balón rebote en el palo.
“Somos el partido que redactó la Constitución (…) Hemos nacido con la Constitución…) Hemos nacido para redactarla, para cumplirla, para defenderla (…) Somos el partido más constitucionalista de España. ¡El más constitucionalista de España!” (remachó elevando el tono para que la emoción ‘embargante’ se convirtiera en sinfonía de palmas).
En las actas y en las hemerotecas figura, sin embargo, que ocho diputados de Alianza Popular, placenta del Partido Popular, votaron a favor, cinco lo hicieron en contra, y tres se abstuvieron. Los que de verdad la redactaron fueron los dos partidos del famoso Consenso, pilares de la Transición, UCD y PSOE, y en menor medida, mediante frecuentes consultas, el PCE.
Hay otro dato fundamental: AP era el bote salvavidas de los ‘Siete Magníficos’, mote con sabor a película de vaqueros, porque sus siete fundadores eran todos destacados popes franquistas, de los del cabezazo de pleitesía a Su Excelencia, inmortalizado en marcos de plata en las mesas camilla o cómodas del recibidor. Estos gerifaltes franquistas, algunos en fase de evolución acomodaticia y otros de criogenización en espera de la resurrección, fueron los dirigentes de Acción Democrática Española, Acción Regional, Democracia Social, Reforma Democrática (partido instrumental de Fraga Iribarne tras pasar por FET de las JONS y el Movimiento Nacional), Unión del Pueblo Español, Unión Nacional Española y Unión Social Popular. Un popurrí nacido al calor de la ’ley de asociaciones y el espíritu del 12 de febrero anunciado por Arias Navarro.
Poco antes en su parlamento con formas de estadista, Feijóo había pedido algo contradictorio, dedicado a VOX, para marcar distancias con los abascalianos: “dejemos ya de repartir carnés y de ser más españoles que nadie”, titulaba El Mundo. ¿Apropiarse del constitucionalismo no es acaso repartir carnés o franquicias, dicho sea sin segundas, de tales y cuales?
Solo queda la prueba del algodón, ya que la del 9 está atascada: la tan jurada como ninguneada Constitución del 78, tan expropiada en sueños y duermevelas, no prevé la prórroga oportunista del mandato del CGPJ. Y, en cascada hacia abajo o en géiser hacia arriba, de los nombramientos claves de la Justicia. Diga lo que diga Agamenón, y sobre todo su porquero, este boicot a un expreso mandato constitucional contamina y siembra una duda más que razonable sobre la imparcialidad de un órgano cuyo prestigio, base de su imprescindible credibilidad, como el de todos los órganos jurisdiccionales, radica precisamente en la ‘apariencia de neutralidad’, traducida con prístina exactitud en la famosa frase de que “la mujer del César no solo tiene que ser honesta sino parecerlo”.
Tampoco es un espíritu muy constitucionalista organizar una campaña de descrédito hacia España y sus instituciones en la UE para bloquear el plan de recuperación económica y social tras la pandemia, los llamados fondos Next Generation. Curiosa la tinta de calamar empleada: una organización habitual de los banquillos, a la que jueces y fiscales acusan de madraza de corrupciones, aventando meras sospechas de fraude ‘ad futurum’ con la indecente intención de retrasar, hasta un cambio de gobierno, la recuperación española. Muy patriota no es esta actitud empecinada. ‘Habla mal, que algo queda’. Claro que también queda mal el tramposo.
Ser redactores, aunque en grado e intención con efecto retroactivo, y ejemplares y abnegados servidores de la Constitución, que Dios o quien corresponda en derecho guarde, exige su cabal conocimiento y el cumplimiento de todos sus artículos. Del primero a las disposiciones adicionales, transitorias, derogatoria (esta es muy importante por lo que supone de liquidación del franquismo) y final…. pasando por el 128.1 de la CE78: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”, y poner palos en las ruedas no es muy concordante ni con la letra ni con el espíritu CE78.
Y como es de rabiosa (y nunca mejor dicho) actualidad la escalada de precios del gas y de la electricidad, el punto segundo de este mismo artículo precisa, y conviene aquí este ‘perverso’ inciso, lo siguiente, por si alguien o algunos se dan por aludidos ante supuestas aberraciones populistas, comunistas o saduceas: “Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolios y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general”. Y sanseacabó.
Haber conseguido para España y Portugal la ‘isla ibérica’, una excepción en el ámbito de los 27 UE para ‘topar’ el precio del gas desatado tramposamente entra en el espacio de la defensa táctica del interés general, que a la vista de los resultados que obtenga puede convertirse en una estrategia asumida por la entera Unión.
Como demuestran las crisis, el crac del 2007-2008, la pandemia de 2019 en adelante, la escalada de precios de combustibles desde antes de la guerra de Putin, y sobre todo una vez iniciada la invasión de Ucrania… los problemas independientemente de por dónde empiecen y a quién o quiénes golpee más duro la situación…terminan por afectar a todos en grado similar. La inflación no es solo un problema español, aunque en España sea algo superior a la de otros estados europeos.
Quizás convenga, propagandas y desinformaciones aparte, analizar la presión fiscal dentro de la UE. Con una mayor tasa conjunta que España, ciertos países pueden permitirse bajar impuestos y mantener el ‘estado social’ sin producir aluminosis en sus cimientos y techos. Por lo menos habría que discutirlo en las Cortes, pero utilizando las mismas estadísticas. Preferiblemente las ‘Eurostat’.
En fin, que ya veremos si esta queimada tiene conjuro solo apto para iniciados en esas artes milenarias, recicladas por Fraga para agasajar a Fidel Castro, o si hay un sincero vuelco hacía la derecha civilizada de raíces demócrata cristiana y liberal, sin neos adulteradores y sin componentes colorantes o acidulantes.
Algo está claro: con Feijóo el insultómetro no se ha movido, mientras que con Aznar y Casado, y en menor medida con Rajoy, se salía de sus casillas. Que haya al menos educación y formas democráticas, como ese ’bilingüismo cordial” (nacido del galleguismo de gaiteros de la Xunta fraguista), que son el zaguán de la tolerancia, sean novedades bienvenidas. Y ya veremos…