'El negro que tenía el arma blanca'

'El negro que tenía el arma blanca'

Relatos a la sombra: los cuentos de Abraham García.

'El negro que tenía el arma blanca'.Daniel Steffen via Getty Images

La mujer extrae del bolso un guante transparente; como quiere que la firma del chucho esté desperdigada por el césped, se inclina varias veces y con dificultad.

“Si tiraras al puto perro te agacharías menos”, malicia el hombre que la observa.

Resoplando, camina encorvada hasta la papelera, sin soltar ni la correa ni su aparatoso paraguas. Respira, se yergue y prende un cigarrillo.

El hombre, con gafas oscuras como su tez y la sombra que va vistiendo los árboles, abandona el banco, aborda a la señora y, llevándose dos dedos a los labios, le pide tabaco.

La mujer, aliviada por no llevar el móvil, pero visiblemente nerviosa, mira alrededor, le da el pitillo y rebusca en la penumbra del bolso la caja de cerillas.

Las encuentra, se le caen al suelo y, cuando inicia el ademán de recogerlas, el hombre forcejea para arrebatarle el bolso, que ella sujeta con fuerza.

El definitivo tirón y el paraguazo coinciden. Grita la mujer y se asusta la perra, que parece perseguida por la cobra de cuero que serpentea en la hierba.

No hay nadie en el parque, salvo una pareja que, a lo suyo, tarda en reaccionar.

Al yonqui, más que el chichón que, para su sorpresa, rezuma un hilillo de sangre, le duelen los contados euros (apenas para una dosis, maquina) que guarda en su bandolera, junto a la navaja.

El bolso de la mujer termina bajo un coche.

Mira la hora en el reloj que acaba de robar mientras calcula cuánto le darán por el “peluco” en el poblado, y desciende de tres en tres los peldaños del metro.

Sujeto a la barra, de pie en el vagón atestado, tiembla y siente un leve mareo, pero sabe que el “pico” le resucitará.

Se tranquiliza al comprobar que el que se aprieta contra su espalda es un hermano cuya piel se confunde con la tiniebla del túnel.

No echa en falta la bandolera hasta que, soñando con la “cunda”, desciende del vagón.

“Su puta madre. Ya, ni de los nuestros”, escupe.

-Veintitrés para Central. Aquí Veintitrés para Central. Hemos detenido al sospechoso del robo en el parque durante un control rutinario en la salida del Metro. Cambio.

-Central para Veintitrés. Recibido. Confirme descripción. Cambio.

-Hombre de color…

-Déjese de eufemismos, Veintitrés, y describa al detenido en condiciones. Cambio.

- Negro, muy negro. De unos treinta años. Porta una bolsa de bandolera, rosa palo…

-A ver, Veintitrés, palo el que se ha llevado el negro (“y el que te tenías que llevar tú por cursi, gilipollas”, piensa Central, “¿de dónde cojones sacan a esta tropa, joder?”). La bandolera es roja, afirma la denunciante. Cambio.

-Pues… roja. En su interior hemos encontrado una navaja automática, algo más de treinta euros, un reloj de señora y un paquete de tabaco. Disculpe, Central, en el reloj se aprecian manchas de sangre. Cambio.

-¿Sangre, dice? Joder, será carmín. Salvo que tuviera la regla la perrita.

-¿Cómo?

- Nada, olvídelo. Buen trabajo, Veintitrés. Corto.

MOSTRAR BIOGRAFíA

He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”