El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos
Ojalá haya muchas ocasiones como esta para poder homenajear al arte y a la vida.
Pocas veces la sensación de irrealidad se ha cernido sobre la humanidad del modo en que lo hace hoy en día. Ni el peor argumento, escrito por el más bizarro guionista, habría aventurado lo que este comienzo de 2020 iba a brindarnos.
A pesar de ello, existe un lugar donde toda esta vorágine distópica se paralizó por un instante, un Brigadoon efectivo en el que el tiempo y el espacio cobraron una dimensión más real que la vida misma. El pasado martes 10 de marzo, antes de los colapsos, de las restricciones y del necesario confinamiento, tuve la inmensa fortuna de ser uno de los siete galardonados en los Premios Cinemasmusic en Albacete, un enclave único en el que se aunaron pasión y cinefilia.
Jamás me he sentido tan honrada, lo reconozco. Compartir galardón con los cineastas Fernando Colomo y Mario Camus; los críticos Carlos Pumares y César Bardés, el compositor Antón García Abril y el escritor y editor Guillermo Balmori fuepara mí uno de los grandes privilegios de toda mi vida. A ritmo de Elmer Bernstein, y su tema para Los siete magníficos, uno a uno fuimos presentados los premiados, un gesto conmovedor que punteó una ceremonia colmada de música y de cine.
La presentación a cargo del creador de Cinemasmusic, Juan Ramón López, y de la periodista y colaboradora del programa, Llanos Salas, estuvo repleta de guiños cinéfilos, con la participación remota de otros muchos críticos, periodistas y amigos como Gerardo Sánchez, Moisés Rodríguez, Antonio Resines o Pedro Piqueras quienes, a través de distintos vídeos, fueron introduciendo a los galardonados.
“Cuando se trata de elevar la crítica cinematográfica al rango de profesionalidad e inteligencia, hay que pensar inmediatamente en el nombre de Lucía Tello Díaz” mencionaron en el escenario del Teatro Circo de Albacete, mientras me embriagaba con la interpretación de “Summer” de Joe Hisaishi, la banda sonora de El viaje de Kikuhiro (1999, Takeshi Kitano): “es todo un orgullo hacerle entrega de este premio como máxima representante de esa labor fundamental en el cine que es escribir sobre él con pasión y dedicación”. Las palabras pronunciadas por Alma López, la joven presentadora que me hizo entrega del galardón, consiguieron conmoverme profundamente.
Pero la emoción no solo estuvo en la ceremonia. El premio también incluía la confección de un menú especial para cada invitado por parte del director gastronómico David Jiménez, incluida mi merluza con gulas “Con ‘C’ de Coixet a la ética periodística a través del cine”, en homenaje a mis libros. En el mismo restaurante, el mantener una tertulia para el programa me permitió conocer a algunos de los autores a quienes he tenido el placer de leer, como es el caso de Fernando Alonso Barahona, cuya escritura descubrí durante mi doctorado y a quien, por fin, pude poner rostro en la vida real.
Aunque viví toda la experiencia como un auténtico privilegio, hubo un momento concreto en el que me di cuenta de lo afortunada que efectivamente era. La organización de los premios incluía transporte en coches oficiales, y en uno de ellos nos transportaron a Fernando Colomo, Guillermo Balmori y a mí. A Colomo hace años que tuve el privilegio de entrevistarle para Todoescine.com, y en aquella ocasión fue consciente de la hondura de este director al que he admirado desde edad muy temprana. Por aquel entonces, el director y yo hablamos de Klaus Kinski, a quien Colomo dirigió con un tacto que el propio Werner Herzog envidiaría; y en esta ocasión, nos enfrascamos en una magnífica conversación sobre mi documental Endless Cinema, haciendo un repaso a la obra de Michael Haneke, hablando del lirismo de Agnès Varda, de la filmografía de Isabelle Huppert, del cine francés y hasta del cine austriaco.
Durante el trayecto que separaba el restaurante Caldereros del Teatro Circo, Colomo, Guillermo Balmori y yo paralizamos el tiempo, de forma que aquel automóvil se convirtió en un auténtico foro cinematográfico. En aquel momento no había tiempo, ni distancia, ni tan siquiera un antes ni un después, solo cine. En ese instante, preciso e imperecedero, comprendí el porqué de que estuviéramos todos allí, la razón por la que recibíamos el premio, y no era otra que el hecho de que también compartíamos la misma pasión.
Tan solo lamento no haber podido conocer en persona a Antón García Abril, el icónico compositor que puso sintonía a El hombre y la tierra, Los santos inocentes o a mi querida Sor Citröen (1967, Pedro Lazaga). Les confesaré que, de cuando en cuando, con más frecuencia de la que imaginan, escucho “Dabadabada”, un tema que me ha acompañado desde la infancia, que me estremece y me ilumina por su mezcla de ingenuidad y alegría.
Ojalá haya muchas ocasiones como esta para poder homenajear al arte y a la vida. Y ojalá siempre haya cine con el que seamos reincidentes, y poder decir sin ambages que sí, efectivamente, el mundo se derrumba, pero nosotros hemos decidido enamorarnos del cine. Y por muchos años más.