El movimiento antimascarilla, la otra pandemia
Las concentraciones contra el uso de máscaras faciales se suceden alegando violaciones de derechos humanos y negando su utilidad sanitaria.
Un millar de personas, la gran mayoría sin mascarillas, marchando al son de un lema: “La covid-19 no la produce un virus, sino la nueva tecnología 5G”. Esta fue la estampa que se vio en la plaza de Colón de Madrid este domingo, en plena oleada de rebrotes, pero no ha sido la única.
Las concentraciones antimascarilla se suceden tanto dentro como fuera de España, enmarcadas en un movimiento que expresa, sin datos científicos en la mano, su disconformidad con la normativa. Los críticos entienden que las mascarillas son “mordazas” y “bozales” para amedrentar a la ciudadanía y que vulneran los derechos humanos.
“No seré enmascarado, testeado, rastreado ni envenenado”, podía leerse en uno de los carteles que abarrotaban Hyde Park, en Londres, hace apenas dos semanas. “Si el Gobierno quiere es proteger a la población y darle confianza, entonces deberían dejar atrás la estrategia de coerción. A la gente se le dice que no tiene más opción que usar una mascarilla”, se quejaba al canal Sky News Leah Butler-Smith, una de las organizadoras del evento.
En Berlín, cerca de 20.000 personas se manifestaron hace menos de diez días reclamando “libertad” y “resistencia” y denunciando que la existencia de una pandemia era la mayor de las teorías conspirativas.
“Ninguna utilidad sanitaria”
¿Pero, de dónde surge este movimiento? En Estados Unidos son ya muchos quienes identifican a sus integrantes con los antivacunas por su negacionismo y rechazo a las medidas impuestas, defendiendo que no responden a ninguna utilidad sanitaria.
Sin embargo, la posición científica señala que en las zonas con transmisión comunitaria, el uso de una mascarilla contribuye a evitar la propagación de la enfermedad, sobre todo en los lugares donde no es posible respetar una distancia física de entre un metro y medio y dos metros.
A pesar de ello, en España, asociaciones de defensa de los consumidores como ACUS, también se oponen: “El fundamento sucinto de la protección que se pretende es que la imposición del uso de mascarillas en personas sanas como los demandantes no tiene ninguna utilidad en materia de salud pública y supone un menoscabo de la dignidad y la salud humana, así como de la libertad de expresión. Todo ello carece de justificación jurídica y médica y excede de racionalidad y proporcionalidad”, asegura la organización su página web. Motivo por el cual quienes la conforman decidieron plantear un recurso contra la medida ante el Supremo.
“Yo no uso bozal”
A las reivindicaciones más comunes como “Yo no uso bozal”, se suman bulos de todo tipo que han sido científicamente desmentidos.
Entre ellos, algunos como que el uso prolongado de la mascarilla produce hipoxia porque obliga a inhalar el dióxido de carbono (CO2) previamente exhalado y ello provoca falta de oxígeno en sangre, mareos, malestar y mucho cansancio, o pérdida de reflejos e incluso la consciencia, así como descomposición de la glucosa.
“Es falso. Las mascarillas pueden generar sensación de ahogo, pero no hay evidencia alguna de que su uso produzca estos síntomas”, confirma el médico e investigador Jaime Barrio, del Consejo Científico del Colegio Oficial de Médicos de Madrid (Icomem).
Las mascarillas “no están cerradas al paso de aire”, ya que el material de la que están hechas permite que “entre el oxígeno y se elimine el dióxido de carbono”, precisa el experto.
Que sea un foco de infección es otra de las cuestiones más debatidas. “Cualquier tipo de mascarilla se puede comportar como vector de transmisión de patógenos, pero esto no es óbice para que sin duda la mascarilla sea un elemento importantísimo para frenar la transmisión del coronavirus y otros virus respiratorios que tendrán presencia importante en el próximo invierno como el virus de la gripe”, remarca el coordinador del área de Enfermería Respiratoria de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), David Díaz Pérez.
Además, ni en la SEIMC ni en la SEPAR tienen constancia de que se haya producido un aumento de casos de infección por neumococos u otras bacterias desde que se ha intensificado el uso de las mascarillas en los últimos meses.
Guerra abierta
Lo cierto es que la medida ha suscitado la polémica a todos los niveles, incluido en el terreno político, convirtiéndose prácticamente en un elemento ideológico que ha llegado a visibilizar —aún más— el escepticismo de ciertos líderes como Trump o Bolsonaro.
En Alemania, la líder del Partido Socialdemócrata, Saskia Esken, no dudó en calificar de “covidiotas” a quienes se manifestaron en Berlín contra el uso de mascarillas, mientras que el jefe del grupo conservador del Parlamento regional de Brandeburgo, Jan Redmann, lamentaba en Twitter la irreponsabilidad de oponerse a llevarla: “¿Otra vez estamos con 1.000 infecciones por día y en Berlín protestan contra las medidas para frenar el coronavirus? No podemos permitirnos esta estupidez”.
Frente a todas las opiniones, la Organización Mundial de la Salud se mantiene firme: “El uso de mascarillas forma parte de un conjunto integral de medidas de prevención y control que pueden limitar la propagación de determinadas enfermedades respiratorias causadas por virus, en particular la covid-19, y a su vez proteger a las personas sanas”.