El médico a palos
Cierto que hay malos médicos, lo mismo que hay malos pianistas, pero reto a cualquier profano a ponerse ante las teclas y conseguir una melodía decente.
Alguna repercusión ha tenido en los medios la agresión que recibió una facultativa de Guadarrama por parte de un paciente al que la doctora no pudo suministrar la receta que aquel demandaba, por culpa, al parecer, de un problema informático denunciado dos días antes y no resuelto en el momento del incidente.
Como telón de fondo, la reapertura apresurada de las urgencias extra-hospitalarias, las añoradas Casas de Socorro que, cuando yo era joven, atendían los males propios de la madrugada, desde un ojo a la funerala (siempre un accidente, porque, si se reconocía la pelea, el médico debía llamar a la Policía para el correspondiente e interminable atestado), a la botella de más o el cólico miserere sobrevenido. Tanto como los serenos, los viandantes en pijama, gabardina y rictus de dolor formaban parte del paisanaje nocturno.
La médica agredida culpa a los responsables políticos que tildaron de vagos y desleales a quienes no ocuparon su plaza tras ser avisados, de madrugada y con pocas horas de antelación, de sus nuevos destinos. El enfermo ha tenido muy poco de paciente en esta ocasión y ha hecho caso de tales calificaciones, prefiriendo reiniciar el sistema informático a puro guantazo. Doy por sentado que el primer día del restaurado servicio abundaron los nervios y las quejas, pero el garbanzo de una agresión no hace cocido si pensamos en cuántos ciudadanos fueron atendidos e incluso aliviados.
Que existe un problema con la exigua cantidad de personal dedicado a los primeros cuidados y diagnósticos, imprescindibles para la buena marcha de la ciudadanía, es algo que ni el más acérrimo correligionario de los mandos actuales puede negar, pero no estaría de más que alguien se dedicara a buscar soluciones en vez de chivos expiatorios. Y, si no es mucho pedir, que tenga en cuenta que los problemas complejos rara vez tienen soluciones sencillas.
Lo que no va a funcionar, ya lo adelanto, es la amenaza y el gancho de izquierda. No me cabe en la cabeza que gente que ni siquiera sabe para qué sirve el bazo (buena parte de nosotros) se crea con derecho y motivos para despreciar, insultar y atacar a quien pasó seis años estudiando una de las disciplinas más duras que conocemos, se sometió a un examen en el que solo uno de cada tres convocados consigue su objetivo, y estuvo durante tres años soportando la tortura de la Residencia, donde un solo error puede dar al traste con la carrera soñada.
Cierto que hay malos médicos, lo mismo que hay malos pianistas, pero reto a cualquier profano a ponerse ante las teclas y conseguir una melodía decente.
Mejor no pensar en repetir la apuesta con un bisturí o un simple fonendoscopio.
Los médicos no solo se han convertido por vocación en los guardianes de nuestra vida, sino en los encargados de que esta cumpla los mínimos requisitos de bienestar y capacidad que nos faciliten vivirla larga y dignamente. Antes de acusar a cualquiera de ellos de vago o de desleal, convendría que nos mordiésemos la lengua durante un buen rato. Y si sangramos, no hay problema, ahí estarán para aplicar la correspondiente sutura.
Reconozcamos que no somos buenos pacientes; ni siquiera nos comportamos con corrección cuando estamos sanos. De todos los hábitos que nos aconsejan dejar para combatir la hipertensión, tan solo nos olvidamos del gimnasio; whisky, café, cigarrito y torrezno no tienen ninguna culpa. Y si vamos a vivir cuatro días, mejor disfrutarlos.
Hay muchos para los que el gasto sanitario resulta excesivo, habida cuenta de lo poco que usan ellos los servicios ofrecidos. Pero, ay, todas las conjeturas sobre porcentajes de inversión, reasignación de recursos y ajustes presupuestarios van a la lista de espera cuando les duele el costado justo en la forma en que dijo la tía Martina que le dolía, tres días antes de morir. Entonces exigen la irreal sanidad de las películas americanas, en las que los análisis se hacen solos y al instante, y siempre hay quirófanos libres.
Racionalizar la sanidad pasa, necesaria y urgentemente, por racionalizar a los usuarios de la misma. Si hacemos lo posible, sensato y efectivo, por mantenernos en buen estado y, sobre todo, respetamos y valoramos el trabajo de los chicos del pijama (ya sean médicos, técnicos, celadores o limpiadores), quizás dejemos margen para que los problemas logísticos vayan aliviándose poco a poco.
A no ser que prefiramos, como en la comedia de Molière, que un borrachín aleccionado a garrotazos nos diagnostique con latines sin sentido y conocimientos de anatomía que no pasan de la pezuña del burro.
Porque eso parece que es lo que algunos andan buscando.