El 'Matrix' independentista
Hace unos días publique un texto en este medio sobre mi experiencia personal en Cataluña. Despertó comentarios de todo tipo, buenos y malos. No esperaba que gustara a todos, ni el acuerdo generalizado; el debate es bienvenido, pues parte del problema que tenemos ahora sobre la mesa deriva de haber ignorado el discurso independentista, en lugar de proponer otro tipo de enfoques, antes de que se convirtiera de repente en casi 'el único' tema político.
Sin embargo, desde hace tiempo observo que todo el que expone una realidad diferente a la del independentismo, obtiene tres tipos de respuestas 'indepe' estándar, a saber: uno, lo que se cuenta es mentira -aunque lo expuesto sea fácilmente comprobable-, dos, el que lo cuenta es siempre una persona de extrema derecha o, tres, que piensa eso porque no ha entendido nada de la realidad catalana.
Hay cosas que no alcanzo a comprender. Tengo la sensación de que vivimos en dos mundos paralelos en un mismo espacio, pero que no se comunican entre sí y donde no opera la misma lógica. Alguien lo calificó muy acertadamente de parecer 'un Matrix' impermeable a lo que pase fuera. En esta particular realidad alternativa, las personas como yo, que no somos independentistas, ni fascistas, ni de derechas, y vivimos en Cataluña, no existimos.
Allí, España y su Estado son la misma cosa que el Partido Popular. Hablan como si este partido hubiera gobernado de continuo desde el fin de la dictadura hasta hoy y como si todos los españoles fueran del PP directa o indirectamente, pues todos los partidos no independentistas son considerados iguales al PP.
Si criticas el independentismo te preguntarán que si acaso prefieres que te roben los del Partido Popular. En mi lado de la realidad, yo desconocía que la política y las elecciones se limitaran a decidir entre la independencia de Cataluña y la corrupción. También ignoraba que para hacer oposición a un partido político no hubiera otra opción que cambiarse de país.
La realidad independentista se mueve a golpe de lema, cada cual más genérico y grandilocuente que el anterior. Se ha pasado en muy poco tiempo de defender un sistema de financiación más favorable para Cataluña, que aunque discutible, intentaba, al menos, apoyarse en algunos números, a defender 'la libertad' y 'la democracia'.
Algunos creen obcecadamente que viven en una dictadura y que están oprimidos porque sus escuetas mayorías y el hecho de pertenecer a un Estado con reglas de juego no les permiten hacer todo lo que ellos quisieran. Curiosamente, nadie no independentista -ni el resto de España ni la comunidad internacional- considera a España una dictadura opresora.
Por esta inflación de grandes valores con que se apuntala el independentismo, hemos llegado a delirios de grandeza en los se compara con la lucha de Gandhi por la descolonización, la lucha racial en Estados Unidos en el siglo XX o con la lucha por la emancipación de las mujeres. En su realidad, ellos juegan en la misma liga que las grandes luchas de la humanidad.
Se habla continuamente de libertad, pero sin especificar nunca a qué tipo de libertad se refieren, ni cómo quieren garantizarla porque, por ejemplo, cuando alguien revindica la libertad de elegir entre educación 100% en catalán o bilingüe parece que esa no está incluida. Así que la defensa del uso del catalán como lengua exclusiva en el ámbito de la administración y la educación en Cataluña se hace en nombre de la libertad.
La realidad independentista conlleva también una curiosa lógica histórica en la que tienen gran relevancia los acontecimientos sucedidos, por ejemplo, en 1714 o en 1934, como algo directamente ligado con la actualidad. Sin embargo, la Constitución del 1978 se considera obsoleta y superada por ser demasiado antigua.
Se seleccionan unas supuestas ofensas históricas de España contra Cataluña (lo positivo que haya podido pasar durante todos los años de historia común se borra del discurso) y se exige una reparación por ellas, al tiempo que se usa para ensalzar la nobleza, inteligencia y resistencia del 'pueblo catalán`.
En mi lado de la realidad, yo no me considero heredera, a título individual, de lo que hicieran los españoles de varias generaciones atrás, pues cada persona, aunque nazca en un determinado contexto histórico, empieza su vida con el contador a cero, y no retomándola donde otros la dejaron, ni puede sufrir en sus carnes la opresión que otros aguantaron antes para que nosotros fuéramos libres hoy.
Por eso no comulgo con los argumentos historicistas que se usan constantemente. Cuando oigo a los historiadores del 'Institut de la Nova Història' me quedo estupefacta: primero, por el espectacular falseamiento de la realidad histórica y, en segundo lugar, porque si diéramos por cierto, como algunos afirman, que Santa Teresa de Jesús fue catalana y no de Ávila o que el Quijote se escribiera originalmente en catalán, ¿de qué modo debería eso cambiar algo de la vida de los que viven en Cataluña hoy en día? ¿Se considerarían mejores porque sentirían que Santa Teresa o el Quijote forman parte de su identidad? ¿Y ahora, no es así?
Por último, parece que ya nada importe más que la independencia, sin que cuente ni el modo en que se consiga, ni quién la abandera, lo que se pierda por el camino o el resultado final. En este mundo, cambiar de opinión en base a nuevas informaciones o buscar matices se considera traición.
El Matrix independentista es inasequible al desaliento. El argumentario se adapta a las circunstancias, reprogramándose rápidamente para plegarse a los acontecimientos: si Europa da la espalda al independentismo, pues se la incluye rápidamente en la lista de engañados por el estado Estado español y se pasa, sin solución de continuidad, de ser europeísta ('Catalunya un Nou Estat de Europa') a decir que Europa no respeta los derechos humanos y que no sirve para nada.
Si votan a un líder que encabezaba una lista en lo que ellos mismos calificaron en las elecciones plebiscitarias como 'El voto de tu vida' y a los pocos meses lo cambian por otro que iba tercero en la lista por Girona, pues se adhieren sin problemas y le llaman sin matices el 'President legítimo democráticamente elegido'.
Si afloran los casos de desvío de fondos públicos para financiar planes 'secretos', sistemas informáticos y demás infraestructura para la secesión a espaldas de los ciudadanos, pues no pasa nada, porque 'era necesario'. Si salen a la luz las corruptelas de la antigua Convergencia o resulta que en Cataluña hay 300 cargos electos envueltos en juicios por corrupción, pues lo ignoramos y seguimos diciendo que la corrupción es un problema exclusivamente español.
Si se produce un cambio masivo de sedes sociales de empresas, lo achacamos a un contratiempo temporal o a un chantaje del gobierno de España. Si detienen a sus líderes después de haberse saltado las múltiples advertencias de los tribunales sobre la ilegalidad de sus acciones al declarar la independencia en base a una representación democrática que no ostentan (ningún país serio consideraría que un 48% de los votos es suficiente para refundar todo por completo), pues rápidamente los convertimos en mártires y en presos políticos, en lugar de cuestionarse que igual no era esa la manera.
Y todo ello regado con enormes dosis de banderas y símbolos (primero la estalada, luego los carteles de la cara con la boca tapada pidiendo democracia y ahora el lazo amarillo), manifestaciones de todo tipo (con banderas, con velas, frente a los ayuntamientos, en el centro Barcelona, frente al Parlament...), caceroladas (ya he perdido la cuenta de las que llevamos desde septiembre), matraca constante en TV3 y, ahora, como novedad, cortes de carreteras y transportes bajo la excusa de una huelga fantasma.
Pero, sin embargo, después de todo este alarde para dejar clara su opinión por todos los métodos posibles, mientras el resto aguantamos con paciencia (al final uno se vuelve inmune al sonido de las cacerolas) y esperamos que algún día podamos debatir sobre otros temas, aun oímos constantemente que están oprimidos y faltos de libertad. Supongo que es lo que tiene vivir en el Matrix independentista y creerse a pies juntillas que uno está participando en una de las grandes luchas de la humanidad. Yo, ciertamente, no entiendo esa "otra" realidad catalana.