El matrimonio, la añeja idea institucionalizada que no funciona
En la mente de algunas personas la idea de llegar “al altar” o firmar un acta de matrimonio es una meta a alcanzar en sus vidas.
Sin importar la edad que tengan, las niñas pueden fantasear con lucir un largo y cargado vestido blanco y creer que el unirse en “sagrado matrimonio” las completará como mujeres y seres humanos. Sin embargo, a través de los años la crisis de las instituciones religiosas, así como independencia y autonomía que han logrado las mujeres a través de la lucha feminista, ha hecho no sólo que no requieran casarse para poder realizarse en su vida, si no que el matrimonio parece estar perdiendo seguidores.
Cada vez más las parejas inventan nuevos rituales para unirse en un evento social que llaman “boda”. Por ejemplo, mezclar elementos de ceremonias indígenas con ritos budistas. Todo por creer que el compromiso que hacen con una persona debe resonar en el más allá. Lo que olvidan es que ese compromiso en realidad se hace con uno mismo y con la persona que se decide estar.
Hace poco conocí a una pareja que se casó en un playa en Tailandia en la que no había invitados más que ellos dos y el fotógrafo. Él es mexicano, ella es de Amsterdam y viven en Tel aviv. Terminando la ceremonia, le hablaron a sus padres; los de él reaccionaron mal recriminándole que no los había invitado a un evento tan relevante en su vida. Él estaba desconcertado. “¿Por qué no pueden compartir mi felicidad?”, me preguntaba con decepción.
El lazo matrimonial es reconocido a nivel social, si sólo te ‘casas’ frente a tu pareja sin nadie más de testigo, hay una idea generalizada que eso no cuenta porque no hay gente como viendo esta unión. Y es que la “boda” es un evento social en el que muestras a cientos de invitados algo tan íntimo como el amor que profesas por una persona. Se convierte en un show para comprometerte con todos, cuando en realidad el compromiso es con tu pareja y contigo mismo.
Cuando mi novio y yo vimos las fotos de la pareja que se casó en Tailandia, pensamos en lo mismo: eso es lo queremos. Comprometernos el uno con el otro, sin vestido ampón ni protocolos frígidos que terminarán en tensión, olvidando lo más relevante: el amor.
A través de la historia, la idea de matrimonio (y de divorcio) ha cambiado, cada vez los matrimonios duran menos. Muchas razones los llevan a firmar el acta de matrimonio excepto las correctas.
La primera unión institucionalizada de la historia que se documentó sucedió en Mesopotamia en el 4.000 a.C. En ésta se estipulaba los derechos que tenía la esposa y el dinero que obtendría en caso de infidelidad. La institucionalización del matrimonio surge por cuestiones ajenas al amor, ya sea para perpetrar un apellido o como una unión económica.
Se convierte, entonces, en la tradición según la cual el matrimonio tiene que ser aprobado por el Estado o santificado por la Iglesia.
La autora del libro Historia del matrimonio, Stephanie Coontz, documenta cómo el matrimonio responde a una especie de control social de la pareja con el objetivo de desarrollar un contexto que ayude a la crianza de los hijos o hijas, y con esto a conservar la familia y estructuras sociales.
Así, las sociedades continuaron replicando la idea del matrimonio como objetivo de vida sin cuestionarse lo que es, o lo que realmente significa esta unión.
En el monumental centro de la Ciudad de México, rodeados de turistas y vendedores ambulantes, con una bandera ondeando salvajemente en el aire, mi pareja y yo decidimos hacer un compromiso.
Él sostuvo un argolla de plata en su mano que tenía impreso mi nombre en el interior, y me dijo: “Prometo sortear los obstáculos que se nos presenten de la mejor manera para permanecer juntos”.
Después fue mi turno. Tomé la otra argolla que habíamos mandado a marcar, y le dije: “En los momentos difíciles prometo elegirte a ti, y elegir el amor”. Nos abrazamos y sonreímos sabiendo que no necesitábamos más. Ni cientos de invitados, ni una ceremonia, ni un evento social, ni tocados elegantes. Porque en esencia unirte con una persona solo requiere ganas y compromiso. Eso que la gente ha terminado por olvidar maquillándolo en bodas vacías.