El lenguaje de los dedos
Muchos de los gestos que hacemos con los dedos de la mano son herencia de los romanos.
En uno de los diálogos de la película La vida de Brian, después de criticar a los romanos, alguien se pregunta qué nos han legado. Se hace un silencio y uno de los allí presentes empieza a enumerar: acueductos, alcantarillado, carreteras, irrigación, sanidad, enseñanza, vino, baños públicos y orden público. A todo eso habría que añadir el lenguaje de los dedos.
Y es que los dedos de la mano son una herramienta con la que podemos transmitir multitud de mensajes. Por ejemplo, cuando alguien desea imponer silencio en un grupo de personas basta con que se lleve el dedo índice sobre los labios para conseguirlo, un gesto conocido como harpocrático.
El nombre es griego y hace alusión a Harpócrates, un dios que, a su vez, procedía del panteón egipcio y que era muy idolatrado en Alejandría. Los helenos lo adoptaron como el dios del silencio, al tiempo que lo utilizaban para simbolizar el sol del amanecer o del invierno, así como la renovación constante.
Disponemos de multitud de pequeñas estatuillas en las que aparece Harpócrates con el dedo índice sobre los labios, solicitando la contención de las palabras, mandaba callar para que nuestro corazón pudiera hablar.
Los romanos adoptaron este gesto y gracias a ellos ha llegado hasta nuestros días. ¿Quién no recuerda aquellos carteles que había en las paredes de los hospitales y ambulatorios con la admonición de permanecer en silencio como señal de respeto por el resto de los enfermos?
Desde obscenidades hasta mala suerte
Los romanos utilizaron el digitus impudicus o digitus infamis, esto es, el dedo corazón estirado y manteniendo el resto de los dedos apretados, para lo mismo que lo hacemos hoy en día, esto es, para transmitir un insulto obsceno.
Pero los romanos fueron más allá, también lo empleaban buscando un efecto apotropaico, para desviar el mal de ojo, el mismo que se pretendía en el mundo romano cuando se levantaban simultáneamente los dedos meñique e índice y se mantenía el puño cerrado —simulando unos cuernos—.
Nosotros hemos adoptado ese significado, el apotropaico, con otra variante, al entrelazar los dedos corazón e índice. Ese gesto también lo utilizaban los romanos, pero en su caso tenía un componente maléfico. Había una leyenda que afirmaba que lo hizo la diosa Lucina (la de los partos) al tiempo que cruzaba las piernas, para impedir el nacimiento de Hércules. Y es que ambos gestos eran considerados de mal augurio en aquella época, especialmente si se llevaban a cabo delante de embarazadas o de enfermos.
También hemos heredado de ellos el llamado ciconia pinsit, la posición de los dedos imitando el pico de una cigüeña, se consigue al oponer el pulgar al resto de los dedos y al abrir y cerrando la mano de forma rápida y continua. Con este gesto queremos señalar que alguien habla demasiado.
Un error de bulto
Los romanos tenían por costumbre tocarse a sí mismos el lóbulo de la oreja cuando querían recordar algo que tenían olvidado. Plinio, en su Historia natural, escribe el origen de esta costumbre: “En el lóbulo de la oreja tiene su sede la memoria”. Muy probablemente, de aquí arranque la costumbre que hay en muchos lugares de tirar de las orejas cuando se felicita a alguien por su cumpleaños, una forma de “recordarle” cuál es su edad.
Pollice verso o verso pollice es una expresión latina que significa “con el pulgar al revés” y que se empleaba en los combates entre gladiadores. Sin embargo, no es con el sentido que estamos acostumbrados a verlo en las películas de romanos —peplum—. Los historiadores defienden que el pulgar hacia abajo no significaría la muerte del gladiador, sino todo lo contrario, y que aquella se indicaría con el pulgar hacia arriba o en horizontal.
Muy probablemente este error se originó con el nacimiento de las primeras comunidades cristianas, el pulgar hacia arriba señalaría el cielo, la salvación, mientras que hacia abajo indicaba el camino hacia el infierno.