El legado del PT en Brasil: menos pobreza, menos desigualdad, más educación
Con la victoria de Bolsonaro, se cierran las puertas del Gobierno para el partido de Lula y Dilma, el que más conquistas sociales ha legado al país.
Brasil afronta este fin de semana un cambio de era. Si las encuestas no fallan, el halcónJair Bolsonaro se convertirá en el nuevo presidente, tomando el relevo de Michel Temer, quien con sus intrigas logró la destitución de Dilma Rousseff y acabó así, precipitadamente, con el reinado del Partido de los Trabajadores (PT).
Fue en 2003 cuando llegó al Palacio presidencial del Altiplano el primer petista, Luiz Inacio Lula da Silva, el presidente más querido por los ciudadanos en la historia reciente del país. Abrió un periodo de 13 años de gestión que dejaron un legado progresista desconocido en un país de América Latina. Sin embargo, los escándalos de corrupción, la recesión y el miedo azuzado por la ultraderecha han hecho que el PT pierda fuerza. Lula está en la cárcel, no lo han dejado ser candidato, y su segundo, Fernando Haddad, sencillamente no es él.
Cuando toca dejar los despachos al menos durante los cuatro próximos años, conviene recordar lo logrado por el TP, lo que está aún en juego, lo que debe mantenerse.
Lucha contra la pobreza
Brasil, con el PT, se convirtió en un referente mundial de lucha contra la pobreza, el analfabetismo y el hambre, reconocido en los informes de la ONU y con numerosas distinciones internacionales.
El Índice de Desarrollo Humano que calcula Naciones Unidas era de 0,649 a principios de los años 2000, y hoy está en el 0,755 (es una nota entre cero y uno), una mejora de una décima que se traduce en más esperanza de vida al nacer, más expectativa de años de estudio y una mayor renta per cápita. El crecimiento es estable desde los años de gobernanza de Lula y Dilma.
Los aplausos más entusiastas los ha cosechado Brasil por su programa Bolsa Familia, que proporciona ayuda financiera a hogares pobres del país; a cambio, esas familias deben asegurarse de que los niños asistan a clase y cumplan con los calendarios de vacunación. En 2003, año de su establecimiento, el programa beneficiaba a 16,5 millones de personas, con una inversión de 3.000 millones de reales (unos 858 millones de euros de entonces, el 0,17% del PIB del país). Diez años después, se beneficiaban de Bolsa Familia cerca de 55 millones de personas, el 27% de la población, gastando 24.450 millones de reales (unos 10.700 millones de euros, el 0,51% del PIB).
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Los índices de pobreza cayeron a la mitad con la emergencia de una nueva clase media, que se consolidó tanto en 13 años que, aún hoy, con los problemas económicos patrios, no está realmente en peligro de desaparecer, aunque se ha resentido. Son datos del Banco Mundial: hay un 43% de clase media consolidada y un 38% vulnerable, una estadística que mejora la de toda la región. Los cambios del PT han terminado por ser estructurales, no coyunturales.
Para lograr eso fue esencial la creación de empleo, cerca de 10 millones entre las cuatro legislaturas del PT, con los que se logró el mayor poder adquisitivo en Brasil desde 1979, con un nivel de desempleo más bajo que Estados Unidos o Alemania. Se pasó de tener 66,5 millones de personas de clase media en 2003 a 116,7 millones en 2015.
Otro indicador que también tuvo una mejora fue el de la desigualdad. El Coeficiente de Gini, el que se usa para medir este parámetro, pasó de 54,2 a 45,9 (sobre 100), según un informe emitido por la ONU en 2014. Destacaba sobre todo el efecto del aumento real del salario mínimo -del 80% entre 2003 y 2010- y de los esfuerzos para la formalización del mercado de trabajo brasileño, además de los programas de transferencia de renta, como el ya citado Bolsa Familia.
Ya vivió Brasil otros años de bonanza, en los 60 y 70, pero entonces los beneficios se quedaron sólo en los bolsillos de los más pudientes.
A las aulas
También fue brillante el aumento de la escolaridad en el país. Se creó el Fundo de Manutenção e Desenvolvimento da Educação Básica (FUNDEB), que logró que se destinara el 10% de la contribución total de los estados y municipios a promover la educación. Lula se encontró un presupuesto de 20.000 millones de reales para esta materia y lo acabó dejando en 100.000 cuando se marchó, cifra que se mantuvo, con pequeñas alzas, hasta 2016, cuando se fue su sucesora.
Con Haddad -el hoy candidato del PT a la presidencia- como titular de Educación, a caballo entre los dos presidentes, se crearon 14 nuevas universidades, con 126 facultades; se estableció un sistema de becas especiales para los estudiantes más humildes; se fijaron cuotas que, por primera vez, permitieron que los negros, los indígenas y los pobres accedieran como nunca antes a los campus; y se repartieron 700 millones de libros gratis en todo el país. Hay ya 55,8 graduados universitarios por cada 10.000 habitantes, por encima de Argentina. Los matriculados rozan al año los ocho millones, con subidas de entre el 2 y el 4% en los mejores años del PT.
En 2000, primer año en que Brasil formó parte del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos (PISA), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), quedó en último lugar entre las 32 naciones analizadas. Ya en 2013, con datos de 65 países, Brasil ocupó la posición 55 en la clasificación de lectura, 58 en la de matemáticas y 59 en la de las ciencias. En la última entrega, sobre 70 naciones, está en el puesto 59 en comprensión lectora, el 65 en matemáticas y el 63 en ciencias. Queda, pues, por consolidar un modelo más exitoso, tras la primera conquista de llevar a los brasileños a las aulas.
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En cabeza de las economías mundiales
Brasil es un mastodonte, el quinto país más grande del mundo, con más de 209 millones de habitantes. Es parte del grupo de los BRICS, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica, las naciones con las economías emergentes más grandes del mundo. Todo ello ya le da, de por sí, un poderío notable en cuestiones de comercio, producción o consumo.
Sobre esa buena base trabajó el PT. En 2002, y según datos del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), Brasil ocupaba la posición número 13 en el ránking global de economías (contando su PIB en dólares), y justo en la mitad de los gobiernos petistas, en 2011, llegó a ser la sexta, por delante incluso de Gran Bretaña. Dilma la dejó la octava y hoy es la novena.
En los últimos 13 años, la media de expansión del Producto Interior Bruto nacional fue del 2,9%, frente al 2,5% de la media del crecimiento del gobierno del gobierno previo a Lula, el de Fernando Henrique Cardoso.
En el segundo mandato de Rousseff ya comenzaron a torcerse las cosas, por culpa de la recesión. Las causas de esa crisis fueron el modelo económico agotado, que se basó sobre todo en el consumo de las familias, con el Gobierno tratando de mantener las inversiones y el consumo a niveles altos y generando una alta inflación; la crisis política causada por ese hundimiento; la falta de confianza consiguiente de los mercados y los primeros grandes casos de corrupción que salieron a la luz.
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La corrupción
Ahora la tortilla se ha dado la vuelta y el propio Lula está encarcelado por corrupción, aunque denuncia una persecución política, un proceso en el que las pruebas en firme no han existido y donde contaba más la pelea partidista. Si él se hubiera presentado a las elecciones, habría ganado por goleada, decían los sondeos, pero es una cuestión personalista, no de partido. El PT y toda la política brasileña sufre el lastre de la corrupción y la falta de confianza que genera. Pero hubo un tiempo, con los petistas, en que precisamente los ciudadanos recuperaron la confianza en su clase política.
Según destaca la BBC, en 2002, Brasil ocupaba la posición número 45 de listado de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional (TI), que pasaba revista a 102 países. En 2015, Brasil llegó al puesto 76 puesto entre 168 países, un cierto "estancamiento". Ese fue el año de los primeros escándalos conocidos. Antes, Brasil recortó más de 15 puntos al año en esa escala.
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