'El lazarillo de Tormes' o los clásicos son para el verano
A todos los festivales de teatro clásico del Siglo de Oro que hay por toda la geografía española hay que añadir la Fiesta Corral Cervantes en Madrid, colocado en la popular y libresca Cuesta Moyano y que tiene como lema "la gola mola". Una operación con la que se pretende recuperar una zona que estaba de capa caída montando un corral de comedias prefabricado. Y resultó, acompañado de unos bares para picar y beber algo antes de entrar al teatro o para tomarse un copazo después y, a la vez, comprar algún libro de segunda mano o alguna artesanía si se pilla las tiendas abiertas. Uno tiende a pensar que pasa aquí como en el cine con las palomitas, que lo de menos es el arte porque lo que da (más dinero) es dar de comer y beber al hambriento y al sediento turista o local que se acerquen por la zona.
Es en este paradisiaco entorno teatral en el que el miércoles pasado se estrenó uno de los textos clásicos mas conocidos -al menos lo era en tiempos de la EGB- La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Novela anónima y clásica de la picaresca española. Vida hilarante de un pobre niño que se queda huérfano, por lo que irá pasando de amo en amo, a cual mejor, en busca del que le quite la sempiterna hambruna, o eso parecía, de aquella época.
Montaje desnudo en cuanto a elementos escénicos, basado en el poder de la palabra hecha cuerpo, acción por un actor y en la música. La palabra de un buen actor como es Antonio Campos, quién interpreta el Lazarillo. Un actor versátil capaz hacer todos los personajes que la obra necesita. Y no solo eso; también cantarlos por tangos y peteneras y, si fuera necesario, por bulerías.
Trailer de "El lazarillo de Tormes" de Albacity Corporation
Aunque la verdadera estrella de esta propuesta es José Luis Montón. El guitarrista, compositor y productor que pone música aflamencada en directo al espectáculo. Receptor de los aplausos espontáneos y extemporáneos que se producen entre el público.
Por todo lo anterior, extraña que la obra no acabe de funcionar (al menos para el que esto escribe). Tiene texto (cómico), actor y música en directo bien interpretada y sucede en un entorno singular. Tal vez sea un problema de dirección. De las decisiones tomadas que hacen que esta sea una historia contada, ilustrada (incluso musicalmente), que disfrutarán, mucho, los que se acercan a la superficie de los textos y no les importe su actualidad, su contemporaneidad. Sino que con su justificación histórica y académica y la promesa de un buen rato les es más que suficiente para sentarse a disfrutar.
Todo esto en un contexto en el que Antonio Campos, el actor que hace todos los personajes de la obra, mete morcillas teatrales, sin abusar, como anzuelos, para apelar a esa contemporaneidad que hay sentada en las butacas y que en su gran mayoría va vestida de relax, ligeros de ropa y con chancletas. A los que parece quedarles lejos ese mundo pícaro del Siglo de Oro, hijo de la pobreza y el hambre. Sin embargo, siguen muy atentos a lo que sucede en escena, celebran con aplausos y bravos al final de la función, y se les ve salir contentos. ¿Para qué más?