El inaceptable coste del cáncer para las mujeres africanas
La desigualdad en el acceso a la atención sanitaria entre Occidente y África subsahariana es enorme y aún más palpable cuando se trata de atención oncológica.
“Yo era agricultora”, me contaba Malita con total serenidad. “Desde el momento en que enfermé, me fue imposible seguir yendo a trabajar al campo. Me dijeron que tenía que hacerme una biopsia, pero costaba 25.000 kwacha [unos 30 euros] y yo no tenía ese dinero. Algún tiempo después, mi hermano, que tenía un poco de ganado, vendió un cerdo para ayudarme a pagarla. Mi esposo tuvo que realizar algunos trabajos en el campo y también me ayudó”.
Estas son las circunstancias en que Malita Kulawale, una joven madre de seis niños, se enteró de que tenía cáncer de cuello uterino. Su experiencia puede parecer un caso excepcionalmente desafortunado a oídos de cualquier persona europea, pero, lamentablemente es muy común en Malawi, al igual que en tantos otros países africanos. De hecho, quién sabe cómo habrían sido las cosas para ella, quién sabe si ni siquiera estaría en esa cama de nuestro hospital de Blantyre hablando conmigo, si le hubieran hecho esa biopsia cuando realmente tenían que habérsela hecho.
Como bien es sabido, la desigualdad en el acceso a la atención sanitaria entre Occidente y África subsahariana es enorme; principalmente en lo que respecta a algunos de los países más pobres del planeta. Y esto es aún más palpable cuando se trata de atención oncológica.
El cáncer de mama y el de cuello uterino son los tipos de cáncer que más afectan a las mujeres africanas. Y hay un dato que hace referencia a una de estas dos enfermedades que resulta tremendamente esclarecedor: mientras que la tasa de supervivencia a cinco años para mujeres con cáncer de mama en países de ingresos altos es superior al 85%, en África no supera el 15%.
En algunos países africanos cuentan con médicos debidamente formados, instalaciones bien equipadas y suministros de medicamentos para quimioterapia, pero aun así siempre nos encontramos con una serie de problemas recurrentes, sobre todo en lo que respecta al cribado y a la detección temprana, los pilares de la lucha contra el cáncer en los países occidentales.
En general, lo que vemos en nuestros proyectos en países como Malawi es que los tumores se diagnostican demasiado tarde y que más del 80% de las mujeres llegan hasta nosotros en un estado muy avanzado de la enfermedad. Malita es solo una de tantas.
Otro problema que mencionaba Malita también es común para la mayoría de nuestras pacientes: el coste del tratamiento, que muchas familias simplemente no pueden pagar, incluso cuando se realiza en hospitales públicos. Y es que en muchos países, los medicamentos paliativos no están disponibles o bien hay que pagarlos. En Malawi, por ejemplo, no están subvencionados a través de la Seguridad Social como sí lo están en España o en Francia.
Además de estas barreras, la falta de información y de concienciación acerca de la enfermedad actúa como un factor disuasorio que se traduce en que las pacientes tengan muchas reticencias para ponerse en tratamiento. “A menudo, las mujeres que padecen esta enfermedad deben enfrentarse, además, al gran estigma asociado con el cáncer, lo que hace que las mujeres y sus familias oculten el problema. Ese es otro motivo por el que muchas mujeres vienen al hospital demasiado tarde”, me contaba hace unos días Petra Becker, la responsable de uno de nuestros proyectos oncológicos en Malí.
Cuando estuve en Malawi también fui a visitar a Elida Howe, una superviviente de cáncer de cuello uterino de una zona rural cercana a Blantyre. Feliz por haber superado la enfermedad, me explicó cuáles fueron las diferentes reacciones que tuvieron los integrantes de su familia los días posteriores a recibir su diagnóstico. Mientras que su esposo e hijos la ayudaron, algo que le sirvió para hablar abiertamente con ellos, su madre le dio completamente la espalda, como si sintiera vergüenza de ella y culpabilizándola.
“Me sentí discriminada por mi madre. Para ella, lo que yo tenía era contagioso y no quería ni siquiera beber del mismo vaso que yo. En el hospital, me decía que yo le estaba haciendo perder el tiempo y que quería irse a casa”. Hasta su propia hermana, me decía Elida, empezó a distanciarse y a actuar con muchísima frialdad con ella. Tanto, que en un intento desesperado por recuperar su afecto, Elida empezó a actuar como si el cáncer no existiera. Llegó hasta el punto de esconder sus medicamentos, como si tener que tomarlos fuera algo de lo que tuviera que avergonzarse.
Esta mezcla de estigma e ideas equivocadas es lo que lleva a algunas mujeres a esperar a ver si los síntomas desaparecen por sí solos antes de aceptar que necesitan ayuda; e incluso cuando buscan ayuda, es más probable que recurran a un curandero tradicional con la esperanza de que las curen sin tener que pagar (y sufrir) un coste muy elevado y sin llamar tanto la atención, en lugar de ir a un hospital.
En consecuencia, cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a unas pruebas adecuadas para saber si tienen cáncer de cuello uterino, es posible que la enfermedad ya esté en una fase avanzada. Otra vez el caso de Malita.
La apuesta de MSF
Los proyectos para el diagnóstico y tratamiento de cáncer en África son relativamente nuevos para nuestra organización. Hace apenas dos años, en 2018, abrimos los dos primeros en Malí y Malawi para ayudar a cientos de mujeres a hacer frente a esta pesada carga, que cada vez es mayor, en el sistema de salud pública.
Nuestros equipos en Malawi ofrecen apoyo a las autoridades sanitarias nacionales por medio de un paquete integral de atención para el cáncer de cuello uterino que incluye cribados y consultas médicas, campañas de promoción sanitaria para las comunidades, tratamiento ambulatorio para lesiones cancerosas y precancerosas, cirugía especializada y atención hospitalaria.
Esta intervención tiene como finalidad marcar una diferencia tangible en un país de 18 millones de habitantes que cuenta con tan solo dos oncólogos en el sector de salud pública: esto representa 0,1 oncólogos por cada millón de personas, comparado con 52 oncólogos por cada millón de personas en España. Además, nuestros equipos también colaboran en la puesta en marcha de campañas de vacunación contra el papilomavirus humano.
Aun así, sigue faltando una parte crítica de la atención oncológica a la que nosotros de momento no llegamos. Mientras que en España hay una unidad de radioterapia cada 200.000 personas y en Francia hay una cada 100.000, en Malawi no hay ni una.
Por esta razón, como una solución a corto plazo hasta que se desarrolle cierta capacidad para ofrecer tratamientos de radioterapia en Malawi, nuestros equipos están trabajando y tratando de sortear las diversas trabas burocráticas y logísticas para remitir a los pacientes a un centro con equipos adecuados en Zambia. Según los planes más recientes, los primeros pacientes de la lista de espera podrán viajar a Zambia a finales de este mismo mes.
Una de las pacientes que se encuentra a la espera de recibir tratamiento en el país vecino es Ennerti Williams, una mujer procedente de Lilongwe, la capital de Malawi. Ennerti ha sido parte de la cohorte de pacientes de MSF durante muchos meses. Ha agotado todas las posibilidades que tenía de tratamiento y su única posibilidad de supervivencia ahora mismo es a través de la radioterapia.
Ennerti debió enfrentarse a una situación muy difícil en casa: primero, tuvo que dejar de trabajar como vendedora ambulante de carbón y tarjetas telefónicas por el dolor que le provocaba la enfermedad, y después, su marido la abandonó por causa del cáncer. Se amparó en un grupo religioso de su comunidad y está viviendo con parte de su familia en Blantyre para poder ser tratada por los equipos de MSF.
Los efectos de la pandemia de la Covid-19 en el mundo incluyeron tener que poner en espera nuestros planes para hacer referencias de pacientes a Zambia, algo que nos hubiera gustado empezar a hacer hace meses, pero Ennerti nunca perdió las esperanzas y ahora, si la suerte le acompaña por fin, su perseverancia y su lucha acabarán dando frutos. Pero para eso tenemos que poder llevárnosla lo antes posible, puesto que su salud ya ha empezado a deteriorarse seriamente.
Otro de los problemas que nos encontramos es que en muchos países africanos, para los pacientes con cáncer en estadio 3 o 4 muchas veces no hay ningún tratamiento disponible. Y en estas circunstancias, la remisión de la enfermedad no es una opción. En esos casos, para nuestro equipo de atención médica su prioridad ya no consiste en tratar de curar a la paciente, sino en proporcionarle cuidados paliativos y ofrecerle apoyo y consuelo en el hospital o en el hogar.
Tratamos de que tengan el mejor apoyo posible en la última fase de sus vidas, no solo en lo que se refiere al ámbito médico, sino también psicológico y social, tanto para ellos como también para sus familias, a los que también ofrecemos este tipo de apoyo.
Para algunas mujeres como Ennerti o Elida, abandonadas por sus esposos y familiares, los efectos psicológicos y sociales del cáncer pueden llegar a ser devastadores. Recuerdo otro caso de una mujer que estaba totalmente desfigurada. Su esposo la había abandonado y su hija no quería saber nada de ella. Y es que son muchas las mujeres que, aunque tengan familias que las quieren, terminan solas y muy angustiadas debido a factores sociales y mentales.
Nuestras pacientes de Malawi son un claro ejemplo de que en los próximos años tenemos que seguir trabajando y ampliando nuestros proyectos para las mujeres con cáncer. El cáncer de cuello uterino o el cáncer de pecho son enfermedades muy duras, pero se han hecho avances considerables y es simplemente inaceptable que las personas que viven en países de bajos recursos no tengan acceso a tratamientos que sí tenemos en Francia o en España. Es inadmisible que se pierdan tantas vidas por culpa de tanta desigualdad.