El hombre de los mil nombres
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El hombre de los mil nombres

La música española de los sesenta debe mucho a Miguel Ramos, el arreglista de Karina, Alberto Cortez o Mari Trini, que acompañó al piano a Josephine Baker antes de la guerra civil.

Al regresar del exilio, el pianista Miguel Ramos era un completo desconocido en los ambientes musicales españoles. Los casi treinta años que había vivido en París, en donde grabó numerosos discos y acompañó a grandes artistas, como Charles Aznavour, le habían convertido en un principiante, aunque estuviera a punto de cumplir los cincuenta.

Como a tantos, la guerra civil partió en dos en dos la vida de un músico que en sus años de estudiante consiguió varios premios y que se sentía atraído por el jazz y el cine. En 1934, había compuesto la banda sonora original de la primera película española de animación, Pan, amor y estacazos. Por esa misma época, según cuenta el historiador José Miguel Muñoz de la Nava Chacón, acompañó a Josephine Baker durante su presentación en Madrid y en una gira por distintas capitales europeas. 

En París, le sorprendió la sublevación militar y el estallido de la II Guerra Mundial. Aunque intentó establecerse en México, Ramos terminó por quedarse en la capital francesa, donde no le faltó trabajo. Ahí empezó el rosario de nombres artísticos que adoptó a lo largo de su carrera.

Por exigencia de las discográficas, que consideraban más comercial presentar a una mujer como organista, se convirtió en Virginie Morgan o Patricia Lamour pero también fue Michel Ramos en las portadas de muchos discos.

Esas credenciales le sirvieron de poco en el Madrid de principios de los sesenta, donde alguien que había vivido en el exilio despertaba no pocos recelos. A falta de otros empleos, tuvo que ganarse la vida como profesor particular y escribiendo orquestaciones de los éxitos del momento que publicaban algunas editoriales para los grupos que amenizaban fiestas y verbenas. Willy Rubio, que formó parte de Los Waldos, recuerda que esas transcripciones “le venían muy bien a las orquestas de los pueblos. Eran arreglos adaptables a diferentes  formaciones orquestales”.

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Desde mediados de los sesenta, el productor Rafael Trabucchelli lo incorporó a su equipo en Hispavox, donde todos lo conocieron por otro nombre, Ramitos. Aparte de las sesiones de grabación, en los estudios de la calle Torrelaguna se convirtió en una especie de segundo de Waldo de los Ríos. En ausencia o por delegación de éste, Ramos firmó los arreglos de Romeo y Julieta, de Karina, o de una primera versión de En un rincón del alma, que Alberto Cortez grabó en 1967. Para este cantautor también arregló con brillantez Los americanos, que la censura prohibió en España. Ojalá Warner Music Spain reedite pronto ambos temas.

Para Mari Trini, a la que acompañó en sus primeras presentaciones, Miguel Ramos escribiría la música de Yo confieso y arreglaría Yo no soy esa, que había aparecido siete años antes en Francia como  C’est ne pas moi, así  como buena parte del repertorio de Ventanas, uno de los mejores álbumes de la artista murciana.

A finales de los sesenta, y tras la decepción de no haber conseguido una plaza de pianista en la Orquesta Nacional de España, recibe multitud de encargos de estrellas del momento: su nombre aparece en los créditos del primer elepé de Camilo Sesto, en La palabra de Juan Erasmo Mochi, en varios de temas de Marifé de Triana, La Pandilla o Juan Pardo.

Además, forma parte, como intérprete, del catálogo de Hispavox, donde publica una docena de discos grandes, casi todos con el título genérico de Miguel Ramos y su órgano Hammond. Para no ser menos que Waldo, también hizo varias incursiones en la adaptación de piezas clásicas.

“Era muy educado. Nos hablaba con mucho respeto”, recuerda Merche Macaria.

Con la misma discreción con la que vivió, Miguel Ramos desapareció de la escena discográfica hacia 1976.  Muñoz de la Nava Chacón ha encontrado una referencia a una obra suya en la prensa madrileña dos años después. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que murió “poco después de De los Ríos”.

En Francia reeditaron en los años 90 algunos de sus discos y en las plataformas en streaming pueden encontrase grabaciones de aquella época. Por desgracia, el trabajo en España de Miguel Ramos, el hombre de los mil nombres, murió con el vinilo.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).

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