El grito de advertencia de Unicef: la violencia contra los niños no puede caer en el olvido
El organismo de Naciones Unidas pide 3.900 millones de dólares para afrontar las emergencias humanitarias de este año.
Los niños del mundo siguen muriendo, quedando mutilados o huérfanos en los conflictos armados, siguen estando sometidos a la inseguridad alimentaria o la falta de agua que genera un desastre natural, siguen sufriendo secuestros, violaciones, traumas prolongados por lo que han visto sus ojos... Este año, cuando se cumplen 30 de la aprobación de la Convención Sobre los Derechos del Niño, Unicef se ve forzado a hacer el mayor llamamiento de fondos de su historia, porque nunca en estas décadas hubo tantos frentes abiertos, tanta necesidad. Y, pese a ello, tiene que lanzar además un grito contra el olvido en el que está cayendo este drama. En ningún caso puede convertirse en "la nueva normalidad".
Son las palabras que ha empleado para encender la luz roja del mundo la directora ejecutiva del Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef), Henrietta Fore, en la introducción al informe "Acción Humanitaria para la Infancia 2019", dado a conocer hoy. "Si no ponemos fin a estas violaciones, y si no se responsabiliza a quienes las cometen, los niños van a crecer considerando que la violencia es algo normal, aceptable e incluso inevitable", ha denunciado. Además, "cuando los niños no disponen de lugares seguros para jugar, cuando no pueden reunirse con sus familias, cuando no reciben apoyo psicosocial, no pueden curarse de las cicatrices invisibles que provoca la guerra", destacan.
El mal no se acaba en el momento en que se inflige. Hay muerte, recuerda Unicef, pero también lesiones físicas y mentales graves que duran en el tiempo, que condicionan totalmente la calidad de vida de los niños y su futuro como adultos, violencias que pueden desactivar generaciones completas. El organismo de Naciones Unidas habla de "cicatrices mentales" y de "estrés tóxico" generados por el trauma, con "efectos devastadores" en el aprendizaje, el comportamiento y el desarrollo emocional de los menores. "La vida de cada niño es preciosa, cada intervención, grande o pequeña, puede marcar la diferencia", recuerda.
Sobre esa necesidad, eleva la voz para reclamar dinero, que es con lo que pueden mitigar el horror creado por los mayores. En su informe detalla que se necesitan recaudar de la comunidad internacional 3.900 millones de dólares (algo más de 3.400 millones de euros) con el fin de asistir este año a 73 millones de personas, 41 millones de ellas menores de edad, afectadas por conflictos armados o desastres naturales. Son cien más que el año pasado, que ya fue "devastador".
Con esta partida quieren aplicar planes de acción en materias como seguridad, agua potable, alimentación, educación y servicios sanitarios en 59 países. El programa más voluminoso, de 904 millones de dólares, se aplicará en comunidades de acogida de refugiados sirios en Egipto, Jordania, Líbano, Irak y Turquía, seguida de las dirigidas a Yemen (542,3 millones de dólares), la República Democrática del Congo (o RDC, 326,1 millones de dólares), Siria (319,8 millones de dólares) y Sudán del Sur (179,2 millones).
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Unicef calcula que hoy hay más de 34 millones de niños que viven directamente situaciones de conflicto abierto y desastre, que carecen de acceso a los servicios de protección de la infancia; entre ellos, recuerdan los 6,6 millones de niños en Yemen, los 5,5 millones de Siria y los cuatro millones de la RDC.
En el estudio de este año, destaca un conflicto agravado en los últimos años y muy candente en estos días: el de Venezuela. El Fondo pide expresamente 70 millones de dólares para asistir a los niños afectados por la crisis, centro y fuera del país, en los estados vecinos, donde se han desplazado por miles. "Estamos muy preocupados por la situación de los niños en Venezuela (...) y pedimos a todos que protejan a niños y adolescentes en este momento", ha señalado desde Ginebra el director de Programas de Emergencia de Unicef, Manuel Fontaine. "También trabajamos en países vecinos como Colombia, Brasil y Ecuador, para ayudar a las comunidades de acogida [de migrantes y refugiados venezolanos] en la recepción de familias y niños que cruzan la frontera", abunda.
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"Proporcionar a estos niños el apoyo que necesitan es fundamental, pero si no se lleva a cabo una acción internacional considerable y sostenida, muchos de ellos continuarán cayendo en el olvido", añadía en su comparecencia Fontaine. Esa normalidad preocupante, que impide el movimiento porque parece que todo es así de maldito y no se puede alterar, es quizá la que hace también que la ayuda no fluya. Es una cuestión de liquidez de los gobiernos y demás donantes, claro, pero también de voluntad, de tener a los niños arriba del todo de la agenda. No es lo que pasa ahora.
Unicef reconoce en su informe que es incapaz de recaudar todo lo que cada año se plantea en un escenario básico, que de los 3.800 millones de dólares que solicitó para el año pasado sólo recabó la mitad. Se tuvieron que centrar en República Democrática del Congo, Siria y sus países vecinos, Sudán del Sur y Yemen, emergencias que ya acapararon el 60% de los fondos. Sólo logró, por ejemplo, una tercera parte de los fondos requeridos para atender a niños en la RDC o una quinta parte de lo demandado inicialmente para Siria. Afganistán, Libia, Ucrania... las otras emergencias recibieron lo que buenamente se les pudo dar.
En su llamamiento para el presente año, al menos, ansían lograr dinero para dar apoyo psicosocial a cuatro millones de niños, educación básica para 10,1 millones más, la inmunización con vacunas contra el sarampión de 10,3 millones o el tratamiento de 4,2 millones de menores con desnutrición aguda grave.
Es un problema general en cuestiones humanitarias, ya que la ONU suele lograr entre el 37 y el 40% de lo solicitado cada año. Nada más.