El 'golpismo' impaciente en las redes antisociales
La culpa de la crisis económica y de la destrucción de empleo no es de los inmigrantes.
Hace algunos años, cuando transitaba desde la Secretaría General de la OTAN a ‘míster PESC’ en la Unión Europea, Javier Solana dejaba claras las claves de las oleadas de inmigración africana hacia Europa. Dijo que si los fondos para el desarrollo no afluían del norte hacia el sur, las personas que huyen de la miseria y las guerras afluirían del sur hacia el norte.
Era un tiempo en que las Islas Canarias estaban en primera línea del frente. Pateras procedentes de la costa de Marruecos, a lo largo de todo el Sahara, hasta Dajla (antigua Villa Cisneros) y cayucos que partían atestados de ilusiones desde Senegal hasta el Golfo de Guinea, arribaban a las costas del archipiélago, aunque muchas naufragaban en el camino. Cientos, quizá miles, de migrantes, presa fácil de las mafias de traficantes, murieron ahogados en el trayecto.
Había, los sigue habiendo, países, entre ellos España, pero sobre todo Reino Unido y Francia, que pagaban un ‘impuesto’ retroactivo por su pasado colonial. Argelia, y el África francófona, inundaban las principales ciudades galas de refugiados o buscadores de sueños. Y sí, había un problema de integración y de ‘guetos’.
Inglaterra pagaba el estallido de su Imperio. También los inmigrantes de sus colonias, en medio mundo, llegaban a la metrópoli y se distribuían, sobre todo, en las más importantes urbes. Esto era visible nada más llegar a los aeropuertos de Londres, en los que unos ceñudos sij, de barbas recortadas, ataviados con sus tradicionales turbantes, vigilaban la entradas de pasajeros y el control de equipajes. Era la India del exterior.
También Bélgica comenzó a tener conflictos internos; y Alemania, aunque no los tuviera, tenía una importante población turca de generaciones, que había ayudado como mano de obra en el proceso del ‘milagro alemán’. Los problemas estallaron cuando la canciller demócrata cristiana (CDU), Angela Merkel, abrió las fronteras a millón y medio de refugiados sirios en dos años. Este gesto rompió algunos equilibrios internos. Y fue aprovechado por la extrema derecha, sobre todo en el este del país, que a pesar del ‘impuesto de solidaridad’ de los ciudadanos del oeste que han financiado el coste de la unión, no ha logrado la cohesión económica y social con los länder de la antigua RFA.
Como en Gran Bretaña, en Francia y en Bélgica, o en la misma España el discurso del odio tomó como palanca el miedo a la ‘invasión’, precocinado con paciencia y una estrategia clara de ataque a la columna vertebral de las democracias: su credibilidad y reputación. Esta palabra, ‘invasión’, es clave en la estrategia de la extrema derecha populista, y enlaza los mensajes racistas del presidente de EE UU Donald Trump, con los de otros líderes derechistas europeos. El Brexit de Boris Johnson y Nigel Farage tiene en el fondo este cimiento. Una Inglaterra aislada e inmune a la ‘invasión’ que va implícita en la libre circulación de personas, y mercancías, en el territorio de la UE.
Pero si hay naciones que no se pueden quejar de la llegada de miles de árabes y negros subsaharianos, que en los últimos años han puesto rumbo a la Europa del ‘Estado de bienestar’ son, entre otras, precisamente, el Reino Unido y Francia, que junto con los Estados Unidos provocaron, por ejemplo, la destrucción de Libia, convertida hoy en un estado fallido en manos de señores de la guerra, traficantes de armas, de drogas, de seres humanos, bandoleros y mafias. Tras el bombardeo conjunto que fue decisivo para acabar con el régimen tiránico de Gadafi, no había un ‘plan b’ para su sustitución, el mismo error que George Bush hijo cometió en Irak. Una chapuza que olvidó las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial cuando los aliados impusieron a la derrotada Alemania unas compensaciones imposibles de afrontar por una industria demolida y una economía hundida. Ese fue el caldo de cultivo del nazismo, y el origen de la II Guerra Mundial.
Las potencias vencedoras en 1945, y sobre todo el secretario de Estado estadounidense con Truman, George Marshall, idearon un plan para su reconstrucción: el Plan Marshall, precisamente.
Tenemos pues un foco de desestabilización no solo regional sino mundial en Irak, fuente de terrorismo islámico; en Siria, con millones de familias que huyen de un conflicto en el que las grandes potencias, incluida Rusia, se mezclan con grupos radicales enfrentados. Los socios de EE UU, animados por la Primavera Árabe, hacen la guerra al dictador impasible Basha al-Assad, y Rusia lo protege.
No satisfecho con todos los frentes abiertos, fuente inagotable de refugiados, como es lógico, Donald Trump remueve el avispero de Oriente Medio con la ruptura del acuerdo internacional con Teherán, suscrito también por Barack Obama.
Una ‘guerra fría’ que augura una posible agresión a Irán, que pone ‘los pelos de punta’ a la Unión Europea, desencadenaría un conflicto regional de extraordinaria gravedad y repercusiones mundiales. Irán es una potencia militar, dirigida por clérigos fanáticos, que se armarían de razones, estando ya armados de misiles.
Pero el mensaje ultra en las redes sociales, o mejor, antisociales, sea vía Twitter o grupos piramidales de wassap, ignora toda la complejidad de la inmigración. Pasan por alto, asimismo, que la culpa de la crisis económica y de la destrucción de empleo, que a su vez pone en peligro las prestaciones sociales del Estado de bienestar, no es culpa de los inmigrantes sino de un capitalismo de casino que se ha zafado de todos los controles gracias a la desaprensiva ideología neoliberal que bebe, como Trump, de los tiempos de las ‘guerras indias’, de la frenética búsqueda del oro y de los pioneros y pistoleros del far west.
Pero también es cierto que los gobiernos europeos, y el español entre ellos –a pesar de las exitosas iniciativas del presidente Rodríguez Zapatero, que involucró a las FAS, a la diplomacia y al CNI en el control y la lucha contra las mafias que canalizaban la migración irregular– no han gestionado bien ni con un relato creíble y sincero el problema de las últimas grandes migraciones.
Hay veces en que ciertas iniciativas o gestos humanitarios ocultan la verdad y la estadística. Quitar las inhumanas cuchillas (concertinas) de las vallas de Ceuta y Melilla se compensa con la mayor altura e impenetrabilidad de la verja. Y cada día aumentan las contraprestaciones para que los países de salida, como Marruecos, colaboren en la disuasión y en la contención más eficientemente.
España no puede desarrollar, ni Europa, una política de puertas totalmente abiertas. No hay posibilidad de integración para todo el que quiere entrar, millones, y el remedio sería igual o peor que la enfermedad. A los náufragos, sí, hay que rescatarlos y llevarlos a puertos seguros, no solo por humanidad, que es fundamental, sino por las leyes internacionales.
Pero el mensaje tramposo y sensacionalista que transmiten los odiadores o la derecha calenturienta y ‘desacomplejada’ para la que todo vale, es el ‘efecto llamada’ y que “ya estamos siendo islamizados”.
Sin embargo, el verdadero efecto llamada es internet y la televisión: permiten ver que en Europa hay seguridad, hay libertades, hay estado social, hay esperanza…
Pero esa Europa en gran parte ha ignorado que sin capacidad de integración social y laboral que mantenga los equilibrios internos lo que se pone en riesgo es el propio sistema, por un choque entre intereses contrapuestos, entre culturas antagónicas, y entre la necesidad de sobrevivir de unos y la necesidad de otros de garantizar su Estado de bienestar.
En toda Europa, pues, es urgente un gran ‘Pacto de Unión’, así como en los países, caso de España, pactos nacionales de Estado para sacar de la confrontación electoral, que distorsiona y frivoliza los problemas, el tema de la inmigración. Desde la serenidad, pero sobre todo, desde el realismo y la responsabilidad.
Ese es uno de los asuntos de Estado inaplazables; y es una de las razones por las que España debe de salir de la actual parálisis política y contar con un gobierno con amplio respaldo parlamentario en los grandes temas consensuados, para evitar que las cosas se salgan de madre.
La clave, no obstante, está en el origen. En el desarrollo del sur, y en la pacificación de Oriente Medio. En hacer los experimentos con gaseosa. Y en un Plan como el Marshall. En fin, en hacerle caso a las sabias palabras de Solana.