El género es la nueva alma
El sexo es una característica de libre elección. Autodeterminación. Causa y efecto de sí mismo. La subjetividad es la única verdad.
El género es lo que somos realmente. Es nuestra esencia. Si alguien niega mi nacionalidad no me impide existir. Si niega mi edad, tampoco. Si le discuto a un católico que es un alma en un cuerpo, jamás me acusará de afirmar que él no existe, de querer que muera, no pedirá a las autoridades que me sancionen por delito de odio. Pero con el género ocurre algo diferente. Porque es la verdadera nueva alma. El sexo es una característica de libre elección. Autodeterminación. Causa y efecto de sí mismo. La subjetividad es la única verdad. Las personas con incongruencia de género exigen ser. ¿Ser el qué? Ser, a secas. Exigen una ley que les permita llegar a ser lo que ya son. El verbo “ser” es copulativo menos cuando se habla del alma. Hoy el verbo “ser” es copulativo menos cuando se habla del género.
Ahora bien, hay que reconocer que, como nueva alma, el género es una soberana mierda. Este principio esencial, experiencia pura, intimidad personal, ser sin predicados, resulta ser el cero kelvin, la nada cuántica. Piénsenlo por un momento: dos individuos absolutamente diferentes en absolutamente todo —genéticamente, socialmente, familiarmente, laboralmente, estéticamente, afectivamente, ideológicamente, corporalmente…— pueden ambos ser mujeres si simplemente rotulan su identidad con dicha categoría. Y dos individuos absolutamente idénticos en absolutamente todo —genéticamente, socialmente, familiarmente, laboralmente, estéticamente, afectivamente, ideológicamente, corporalmente…— pueden ser una mujer y un varón si respectivamente rotula cada uno así su identidad.
Y esto quiere decir una sencilla cosa: “mujer” y “varón” han dejado de tener contenido. Son significantes sin significado. Conjuntos de cinco letras. Pares de sílabas. Nada más. Si parir no es exclusivo ni de varones ni de mujeres, ni dar de mamar, menstruar, eyacular, padecer cáncer de útero o próstata, o atravesar la menopausia, díganme qué definición debe ofrecer la RAE para “mujer” y “varón”. La libre autodeterminación del sexo que defiende la izqueerda —no es errata— cambia los significados que “mujer” y “varón” tienen en los idiomas de todas las culturas del mundo. Pero nadie sabe cuáles son los nuevos. ¿Quieren pasar un rato flipándolo todo? Pregúntenle a un defensor de la ley trans qué significa “varón” o “mujer” y alucine viendo cómo suda, carraspea y se va por la tangente, incapaz de responder.
Seré moderado en mi juicio: la ley trans es un disparate filosófico, psicológico, sociológico, antropológico, biológico, lógico, ético, moral, político, médico, educativo, jurídico y lingüístico. Obedece a un neoliberalismo reaccionario que entroniza el individualismo y el subjetivismo como criterio de verdad registral, lo que supone un ataque frontal a cualquier visión socialista de los Estados políticos. Atenta contra las mujeres y los menores, colando por la espalda los estereotipos sexuales más retrógrados. Y reintroduce la mordaza, al sancionar cualquier análisis de la identidad de género que disienta de la posmodernidad queer, bajo la excusa inverificable de la transfobia. Ha vuelto la religión, hermanos, ha vuelto el alma. Pronto la inqueersición generista decretará la censura eclesiástica contra columnas como ésta.